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Un huracán llamado Francisco

Francisco nos trajo la presencia de Jesús y el amor del Padre a todos los corazones.

Alfonso Llano Escobar
Del miércoles 6 de septiembre al domingo 10 del mismo mes, un huracán salido de Roma entró por el norte de Colombia y llegó hasta Bogotá, arrasando a su paso con todo lo que encontraba: creyentes e increyentes, ricos y pobres, niños y ancianos. Fue algo extraordinario que conmovió los cimientos mismos de la Iglesia colombiana: no se quedó católico, frío o caliente, hombre o mujer, niño o anciano que no se sintiera tocado y conmovido al paso arrollador de este huracán.
Cuatro ciudades privilegiadas fueron arremetidas por los vientos huracanados que soplaban con furia devastadora: Bogotá, Villavicencio, Medellín y Cartagena.
La misa, o mejor, la santa eucaristía, constituyó el ojo del huracán. Decir la eucaristía es decir el misterio central de la vida de Cristo. Nunca, en años anteriores, la eucaristía había sido presenciada por multitudes tan numerosas y fervientes. Francisco nos trajo la presencia de Jesús y el amor del Padre a todos los corazones. Irradió luz, irradió amor, irradió felicidad. Nos sentimos más cerca de Dios. Su figura blanca, enorme, dulce y contagiosa de la presencia de Dios llenó de alegría y de fe a ricos y pobres, niños y ancianos, a creyentes y ateos. Y el huracán avanzaba por todas las calles y avenidas de la ciudad.
Y el humilde pontífice, de pie, sobre las olas humanas, flotaba bellísimo, sublime, más cercano a Dios que a nosotros, para impetrar de Dios para nosotros las bendiciones de lo alto, sin cuenta ni medida. Francisco fue todo un huracán. Fue arrollador. Fue irresistible.
Las eucaristías fueron los espacios y momentos más sublimes del encuentro de las multitudes con Dios. De un Dios que nos ama, nos perdona y nos llena de esperanza. Las eucaristías reunieron multitudes nunca vistas hasta ahora. Los miles y millares no servían para medir la asistencia. Había que recurrir a millones y millones.
Francisco vino a traernos la paz, esta paz que tanta falta les hace a Colombia y a cada uno de nosotros. “Colombianos –nos dijo al despedirse–, les dejo la paz, no permitan que nadie se la robe. Desde Roma seguiré orando por ustedes para que el buen Jesús confirme esa paz y la haga estable y duradera”.
Francisco, queremos que nos envuelvan la furia de tu empuje y el ímpetu de tu espíritu. Quédate con nosotros; sé nuestro intercesor ante el Padre para que los frutos numerosos y fecundos de tu visita permanezcan para siempre. Gracias, padre Francisco.
Es labor de cada uno de nosotros meditar las sublimes sentencias y frases felices que nos llegaron al alma. Francisco: eres grande, eres humilde, eres la presencia de Dios en medio de nosotros.
Nunca se borrarán de nuestros corazones las oraciones que elevaste al Señor por nosotros. Basta un corazón bueno para tener esperanza. Y ese corazón limpio, humilde, grande es el tuyo. Se lo presentamos a Dios como signo de gratitud por tu visita.
Que Dios te bendiga y haga cada vez más fecunda tu labor desde Roma para toda la Iglesia universal. ¡Gracias, padre Francisco! ¡Gracias!
ALFONSO LLANO ESCOBAR, S. J.
Alfonso Llano Escobar
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