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¿Célibe por obligación?

Algo tan noble perdería la condición de tal, en el momento en que se impusiera por ley.

Célibe es el varón que renuncia libremente al matrimonio. Virgen, la mujer que hace una opción igual. En ambos casos puede hacerse por diversos motivos: por amor a Jesús o por obligación impuesta por la Iglesia, o vaya usted a saber por qué otro motivo.
Jesús es el modelo. No se casó, sin que conste en los evangelios el motivo que lo llevó a tomar esta opción. No es cosa fácil, pero se puede y es una conducta digna de elogio.
Hoy por hoy, se dan dos razones: libremente, por imitación de Jesús, o porque la autoridad de la Iglesia lo impone por ley, como condición necesaria para ejercer el sacerdocio, que es el caso actual.
Fuera de los casos de fuerza mayor, a saber, por ser eunuco de nacimiento o porque llegó a serlo, por fuerza de la autoridad, el matrimonio es libre. Quien elige libremente la soltería se llama soltero. Si lo dejó el tren, se suele llamar solterón, y la mujer, solterona.
Volvamos al modelo: Jesús célibe. Dada su amistad con María Magdalena, muchos suponen que se casó con ella. Tal matrimonio no consta en ninguno de los cuatro Evangelios. No entra más que en la imaginación de los que desconocen la lógica que movió a Jesús durante toda su vida: estar libre para servir a los demás. Consta que fue célibe. Eligió libremente la soltería. Su matrimonio no costa en los evangelios: no se da más que en la imaginación calenturienta de muchos hombres en cuyo caletre no cabe la posibilidad de que un hombre pueda amar a una mujer sin acostarse con ella.
En esto les gana, con mucho, nuestro nobel de literatura, García Márquez, quien hace la siguiente afirmación en su novela ‘El amor en los tiempos del cólera’, en la página 258: “Desde esa noche cualquier sombra que pudo haber entre ellos dos (Florentino Ariza y Fermina Daza) se disipó sin amarguras, y Florentino Ariza entendió por fin que se puede ser amigo de una mujer sin acostarse con ella”. ¡Fabuloso!
Aquí cabe de lleno la opción de Jesús: amó a María Magdalena con todo su corazón, sin que le haya pasado por su mente casarse con ella. Y en esto Jesús, a pesar de todo lo que digan sus adversarios, sigue impertérrito a lo largo de los siglos. Lo mejor es dejarlos que hablen y digan bla, bla, bla. Nada consigue su imaginación frente a la postura libre y serena de Jesús.
Este ejemplo sin par de Jesús ha dado origen durante siglos a que muchos hombres opten por el celibato y muchas mujeres, por la virginidad. No sobra recordar que en los diez primeros siglos del cristianismo, el celibato fue libre. Los sacerdotes católicos que querían se casaban.
Pero imponerlo por ley, como viene haciéndolo la Iglesia desde el papa Gregorio VII, el año 1074, y luego el papa Calixto II lo reafirmó, en el 1123, en el primer Concilio de Letrán, es cosa distinta y cuestionable. Va mucho de un celibato por amor a Jesús a un celibato por obligación.
Conozco sacerdotes célibes, aquí en Bogotá, dignos de todo elogio, inspirados en el ejemplo de Jesús, que se oponen a la supresión del celibato obligatorio, lo cual no los hace tan dignos de elogio. Está bien que hayan optado por el celibato, pero no es justo ni laudable que quieran que ese yugo se imponga a todos los sacerdotes. Cada cual lleva su propia cruz. Es injusto y exagerado seguir queriendo que el Papa o un concilio lo imponga por obligación a todos. Respetemos la libertad y generosidad de cada uno.
Algo tan noble, inspirado en el amor, perdería la condición de tal, en el momento en que se impusiera por ley.
ALFONSO LLANO ESCOBAR, S. J.
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