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Sistema político y corrupción

Democracia interna real en los partidos y listas cerradas debe ser la solución.

Alfonso Gómez Méndez
En medio de esta avalancha de propuestas de todo orden para combatir la corrupción y mejorar la política, el Gobierno y el Congreso tendrán que hacer una ‘depuración’ para escoger las más importantes y con mayor viabilidad política.
En el tema político, ya parece descartada la idea sugerida en campaña de reducir el tamaño del Congreso e, incluso, la de la Cámara única. Tres asuntos serían esenciales, y de pronto suficientes, para combatir la corrupción del sistema político y, por esa vía, la administrativa.
El primero de ellos no necesita reforma constitucional, ni siquiera cambios legales. Se trata de erradicar el clientelismo como forma única de comunicación entre el presidente y el parlamento. Ese tipo de ‘cohabitación’ ha llevado a que el Estado haya sido repartido a jirones ni siquiera a los partidos, sino a los congresistas en particular.
Así ha ocurrido con entidades claves como el Sena, Bienestar Familiar, Fonade, el Banco Agrario y muchas otras en las que se manejan recursos, sobre todo a nivel de las regiones. Los distintos gobiernos, para hacer aprobar proyectos de ley, han tenido que pagar esa clase de ‘peaje’, que, obviamente, tiene como consecuencia el despilfarro, la ineficiencia, la contratación a dedo y la apropiación indebida de fondos públicos.
Parece que el presidente Duque ha dado un paso en la dirección correcta al no acudir al llamado ‘gobierno de los directorios’ y no pedirles permiso a los ‘jefes’ políticos para designar o cambiar ministros y altos funcionarios de Estado. Es el ejercicio pleno del fuero presidencial. Si se mantiene en esa actitud, con todos los riesgos políticos que ello implica, habría dado un paso gigante para la depuración de la política, para que esta vuelva a ser el ejercicio de las ideas y no el intercambio de prebendas burocráticas.

Al Senado se llega solo por tres vías: una opinión labrada por limpias trayectorias, una maquinaria aceitada de muchos años y por la distribución a chorro de sumas de dinero.

El segundo tiene que ver con la Circunscripción Nacional de Senado, que fue concebida con buena intención por los constituyentes de 1991 con el fin de crear “liderazgos nacionales” para que los elegidos tuvieran respaldos más o menos en todo el país. La consecuencia ha sido, sin embargo, que los candidatos, obligados a buscar votos en todas partes, tienen que conseguirlos a como dé lugar, sin pararse en miramientos de ninguna naturaleza.
En el sistema anterior, cada departamento tenía un número determinado de senadores según su población, que se elegían de manera regional.
Hoy, cada renglón de una lista al Senado dentro de un partido se trata y financia como si fuera una campaña presidencial. Personas que ni siquiera conocen las regiones resultan con votaciones, a punta de comprar caciques y apoyos.
Elegidos, se desentienden de los compromisos. Ya es común decir que una campaña al Senado cuesta miles de millones de pesos. La plata invertida la recuperan los ‘apostantes’ por la vía de contratos asignados a dedo por gobernadores y alcaldes, amigos de los senadores.
Es una de las mayores fuentes de corrupción política y administrativa. Al Senado se llega solo por tres vías: una opinión labrada por limpias trayectorias, una maquinaria aceitada de muchos años y por la distribución a chorro de sumas de dinero. Como efecto colateral, muchos departamentos –incluidos todos los de la llamada media Colombia– se han quedado sin representación en el Senado.
Y la tercera –que busca la necesaria consolidación de los partidos– es la de acabar con el voto preferente, que ha contribuido a su dispersión y, desde luego, al encarecimiento de la política. Aquí tuvimos partidos cuando no había tanta reglamentación legal y existían jefes de verdad y listas únicas. Así, la campaña la hace el partido y no cada candidato en particular.
Naturalmente que para evitar el ‘bolígrafo’ –lo que sería un evidente retroceso– es necesario que se establezca un régimen democrático y abierto en los partidos para que los autodenominados ‘jefes’ no sigan ejerciendo la dictadura de los avales para perpetuarse en esas jefaturas.
Democracia interna real en los partidos y listas cerradas debe ser la solución. Con esas tres reformas sería suficiente para depurar el régimen político.
ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ
Alfonso Gómez Méndez
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