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Populismo en campaña

Ya perdimos la cuenta de las ocasiones en las que se ha hablado del Congreso unicameral.

Hablar del oportunismo de los políticos, que casi siempre se confunde con populismo de derecha y de izquierda, resulta casi una obviedad. No obstante, esa mala costumbre se ha convertido en una amenaza para la democracia real.
Cuando Álvaro Uribe estaba en la cumbre de su popularidad, una serie de políticos de todos los pelambres –algunos de los cuales y ante el declive de su aceptación en las encuestas son ahora sus principales opositores– se montaron en la cresta de una gran avalancha mediática, para repetir una y otra vez que Uribe era irreemplazable y que si no era reelegido, quedaría trunca la tarea de acabar con las guerrillas, cosa que hasta hoy no se ha logrado no obstante el gran salto que en ese sentido –y por la vía de la negociación– se dio con los acuerdos de paz de La Habana.
Y así, con el beneplácito de seis de los nueve magistrados de la Corte Constitucional de la época, se retrocedió cien años la rueda de la historia y se permitió la reelección presidencial inmediata, sustituyendo, ahí sí, el espíritu de la Constitución del 91. No sobra recordar el clientelismo con que fue aprobada esta reforma constitucional.
Cada vez que hay un caso de corrupción que ‘conmueve’ al país, aparecen de inmediato las propuestas de cárcel e inhabilidades perpetuas, aumentos de sanciones, estatutos y consultas anticorrupción, y hasta pena de muerte, recordando lo que sugirió el Libertador Simón Bolívar en los comienzos de la república. Pronto desaparece la indignación... hasta el siguiente ‘escándalo’.
Una sociedad permanentemente indolente frente a la desprotección de los niños, a la que poco le importa que aún mueran por desnutrición, o que estén sometidos al trabajo infantil hasta en las minas, se ‘indigna’ cuando algún desalmado y desadaptado criminal comete un delito sexual contra un niño o una niña. Por causa del escándalo momentáneo, se acepta que un ‘oportunista indignado’ vuelva una y otra vez a pedir aumentos de sanciones o pena capital, sin ocuparse de que no hay a quien aplicárselas por deficiencias estructurales, de un lado de la prevención, y de otro, del sistema judicial. Pero tranquilizan por un tiempo la conciencia y reciben aplausos.
Ahora, en plena campaña electoral, volvió el oportunismo enarbolando la bandera de la reducción del tamaño del Congreso. ¿Cuántas veces lo hemos oído en el curso de por lo menos los últimos treinta años? Ya perdimos la cuenta de las ocasiones en las que se ha hablado del Congreso unicameral.

Con la mano en el corazón, ¿cuántos podrían jurar que no han sido impulsores o beneficiarios del clientelismo –y del ‘contratismo’–, verdadera causa de la corrupción del sistema político?

Es fácil montarse en el ‘desprestigio’ del Congreso –que es casi mundial– a sabiendas de que por lo mismo se tendrá una aceptación pasajera. Fue, por lo demás, una de las ‘preguntas gancho’ de la mal llamada consulta anticorrupción. Lo curioso es que ahora la hacen hasta parlamentarios de larga duración en el Congreso, que tarde se percataron de que habían estado en corporaciones sobrepobladas. Y además, a sabiendas de que como se requiere una reforma constitucional –de ocho debates en las cámaras–, no podrá ser aprobada en pleno año electoral en apenas nueve meses de sesiones.
Faltan ideas serias para mejorar el sistema político colombiano. Con la mano en el corazón, ¿cuántos podrían jurar que no han sido impulsores o beneficiarios del clientelismo –y del ‘contratismo’–, verdadera causa de la corrupción del sistema político? ¿Cuántos políticos no han condicionado apoyos a proyectos a concesiones burocráticas? Y ¿cuántos de los candidatos que han pasado por los gobiernos –algunos casi por todos– no han cedido a dar puestos para los mismos efectos?
Un gran programa de gobierno sería cumplir la Constitución en temas como la separación real de poderes entre el Ejecutivo y el Parlamento, e incluso entre estos y el Poder Judicial; la aplicación del principio de responsabilidad política, el someterse al escrutinio de bienes, la no confusión entre los negocios y la política, entre otros.
Nada más si se aplicara la pérdida de investidura por tráfico de influencias, que pasa por pedir puestos en el Gobierno, podría hasta llegarse a una revocatoria tácita del Congreso. Mientras tanto, siguen las propuestas populistas para la galería...
ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ
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