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Felipe Zuleta Lleras, sin tapujos

Aunque aún le quedan muchos años, esta especie de biografía del autor es una radiografía del país.

Mucha roncha va a causar el ameno, sesudo y explosivo libro que a manera de autobiografía acaba de escribir el periodista Felipe Zuleta, en su muy particular estilo que el país ya conoce. Todo allí es sugestivo. Empezando por el título, Más allá de la familia presidencial, pues muestra la historia de alguien que, como él lo dice –gateó en las escaleras de San Carlos, antigua sede presidencial–, ha tenido una vida llena de altibajos, que incluye momentos estelares, pero también situaciones de angustia y hasta de depresión, pasando por padecer los desafectos, traiciones y bajezas propias de la humana condición.
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Cuando nace, su abuelo Alberto Lleras Camargo era el primer presidente del Frente Nacional, artífice de los pactos de Sitges y Benidorm –que pusieron fin a la violencia liberal conservadora–, quien aparte de jefe de Estado era un líder moral de la Nación.
En medio de una azarosa vida familiar por la mala relación con su padre, hijo de Eduardo Zuleta Ángel, miembro de la llamada Corte Admirable de 1936, pero que tuvo un mal final al terminar enredado en un proceso penal por su participación en un tribunal de arbitramento, y en cierta forma con su madre, Consuelo Lleras, describe de manera magistral la personalidad sus abuelos maternos.
Cuando Felipe dice que pasó de la opulencia a la pobreza, resalta además la dimensión histórica de Lleras Camargo, quien, a diferencia de lo que ahora está en boga, jamás mezcló los negocios con la política y por eso sus nietos debieron pasar aulagas.
Cuenta desconocidos detalles derivados de la relación estrecha que tuvo con el abuelo Lleras, como el de que “era afectuoso con sus nietos, pero fuera de su familia era tan frío que quemaba”. No se dejaba tocar, y por eso lo llamaban “el monarca”. Divertida la mención de los celos que llegó a sentir doña Bertha Puga, su abuela, con Jacqueline Kennedy, pues pensó que la primera dama norteamericana se acercaba demasiado al presidente Lleras durante la visita que su marido hizo a Colombia.
Como dice Juan Gossain en el prólogo, y desde la perspectiva de alguien que por su origen y conexiones sociales y políticas ha podido tratar a tanta gente, aunque aún le quedan muchos años de vida, esta especie de biografía de Felipe es en el fondo una radiografía del país.

Este libro –que recomiendo para quienes quieran conocer de nuestra historia reciente– es un “autorretrato” franco, abierto, sincero, sin ocultar heridas en el alma, y que no pretende engañar a nadie.

Hasta sus excesos verbales –las groserías que le tolera Néstor Morales en Blu Radio, donde se siente cómodo– los utiliza para describir situaciones o personas, con cierto tinte de realidad. Es frentero, audaz e irreverente para calificar comportamientos ajenos, pero sin caer en la ramplonería.
Aparte de su abuelo Lleras, no oculta su admiración por Virgilio Barco, como diría su biógrafo Villar Borda, “el último liberal”, de quien Felipe fue cercano consejero y con quien compartió políticas que después fueron abandonadas, como la confrontación con el narcotráfico y el estímulo al esquema Gobierno-oposición, para acabar con la repartija clientelista del poder entre liberales y conservadores.
Este libro –que recomiendo para quienes quieran conocer de nuestra historia reciente– es un “autorretrato” franco, abierto, sincero, sin ocultar heridas en el alma, y que no pretende engañar a nadie. Desde luego, campean en él la ironía, el inconfundible humor bogotano, la alusión a personajes, admirados unos, despreciados otros, y todas las expresiones de su angustiosa vida personal.
La gratitud, hoy olvidada virtud, adorna en cambio su personalidad. No duda en expresarlo así frente a protagonistas que tienen admiradores y contradictores, como Julio Mario Santo Domingo, Carlos Pérez Norzagaray –los muertos– o Gonzalo Córdoba, Ernesto Samper o César Gaviria –los vivos–.
Felipe es un contestatario. Se desnuda frente a una sociedad pacata, hipócrita y moralmente falsa. No esconde nada que tenga que ver con su condición sexual, que jamás ha ocultado desde que, como él mismo lo repite, decidió “salir del clóset”. Tal vez solamente para reírse a carcajadas, deja caer una frase que, dado el círculo social y político donde él se mueve, en el que muchos llevan una doble vida, debe de haber agotado las existencias de tranquilizantes: “Tuve relaciones sexuales con algunos casados”. Debe de estarse riendo plácidamente al soltar semejante perla.
ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ
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