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Cambios en serio para la paz

Hay temas cruciales que deben quedar como resultado de las conversaciones de paz. ¿Seremos capaces de construir una sociedad incluyente en todos los órdenes?

Como ya lo he escrito en esta columna, la firma de los acuerdos de La Habana y su consiguiente ratificación en las urnas serán un paso trascendental para construir ese nuevo país que todos anhelamos en cuanto ruptura definitiva de uno de los factores determinantes de la violencia que nos azota desde hace más de 60 años. Pero es apenas el comienzo.
Probablemente desde el establecimiento muchos estén pensando que habría paz con la guerrilla para que todo siga igual, porque en verdad ni la pobreza, ni los desequilibrios sociales, ni la corrupción política y administrativa justifican, ni pueden justificar, el uso de las armas para cambiar estructuras sociales injustas. Pero su existencia sí ha significado un catalizador para potenciar la lucha armada, que nunca debió existir.
Recuérdese que la mayoría de jóvenes que han muerto o han quedado cruelmente mutilados forzosamente se convirtieron en guerrilleros, paramilitares y hasta en soldados profesionales, porque, irónicamente, fue en la guerra donde vieron la única forma para subsistir. ¿Cuántos de esos muchachos hubieran escogido la guerra si hubiesen tenido una familia, educación, seguridad social, empleo, o vivido en un sistema político menos cerrado que el nuestro?
Esas y otras verdades aflorarán cuando comience a conocerse la cruel realidad del conflicto. Por esos hechos hemos tenido viudas pobres, huérfanos pobres, mutilados pobres, desplazados pobres, humillados pobres, desaparecidos pobres. Seguramente en un sistema diferente esos adolescentes que han muerto en la guerra, hubiesen descollado como deportistas, artistas, literatos, médicos, abogados o docentes. Esta estúpida guerra les truncó todas sus ilusiones y esperanzas.
Esos son los temas cruciales que deben quedar como resultado de las conversaciones de paz. ¿Seremos capaces de construir una sociedad incluyente en todos los órdenes? ¿Hasta qué punto la clase dirigente incrustada por años con castas políticas y familiares facilitará un vuelco real en el sistema político? López Michelsen, cuando fundó el MRL para oponerse a la alternación dentro del Frente Nacional, hablaba de arrebatarles el país a las 24 familias que lo gobernaban. Hoy diría con sorna que se le habría hecho caso, porque ahora son menos.
La corrupción es otro claro ejemplo de que no hay real propósito de enmienda. Todo el mundo hace política con la bandera de la “lucha” contra ese flagelo. Pero no habrá verdadera voluntad mientras el Estado se siga entregando por pedazos a grupos o grupúsculos políticos, sin sentido de lo público.
Hemos tenido varios estatutos anticorrupción, uno de ellos muy completo defendido como ministro de Justicia por el hoy fiscal Néstor Humberto Martínez. Y la Constitución del 91 es pródiga en normas anticorrupción: pérdida de investidura para congresistas por tráfico de influencias o indebida destinación de dineros públicos, extinción de dominio de bienes adquiridos con enriquecimiento ilícito, o con grave deterioro de la “moral social”, etc. Pero la enfermedad persiste, y se agrava.
“Con el apoyo de congresistas de los partidos ‘de la U’, Verde, Liberal y Polo Democrático fue radicado ayer en el Congreso un proyecto que apunta a volver transparente la asignación de recursos para las regiones y evitar su aprovechamiento político”, se lee en El Espectador (11-8-2016), refiriéndose al proyecto conocido como ‘ley antimermelada’, que nada tiene que ver con la diabetes, sino con que los recursos públicos no son para comprar conciencias o votos...
No necesitamos más leyes, ni estatutos que nunca se cumplen. Si se cumpliera la norma constitucional que sanciona con pérdida de investidura, por ejemplo a los congresistas que piden puestos o contratos, llegaríamos en la práctica a una revocatoria del Congreso. El acuerdo de paz puede ser un buen pretexto para hacer ya lo que se hubiera podido hacer, incluso al margen del conflicto armado.
Alfonso Gómez Méndez
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