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Antonio José Cancino

¡Cuánta falta hace el profesor Cancino en esta época de decaimiento de la judicatura y la abogacía!

La vieja casona del Externado de Colombia –donde al llegar como estudiante de provincia sin recursos económicos fui acogido por mi paisano, maestro y mentor Alfonso Reyes Echandía y por el joven rector, inolvidable jurista y humanista Fernando Hinestrosa– albergaba la ya reconocida Facultad de Derecho y las incipientes de Administración y Economía. La universidad, nacida en 1886 como reacción a la Regeneración conservadora, siempre ha sido centro de estudios de ideología liberal y generoso espacio intelectual para jóvenes, ante todo, de clase media.
Siendo apenas 800 estudiantes, la relación con los profesores era muy personal. Recuerdo con gratitud cómo en octubre de 1967, al regreso de Chaparral, después de asistir al entierro de mi padre, me llamaron de la secretaría para entregarme un cheque por quinientos pesos como gesto de solidaridad del profesor Samuel Finkelstein, quien aún no me conocía.
En ese primer año, a mis compañeros y a mí nos impresionaba una joven y bella profesora de derecho romano, Emilssen González de Cancino, siempre seria y elegantemente vestida, quien conocía no solo la historia de Roma, sino que, con la brillantez propia del maestro, nos hacía entender en forma sencilla los clásicos textos romanos y los principios generales del derecho. Docente y acuciosa investigadora, con el tiempo se convirtió también en la persona más versada en bioética, al decir del expresidente López Michelsen, quien le profesaba gran respeto intelectual.
Pronto supimos que era la esposa de otro joven y ya fogoso profesor, Antonio José Cancino, quien nos enseñaba no solamente de derecho penal y procesal penal, sino la técnica de las audiencias públicas en los juicios con jurado, materia que él manejaba con maestría sin par. El ilustre profesor supo combinar el natural rigor de la dogmática penal con el procedimiento y las estrategias propias del abogado litigante.

Como estudiante, recibí sus enseñanzas. Leí sus textos de profesor y magistrado. En las audiencias con jurado lo vi moverse como pez en el agua en el manejo de la prueba

Fue aventajado discípulo del profesor Reyes Echandía, quien sentía por él particular devoción y afecto. Diserto y elegante catedrático, lograba mantener la atención de sus discípulos por su versación y elocuencia. Intelectualmente inquieto, sus aficiones no se agotaron en el estudio de textos jurídicos. Hasta que la enfermedad que lo postró en sus últimos años se lo impidió, escribió libros o artículos en publicaciones especializadas.
Dejó obras sobre derecho penal como la clásica 'El peculado', 'Derecho penal militar' y escritos de derecho procesal penal. Hizo un interesante estudio sobre los delitos en la obra de García Márquez. Junto a otros connotados penalistas de la región, aportó sus luces a los intensos trabajos del proyecto de Código Penal tipo para Latinoamérica. Como magistrado de la Sala Penal del Tribunal Superior, su inteligencia innovadora contribuyó a airear la jurisprudencia.
Tuve la fortuna de conocer las diferentes facetas de su prolífica trayectoria académica y judicial. Como estudiante, recibí sus enseñanzas. Leí sus textos de profesor y magistrado. En las audiencias con jurado lo vi moverse como pez en el agua en el manejo de la prueba. Litigante en mi despacho siendo yo juez, admiré su decoro, honradez intelectual e infinito respeto a la independencia del juez, así este hubiera sido su discípulo y él examinador de mi tesis de grado sobre ‘El delito continuado’, tema hoy de moda por la justicia transicional.
Sus únicas armas como abogado fueron siempre sus memoriales, oratoria, persuasión y convicción. ¡Cuánta falta nos hace el profesor Cancino en esta época de decaimiento de la judicatura y la abogacía entre tantos escándalos!
Contrincante leal, jamás esgrimió armas innobles ni hirió a sus contradictores en el foro. Y nunca conoció formas aviesas ahora frecuentes en el ejercicio profesional. Su arrolladora personalidad no pedía ni daba cuartel, pero siempre con nobleza y altura.
En medio del dolor, su esposa, Emilssen, y sus hijos, Iván, Gabriel y Andrés, deben sentirse orgullosos de ese esposo y padre, que deja significativa huella en la cátedra, la magistratura y el ejercicio profesional.
ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ
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