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‘Liberación’

Márai exhibe un cuadro psicológico de lo que le ocurre al civil en medio de los poderes de la guerra

Fue una novela que escribió Sándor Márai entre julio y septiembre de 1945 y permaneció inédita hasta el 2000, cuando se celebró el centenario de su nacimiento. Budapest tiene un millón quinientos mil habitantes y está bajo el espectro demoniaco de los nazis y los cruces flechadas húngaros, y del otro lado del averno se acerca el ejército bolchevique a liberarlos. En el limbo están los ciudadanos, recibiendo el impacto de las bombas y la barbarie. Erzsébet, una heroína de la multitud, busca salvar a su padre, un científico que no militaba en ningún partido, de una férrea moral democrática, y por eso era el chivo expiatorio de los bandos en cuestión. Su esposo, Tibor, ha preferido huir del país para no participar en la catástrofe espiritual de la guerra. Pero ella se queda al lado de su padre, que sobrevive en estrechos sótanos, escondiéndose de sus enemigos.
Lo más importante de Liberación es el tratamiento literario que da Márai al asedio a que se ve sometida la ciudad. Con imágenes que conforman a lo largo del relato una estética de la destrucción: “Muchos buscan una vía de huida extrema, hacia la muerte. Otros, enloquecidos, permanecen sentados en sus casas, esperándola con las ventanas abiertas”. O el puente Margarita, que ha sucumbido bajo las bombas y “parece un animal prehistórico... un gigantesco reptil caído de rodillas, herido por un cruel cazador”.
La guerra es una fábrica de ruidos y sensaciones. Los ruidos mecánicos de los morteros y las granadas caían “como si un gigante caprichoso estuviera divirtiéndose con ese pasatiempo atroz”. El ser humano, en momentos límite, reacciona de una manera insólita, como la ilustrísima madame que toma champán con los pobres, porque cuando lleguen los bolcheviques nadie sabrá a qué atenerse. O los muertos que son cubiertos con papel de estraza porque las sábanas eran muy caras. Márai va más allá de la ignominia de vencedores y derrotados, y con maestría cruel exhibe un cuadro psicológico de lo que le ocurre al civil en medio de los poderes de la guerra. Y, al final, un fantasma aparece entre los escombros para demostrarle a Erzsébet que la guerra es un horrible sueño nada más pasar la calle. Después de esta travesía dantesca, insistir en la guerra, demuestra que algo enfermo devora a la humanidad. Como si un titiritero macabro siguiera manejando los hilos y ningún Dios pudiera detenerlo.
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