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‘Genio y tinta’

Fue un laboratorio frecuente donde subyacen sus impresiones alrededor del arte literario.

Alfonso Carvajal
La tinta derramada es una simulación de la virtud y el genio. Virginia Woolf (1882-1941) escribió durante treinta años reseñas y ensayos literarios para el Times Literary Supplement. Desde muy joven comenzó este ejercicio pasional, que implica una doble impronta: el de lectora y escritora, que seguramente le ayudó a lanzarse y experimentar nuevas rutas con sus novelas.
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Fue una lectora cómplice, como señala Ángeles Cano; trató a los escritores con equidad, comprendió “sus momentos de exaltación y los periodos de sombras de quien combate por crear algo sólido con la única levedad de las palabras”. Otra anécdota vital, este peregrinar en los libros, le permitió la independencia económica, pues tuvo un padre tiránico que nunca aceptó la muerte de su esposa en plena juventud.
En Genio y tinta encontramos catorce ensayos, que además de hablarnos de otros autores y temáticas, fue un laboratorio frecuente donde subyacen sus impresiones alrededor del arte literario. En excelsa prosa y efervescente reflexión, la escritora londinense nos sumerge en aguas sinuosas y transparentes.
Su ensayo sobre Charlotte Brontë destaca la peculiaridad de las verdaderas obras de arte; en cada nueva lectura uno intuye como “si la savia de la vida corriera por sus hojas e, igual que los cielos y las plantas, tuviera el poder de modificar la forma y el color de estación en estación”.
La considera una plasmadora de emociones: “Sus personajes están tan vinculados por sus pasiones como si los uniera un reguero de pólvora”. En el capítulo ‘Cómo afecta a un coetáneo’ se sincera y habla de que vivimos en una era de fragmentos, de algunas páginas, un capítulo, o estrofas inmortales, y se pregunta si podemos pasar a la posteridad con un puñado de páginas sueltas.
Y buscando obras maestras, señala unos poemas del señor Yeats; de Lawrence, algunos momentos de grandeza; de Eliot, un creador de expresiones; del Ulises sentencia: “Fue una catástrofe memorable: inmenso en su atrevimiento, terrorífico en su desastre”.
En el capítulo ‘Horas en una biblioteca’, la anima el asombro que le produce el placer de leer. Estemos de acuerdo o no, sus percepciones nacen de un hecho imponderable: sus lecturas. En su diario señala con tristeza, al terminar su ciclo de comentarista, que ofició para extender la esperanza en el magnetismo intrínseco de los libros.
ALFONSO CARVAJAL
Alfonso Carvajal
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