Luego de que un sombrío personaje de nuestro atribulado país utilizara con insanas pretensiones el término ‘ideología de género’, un ramalazo sacudió el mundo de la cultura al designarse como premio Nobel de Literatura al compositor norteamericano Bob Dylan. ¿Otra mala interpretación de la ‘ideología de género’? No tengo nada contra Dylan, el pacifista, el roquero, el compositor musical; es más, he sido un oidor pasional del rock, pero, siguiendo este orden de ideas, los Beatles pudieron haber ganado con supremacía el Nobel y Michael Jackson ser uno de sus nominados.
Ya Vargas Llosa, que ha estado muy callado con esta polémica decisión, había advertido la farandulización de la cultura. El profesor Francisco Barbosa señaló con sarcasmo ficcional que Donald Trump podría haber comprado el premio Nobel. Son los tiempos frugales y difíciles que vivimos. Existe un marasmo conceptual entre la difusión mediática de la cultura popular y la creación artística. La calidad no se debe cuantificar. Tiene valor por sí misma. Y no es un asunto elitista, ni de gustos, es de género. Pero Dylan no tiene la culpa, es más un desliz de la Academia Sueca, o si no cómo interpretar su silencio. El argumento es endeble: “Si miramos miles de años atrás, descubrimos a Homero y a Safo. Escribieron textos poéticos hechos para ser escuchados e interpretados por instrumentos. Sucede lo mismo con Bob Dylan. Puede y debe ser leído”. Estos textos de los que habla la señora Danius llegan hasta nosotros como obras literarias, no como piezas musicales. Provienen de la narración oral y gracias a la escritura permanecen en el tiempo. A Homero y Kafka se los lee todavía, no se los escucha en CD o en conciertos multitudinarios.
Faciolince afirmó: “Sin el sostén de la melodía, la mayoría de los versos contemporáneos resultan banales”. Yo agregaría que requieren de otro género para brillar, lo que la literatura lo hace por sí sola. Los medios de comunicación tienen su parte al declarar la cultura como un segmento de entretenimiento. Escritores como Steiner, Philip Roth o el hermético y laborioso Lobo Antunes merecían otra oportunidad sobre la Tierra. En una época tan audiovisual, donde la juventud prefiere lo inmediato, el menor esfuerzo, es un bofetón contra la lectura. Contra el pensamiento. Sin meterle mayor ideología, es una cuestión de género, no más.
Alfonso Carvajal