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¿Quién reina en el caos venezolano?

¿Qué maquinó el régimen? Hacernos creer que es el ojo que todo lo ve. Asimismo, buscó conjugar al Gobierno con la dirigencia opositora. El mecanismo es tan ingenioso como perverso.

Detrás de la espantosa crisis nacional existe una brillante estrategia de mantenernos como en el limbo. Construyeron un gran laboratorio propagandístico para impulsar un proyecto totalitario que busca la perpetuidad más allá del cadáver de la nación. Somos víctimas de un ensayo que auspicia la desmovilización de las fuerzas del cambio hasta atomizarlas. Veamos la que acaba de ocurrir con el cambio del billete y la introducción de los nuevos signos monetarios: al principio nos mostró el abismo en plenas fiestas navideñas; cada uno de nosotros acudió a los bancos a realizar el canje respectivo, una atmósfera de impotencia nos condujo al desespero. La frustración del venezolano se incrementó con el paso de las horas. Luego de poner a sufrir a toda la nación con la disparatada acción, recogieron el guante y suavizaron la medida extrema. Algunos sectores se atribuyeron el momentáneo éxito de hacerlos retroceder con su apresurada medida. Nada más lejos de la realidad. Ellos lograron que el desbarajuste cundiera tan profundamente hasta dar la sensación de lo imposible que es lograr sacarlos de Miraflores.
Mientras nuestras contradicciones se miran el ombligo, ellos avanzan. ¿Qué maquinó el régimen? Hacernos creer que es el ojo que todo lo ve. Asimismo, buscó conjugar al Gobierno con la dirigencia opositora. El mecanismo es tan ingenioso como perverso: si ambos son malos, la gente terminará quedándose con el que gobierna. Una especie de manchar a la competencia con la miseria propia y –en medio del patuque– lograr que todos sean lo mismo. Si todos son iguales en desdichas, adivinen: ¿quién sobreviviría? Sencillamente, aquel que obtente el poder. Esa es la práctica del caos como mecanismo de hipnosis política. Son los recursos que utilizan los regímenes comunistas para garantizar que sus procesos se mantengan a través del tiempo. Lo que observamos en Venezuela no es que el gobierno de Nicolás Maduro recula por la presión de todos los factores democráticos. Es precisamente todo lo contrario: avanza en su plan de adoctrinamiento y aniquilación de toda expresión contraria a sus intereses. Están introduciendo planes funestos, como el nuevo diseño curricular, ante el silencio de la nación distraída. Mientras los líderes democráticos andan desbocados por sus pretensiones electorales, Venezuela queda a merced del laboratorio de ensayos gubernamental.
Esa falta de tino no va llevando al terreno fangoso que requieran para desplegar toda su artillería. Van logrando el tiempo que requieren para ir quebrando cada espacio hostil. Observemos el trato que le dan a la Asamblea Nacional: desde que la perdieron, se dedicaron a disecarla hasta dejarla como un carapacho olvidado en cualquier rincón. Eso no es una casualidad movida por la premura del momento. Es simplemente una planificación que estaba diseñada para llevarla a cabo en caso de perder el control del ente legislativo, como en efecto ocurrió. Es la estrategia de romper cualquier escenario disidente, dando la sensación de que es un espacio sin importancia, del cual se puede prescindir. Adolfo Hitler mandó incendiar el parlamento alemán la noche de los cristales rotos; el chavismo los aprisiona con la bucólica madrugada de los pillos del TSJ. Es la misma aritmética totalitaria, pero respetando el contexto histórico general y las formas de sometimiento.
El caos es el caldo de cultivo del comunismo eterno. Es su alimento predilecto. Estos regímenes necesitan del conflicto para poder llevar a cabo sus propósitos. Solo la volatilidad social les sirve como ancla para su epopeya. Sin un adversario al cual ridiculizar, jamás podrían crecerse en medio de sus incompetencias. La experiencia venezolana viene recurriendo a estos atajos que generaron los soviéticos en los primeros años del ingenio bolchevique; posteriormente fue perfeccionado por los nazis hasta que sus principios fueron llevados a cada mecanismo de control totalitario. Como podemos inferir, las revoluciones se alimentan de las contradicciones.
Si logran que la espiral de violencia imponga la agenda, su estrategia tendrá una probabilidad de lograr colocarse en la cresta de la ola. El caos hace crecer sus larvas, siguen avanzando mientras algunos líderes creen que están destruidos. Craso error cuando nos enfrentamos con este tipo de administraciones sin escrúpulos.
Alexánder Cambero
alexandercambero@hotmail.com
Twitter: @alecambero
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