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La maldición de los recursos no extraídos

No podemos ser un país vestido de harapos, mientras el oro lo tenemos enterrado en el jardín.

Un viejo vestido de harapos lloraba inconsolable porque no podía darle educación, comida ni ropa a sus hijos. Un vecino se le acercó y le aconsejó vender el pedazo de oro que guardaba enterrado en el jardín. ¡De ninguna manera! ‒dijo el viejo‒, si me deshago del oro, seré pobre.
Esta fábula se hace realidad en algunos municipios que guardan bajo tierra una gran riqueza de minerales, petróleo y gas, con la que sus habitantes podrían tener más oportunidades y una mejor calidad de vida. Sin embargo, prefieren coleccionar su fortuna en el subsuelo y soportar la pobreza en el suelo.
Es inocultable. Miles de familias han tenido más oportunidades gracias a las consecuencias de los recursos minero-energéticos.
En los últimos cuatro años, por regalías se han mejorado más de 50.000 kilómetros de vías, invertido en 700 instituciones educativas, y 10 millones de colombianos han tenido acceso a agua potable. Además, se han construido más de 95.000 viviendas, 270 entidades de salud y más de 1.700 sedes deportivas.
A pesar de eso, parece muy difícil, incluso vergonzoso para algunos, defender a la industria extractiva en los debates públicos. Ni los números sirven. Las estadísticas son despreciadas y las emociones relumbran en las discusiones.
Los contradictores tienen muchos argumentos a favor. Sin duda. El petróleo puede contaminar, puede corromper sociedades, podría acabar con otras actividades productivas. Varios autores exponen modelos africanos donde así ocurrió.

De todos depende que el país logre beneficiarse: la industria debe estar lista técnicamente para proteger el medioambiente

Pero todo eso sucede cuando los hidrocarburos son extraídos irresponsablemente y donde no hay instituciones fuertes. Pocos conocen y no reconocen que es posible realizar la actividad de forma responsable, generando oportunidades y empleo, mientras se mitiga el impacto ambiental y cultural.
Lederman y Maloney, en ‘Natural resources, neither curse nor destiny’, por mencionar un solo estudio, encuentran que la relación entre recursos naturales y crecimiento podría llegar a ser positiva. Otros expertos destacan los casos de Australia, Noruega y Canadá, donde la población se ha favorecido notablemente de este sector.
Toda acción humana deja una huella. Tampoco hay duda. Algunas más profundas que otras. Por eso, siempre deben existir estándares técnicos y ambientales para asegurar que una actividad se haga bien. Así pareciera ocurrir con la exploración y explotación de yacimientos en el mar y en zonas no convencionales.
Colombia tiene un alto potencial para el hallazgo de hidrocarburos tanto en el mar Caribe como en zonas continentales a más de 1.000 metros bajo tierra. También somos uno de los países más desiguales del continente, por lo que es consecuente y necesario seguir adoptando una política energética sostenible que ayude a financiar el cierre de las brechas sociales.
Las técnicas usadas para explotar los recursos naturales no son más que eso, técnicas. No son buenas ni malas. Son perjudiciales si se ejecutan sin parámetros objetivos, son buenas si se cumplen los estándares.
De todos depende que el país logre beneficiarse: la industria debe estar lista técnicamente para proteger el medioambiente; las autoridades deben tener el músculo suficiente para hacer respetar la regulación, y la población civil debe tener sus ojos encima para que sus recursos sean extraídos responsablemente y para que las regalías sean invertidas donde más lo necesitan.
La riqueza abandonada en el subsuelo no será nunca riqueza. No podemos ser un país vestido de harapos, con necesidades básicas insatisfechas, mientras el oro lo tenemos enterrado en el jardín.
ALEJANDRO RIVEROS
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