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La ‘renuncionitis’

Cuando pedimos la renuncia de las personas del Estado atentamos contra las finanzas públicas.

El gobierno de Iván Duque se ha destacado de forma negativa de muchas formas, pero quizás una por la que lo recordaremos sea por el gran número de renuncias, cambios y movimientos de sus ministros y de los personajes allegados a su partido. Las renuncias que ha tenido que solicitar han estado acompañadas de un gran escándalo nacional y de una ciudadanía que las reclama con gritos en las calles o por medio de trinos virales.
Algunas veces, estas renuncias han tomado más tiempo del que la ciudadanía desea, lo cual ha hecho que la percepción de que el Gobierno no escucha y de una inconformidad general con el Estado solo vaya en aumento. Sin embargo, hoy me gustaría ir en contra del clamor de los jóvenes en las redes sociales al solicitar la renuncia de Jennifer Arias por su plagio en la tesis y explicar que las renuncias muchas veces parecen una solución inmediata pero no estructural de un problema que aqueja a nuestro país.
Cuando sucedió el estallido por la reforma tributaria que propuso Carrasquilla, la cosa parecía sencilla, echarlo era la mejor opción para que su proyecto se retirara de la aprobación del Congreso. Bastaron unos meses para que el Gobierno pusiera una nueva cabeza y, con ella, una nueva reforma con el nombre de ‘Ley de inversión social’, necesaria por demás, pero que según los expertos era peor con el bolsillo de los colombianos que la anterior. Esta segunda reforma no pasó por el ojo público, y muchas personas hoy en día no saben que ya se aprobó y empezará a implementarse a partir del año siguiente. Carrasquilla pasó a ocupar el cargo de Carolina Soto en el Banco de la República y el escándalo se olvidó.
Otro caso conocido es el de Abudinen, exministra de la Tecnología y la Comunicación, quien había incumplido la promesa de conectar con centros digitales escuelas rurales en regiones apartadas del país. Este caso se hizo mediático porque los contratos fueron adjudicados a empresas que no tenían la capacidad o experiencia para realizar la labor y, además, habían incumplido en el pasado con un programa de bilingüismo para La Guajira. El presidente Duque pidió la renuncia de la ministra ante el clamor popular, la ministra cogió un vuelo internacional y desapareció del radar político. El caso no se resolvió; el dinero, cerca de 70.000 millones de pesos, tampoco apareció, y las escuelas rurales nunca lograron tener los centros digitales que les prometieron.
Frente a estos dos casos, y el que ahora está en boca de todos de la presidenta del Congreso, Jennifer Arias, me asalta la duda de si las renuncias son realmente efectivas. Cuando pedimos la renuncia de las personas del Estado estamos atentando contra las finanzas públicas, pues exigimos que pongan a alguien más en ese lugar, que tardará unos meses (que no tiene el Gobierno) en formarse para ser idóneo para el cargo. Por otro lado, los problemas por los que se van nunca llegan a tener una solución real, simplemente desaparecen del ojo público como si guardáramos el polvo debajo de la alfombra. Además, estos personajes son rápidamente ubicados en otro cargo en el que sean menos mediáticos porque ciertamente el Gobierno les debe algún favor político.
Mi invitación para los jóvenes no es a que dejemos de exigir renuncias, todo lo contrario, debemos exigirlas; pero debemos también seguir luchando porque tengamos reformas justas, promesas cumplidas o, en el caso de Jennifer Arias, un debido proceso antes de una solución inmediata e ineficaz. No basta con que las cosas desaparezcan del ojo público, debemos velar por que se cumplan nuestras demandas como sociedad.
ALEJANDRO HIGUERA SOTOMAYOR
(Lea todas las columnas de Alejandro Higuera en EL TIEMPO aquí).
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