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Sí a la paz

Sí a la paz

¿Con qué derecho vamos a decidir que los jóvenes humildes de Colombia, que son al fin y al cabo la carne de cañón de esta guerra, tienen que seguir sacrificando su futuro por el conflicto?

Aquí estamos, parados frente a la posibilidad de firmar un acuerdo para terminar un conflicto de más de medio siglo que nos ha marcado la vida a todos, y estamos aterrorizados. Esta guerra nos ha unido y nos ha definido. Es nuestra marca, nuestra carta de presentación, nuestra medalla de honra. Ser colombiano es ser duro, ser guerrero, ser berraco. Nos hemos pasado los últimos 50 años en estas y no solo hemos sobrevivido, sino que nos sentimos más fuertes, y vemos con cierta superioridad cómo los narcotraficantes desestabilizan a México o cómo Venezuela, el rico del vecindario, se hunde en la pobreza bajo el peso de la corrupción y la incompetencia. La guerra es nuestra causa común y no solo no nos ha doblegado, sino que nos ha dado propósito e identidad. Con todo lo que abominamos esta guerra, nos cuesta mucho imaginarnos vivir sin ella.

Y es que parar la guerra no es apenas abrirles la puerta a los miembros de las Farc para que se sometan a la justicia y se integren a la vida civil. Dar ese enorme paso en una dirección tan distinta del camino que ya conocemos y al que nos hemos acostumbrado significa que tenemos que ser una verdadera democracia. Que tenemos que comportarnos con respeto y civilidad, aprender a dirimir nuestros conflictos sin que medien los insultos o las balas, y ser una sociedad justa y participativa no apenas en el papel sino en la realidad. Frente a la disyuntiva de un pasado horrendo pero conocido y un futuro incierto que exigirá algo nuevo de cada uno de nosotros, el miedo está jugando un papel. Entendamos eso y no dejemos que sea el miedo el que tome la decisión.

Hay muchos que desde su posición de expresidentes, de líderes políticos, gremiales o de opinión entienden ese miedo y lo manipulan en su provecho. Quienes definen el acuerdo como “paz con impunidad” no solo mienten y tergiversan lo acordado, sino que se sacuden la responsabilidad de hacer que Colombia sea un país que les funcione a todos. No apenas a ellos, sino a todos. Mantener el statu quo, guerra incluida, es la fórmula de su éxito y quieren preservarla. Entendamos eso también, y no nos dejemos manipular.

Porque la verdad es esta: si este acuerdo de paz –el mejor al que se ha logrado llegar en toda la historia del conflicto– no es aprobado en el plebiscito, a la vuelta de 10 o 15 años vamos a estar otra vez en esta situación. Pero claro, con más odio, más muertos, más desplazados, más mutilados por minas antipersonas, más viudas y más huérfanos. Y, sobre todo, con más jóvenes con la cabeza dañada para siempre por el horror de una guerra que les toca pelear a nombre de unos señores que mandan y desmandan desde sus confortables residencias de las capitales y sus majestuosas fincas que se extienden hasta donde alcanza la vista.

Yo me pregunto: ¿con qué derecho vamos a decidir que los jóvenes humildes de Colombia, que son al fin y al cabo la carne de cañón de esta guerra, tienen que seguir sacrificando su futuro por un conflicto para el cual hemos por fin encontrado un principio de solución?

Votar No en el plebiscito es robarles el futuro a esos jóvenes y, de paso, postergarle el futuro a todo el país. Es patear la pelota para adelante, hacerse el que no es con uno y dejar que otros, quién sabe si la próxima generación, vean cómo se resuelve el problema.

El cambio, como bien dice el expresidente brasileño Fernando Henrique Cardoso, es casi siempre un paso en la oscuridad. Y se necesitan persistencia, discernimiento y coraje para atravesar los momentos iniciales, que son siempre muy difíciles. Todos tenemos miedo, pero tenemos que pensar que estamos juntos. Digámosle Sí a la paz.


Adriana La Rotta

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