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Va de Neil Young

Oír música en el aislamiento es como volver a escuchar por primera vez las canciones.

Ni idea debe de tener Neil Young de que alguien en un diario colombiano cuyas páginas editoriales giran en torno a la política está escribiendo sobre él un jueves a las dos de la mañana no porque se haya trasnochado, sino porque se acaba de despertar, mientras oye canciones suyas compuestas hace medio siglo. Muchos no sabrán de su música, otros la habrán oído sin saber de quién es, como en aquella escena de American Beauty. Los más despistados creerán que Neil Young es un exfutbolista mediocre, algo así como el ‘5’ del Chelsea antes de que Roman Abramovich comprara el equipo.
Oír música en el aislamiento es como volver a escuchar por primera vez las canciones que siempre te gustaron; les pones atención a la letra y son tan bonitas, como si las hubieran escrito especialmente para ti. Hay gente que no puede vivir sin música y la hace sonar todo el tiempo mientras hace otras cosas, lo que me parece agobiante no solo porque en esos casos la música se convierta en ruido, mero relleno, sino porque la vida necesita silencios.
Mi mejor beso lo di sin banda sonora, en la mitad de una calle vacía. Era domingo por la tarde, tenía 20 años y llovía, todo un cliché, pero qué sería del amor sin clichés. Y, aunque la música ayuda mientras estudias o vas en un carro, lo justo es que el plan sea sentarse a oírla, ponerle cuidado a ver qué tiene que decirte, porque cuando te dedicas a eso y solo a eso, las canciones suenan diferente.
La música te devuelve a un momento, a alguien, a la escena de una película, pero al final todo te remite a la música de tu infancia, cuando pasaste de las canciones de cuna que cantaba tu madre a sintonizar la radio por ti mismo, o la de tu adolescencia, cuando te escapabas a fiestas y descubrías sonidos que no sabías que podían hacerse. A Neil Young siempre lo había oído, pero a lo lejos, y gracias al aburrimiento de este encierro me senté sin afanes para descubrir que si escarbas bien, siempre habrá algo nuevo, y que hay gente de otros lugares y otros tiempos a la que le dolían las mismas cosas que a ti.
Porque, a veces, la música no se trata de sonidos, sino de letras. Hay que cogerles la esencia, apenas una línea, la que te atrapa y define todo. Hace poco compartí en Twitter 'Don’t Let It Bring You Down' porque me gustó cuando decía: “Don’t let it bring you down, it’s only castles burning. Find someone who’s turning and you will come around”. Frases de ese estilo fueron las que me hicieron querer escribir y pensar que yo era capaz de transmitir eso también, pura vanidad y afán de conectar con el mundo entero, supongo.
Claro que lo del mundo entero es un decir, porque el tuit con la canción no tuvo mucho eco que digamos. Comparte uno una canción de Neil Young en la que cada línea es una revelación de vida y no pasa de diez favs, pone en cambio a Bad Bunny y tiene 500 millones de reproducciones en YouTube. Y no pretendo desacreditar el reguetón, así no sea mi género favorito, pero yo no sé si es basura lo que tenemos en la cabeza o qué.
Perrear está bien, no solo te enfiesta, sino que te puede llevar a tener sexo sin compromiso, pero vivir solo del perreo es llevar una vida de mierda, con todo respeto. Hacer una canción y conectar diciendo que uno lo que quiere es tener plata, andar en yate y participar en bacanales llenas de alcohol y sexo es muy fácil porque por alguna razón eso se convirtió en sinónimo de tener una buena vida; conectar, en cambio, cuando dices cómo te sientes es más jodido porque nadie quiere quedar con sus miserias expuestas.
El mundo está manejado por personas que no oyen música pero saben rentabilizarla. Y como saben que es un negocio, graban tanto a Neil Young como a Bad Bunny, pero tienen claro que lo que más vende es olvidarse de uno mismo a punta perreo.
Adolfo Zableh Durán
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