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Siempre se puede estar peor

Por hacernos los que nos la sabemos todas y no entender nada es que nos meten goles como Duque.

Uno no puede presentar todos los días un programa de televisión sobre el manejo de la crisis del coronavirus y al mismo tiempo gobernar uno de los últimos países del mundo que han empezado a vacunar. Eso es hacerse el responsable y preocupado ante las cámaras mientras se es no solo descuidado e indiferente en la práctica, sino lo suficientemente caradura para que no le importe. O sí puede, de eso se trata liderar una democracia tan frágil como la nuestra: posar de juicioso mientras por detrás obras a placer porque eres el Presidente y ni tu propia incompetencia puede tumbarte porque te aseguraste de poner el establecimiento a tu favor.
Los colombianos vivimos convencidos de que lo hemos visto todo porque subestimamos nuestra capacidad de superarnos, pero estos tiempos suponen un nuevo reto. A la corrupción y la violencia ya estábamos acostumbrados, acá nos matamos hasta por una empanada y no pasa nada, pero esta especie de show del horror transmitido por televisión cada veinticuatro horas representa algo totalmente nuevo para nosotros. Es un show triste, pero show al fin y al cabo, y lo más aterrador es que nunca se sabe qué nueva sorpresa va a traer.
¿Recuerdan el video de Duque sosteniendo un vaso de agua y otro de jugo para explicar cómo funcionaba la economía naranja? Pues ese es el nivel, no se puede aspirar a más. Y es fácil decir que lo mejor es no mirarlo, pero es que está ahí, sigue al aire lo sintonicemos o no, y eso es lo que jode. Con un ejercicio didáctico de ese calibre la reacción inmediata es reír, pero superada la sorpresa, lo que se siente es una desazón a la que es difícil sobreponerse. Es que no puede ser. ¿En qué país vivimos? ¿A qué persona elegimos, por Dios? Lo de los vasos se dice con ligereza, como si fuera una anécdota de hace mucho, pero ocurrió la semana pasada apenas, lo que pasa es que este gobierno no para, no nos hemos recuperado de un ridículo cuando ya está produciendo otro.
Resulta ligero decir que somos Venezuela, ligero e inexacto porque, por mal que estemos, no nos encontramos ni cerca, por ahora. Sin embargo, tenemos un Presidente que en algunos aspectos no es igual al de Venezuela, sino exactamente igual a él: obra a placer mientras le dice al país en horario prime que todo anda de maravilla, y no le importa. Y no lo hace por tonto, que tonto no es por mucho que quiera hacernos creer tal cosa. Hacerse el pendejo es de las tácticas más antiguas y efectivas que se conozcan.
Y parece que no hay salida porque mientras el Presidente hace world tour junto con sus funcionarios con las tres vacunas que nos mandaron, rinde un jugo para explicar un tipo de economía que no arranca y promueve una reforma tributaria que atacaba cuando era senador de la oposición, la alcaldesa de Bogotá, que se supone es de otra estirpe, le dice con desdén a una mujer desempleada que trabaje juiciosa. Hacia donde se mire, el desierto.
Siempre fue desesperanzador ser colombiano, pero nunca antes se había sentido tan fuerte como ahora, haber nacido acá es más un lastre que un orgullo. Tanta impotencia y tanta rabia, tanta gente sobreviviendo apenas, esperando el día de su muerte (que, además, puede ser cualquiera) a manera de liberación, mientras que desde arriba nos hablan de la maravilla de país en el que vivimos.
Tampoco nunca en la historia habíamos estado tan bien informados, o sobreinformados más bien, y aun así el nivel de razonamiento es cada vez más bajo, nos estamos acostumbrando a usar la ignorancia, el cinismo y el odio como principal argumento. Por hacernos los que nos la sabemos todas y no entender nada es que nos meten goles como votar por Duque, alguien que puede producir tanta risa que, más que ser el que dijo Uribe, parece que fuera el que dijo Jeringa. Por otro lado, Jeringa es uribista: al final todo encaja.
Adolfo Zableh Durán
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