¡Hola !, Tu correo ha sido verficado. Ahora puedes elegir los Boletines que quieras recibir con la mejor información.

Bienvenido , has creado tu cuenta en EL TIEMPO. Conoce y personaliza tu perfil.

Hola Clementine el correo baxulaft@gmai.com no ha sido verificado. VERIFICAR CORREO

icon_alerta_verificacion

El correo electrónico de verificación se enviará a

Revisa tu bandeja de entrada y si no, en tu carpeta de correo no deseado.

SI, ENVIAR

Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí.

Problemas con la comida

Le echan la culpa a Petro, pero sus escenarios apocalípticos están pasando en su imaginación.

Adolfo Zableh
Hubo una época en la que comer pollo era un lujo. Al menos en mi casa, donde mi hermana y yo hacíamos fiesta cada vez que mi mamá preparaba tal plato, fuera asado, al horno o sudado. No faltaban la carne roja ni el pescado, pero por alguna razón el pollo solo aparecía en ocasiones especiales, así que crecí convencido de que su ingesta era privilegio de ricos. Hay quien dice que cuando un padre la embarra llega a casa con un pollo asado, pero en mi familia jamás ocurrió eso, y no porque mi papá no la cagara, sino porque tenía otras formas de enmendar sus faltas.
(También le puede interesar: La manzana del pecado)
Por eso hoy como pollo cada vez que quiero consentirme (ya ven cómo son los traumas de la infancia) y en él está basada mi gastronomía. Pero no solo la mía, si le quitas el pollo asado a Bogotá te queda una ciudad llena de restaurantes populares horribles. El punto es que me he vuelto no solo un experto catador de pollos, sino que me apasiona su historia como quien está interesado en la de la Revolución francesa, por decir algo. El dato que más me aterra es que el animal ha aumentado de tamaño 400 % en los últimos sesenta años. Y eso, por muy beneficioso que sea para los consumidores, no puede ser obra de Dios.
No es mentira el dato, en más de un lugar he visto que a mediados del siglo pasado un animal de esos pesaba novecientos gramos, y que hoy alcanza casi los cinco kilos. Y no solo eso, también ha disminuido su tiempo de engorde. Antes, para alcanzar su peso se necesitaban cuatro meses, mientras que ahora se inflan en no más de cinco semanas. ¿Qué les dan de comer? ¿McDonald’s?
Alguna vez estuve en un criadero de pollos, y de solo ver cómo los criaban y sacrificaban no pude comerlo en meses. No voy a dar detalles para no dañarles la vida, pero la visita sí arruinó la mía, al menos por un tiempo. Lo cierto es que ya no comemos pollo, sino un monstruo mutante de carne blanca que de vainas puede moverse y que alguna vez cacareó y tuvo plumas. Tal cosa no va a hacer que deje de consumirlo, pero sí logra que me estrese mientras devoro sus presas.

Alguna vez estuve en un criadero de pollos, y de solo ver cómo los criaban y sacrificaban no pude comerlo en meses.

Otro detalle al respecto es que, gracias a la industrialización del proceso, su precio ha bajado en un 47 % desde que era un simple animal de granja. Este beneficio parece no aplicar para algunos en Colombia, que se quejan de haber pagado por un pollo asado hasta cuarenta mil pesos. No es mentira, de todo hay en la viña del Señor y existen locales que abusan escudándose en la inflación, pero yo he recorrido muchos lugares y se pueden encontrar a entre veinte y veinticinco mil pesos sin problema.
No sé qué le pasa a esa gente, que vive teniendo problemas con la comida. Comen pollos a cuarenta mil, pagan chuzos de mazorca con carne al mismo precio y compraron dólares a cinco mil cuando ni siquiera había pisado los cuatro mil. O no les duele la plata o son unos tontonieles de libro y andan por la vida con un letrero que dice ‘Estáfenme, por favor’. Le echan la culpa a Petro, pero sus escenarios apocalípticos están pasando, al menos por ahora, en su imaginación. Desearían que fueran reales, que el país se volviera invivible con tal de no ver gobernando al político que no les gusta y se hacen los dolidos, pero en realidad no les importa que la gente sufra, solo quieren salirse con la suya.
Ahora el drama es que no se encuentra mostaza Dijon y están de cama. Una amiga me ha pedido que escriba al respecto, y no he sabido qué contestarle. A mí el tema me parece ridículo, chistoso incluso, pero no para plantearlo a manera de denuncia, sino para que veamos lo tontos que somos.
Es cierto que sufrimos si nos tocan las cosas que nos gustan, pero no le encuentro sentido a armar un drama por un artículo de lujo, un capricho más que una necesidad. Pobres aquellos que sufren por la Dijon, ahora les toca escoger entre las otras cinco marcas que se encuentran en el supermercado. Como dice uno de mis memes preferidos por estos días, consíganse un problema honesto.
ADOLFO ZABLEH DURÁN
Adolfo Zableh
icono el tiempo

DESCARGA LA APP EL TIEMPO

Personaliza, descubre e informate.

Nuestro mundo

COlombiaInternacional
BOGOTÁMedellínCALIBARRANQUILLAMÁS CIUDADES
LATINOAMÉRICAVENEZUELAEEUU Y CANADÁEUROPAÁFRICAMEDIO ORIENTEASIAOTRAS REGIONES
horóscopo

Horóscopo

Encuentra acá todos los signos del zodiaco. Tenemos para ti consejos de amor, finanzas y muchas cosas más.

Crucigrama

Crucigrama

Pon a prueba tus conocimientos con el crucigrama de EL TIEMPO

Más de Redacción