¿No están cansados ya de los políticos? ¿Qué hace falta para reaccionar? ¿Que ‘hackeen’ nuestras cuentas bancarias y se metan a nuestras casas a robarnos a mitad de la noche? Lejos no están.
No hay cifra exacta, pero se dice que la corrupción nos cuesta entre 20 y 40 billones de pesos anuales, lo equivalente a que a cada uno de nosotros nos saquen entre medio y un millón de pesos cada 12 meses. ¿Más cifras que asustan? Hace apenas cinco años la corrupción se calculaba en diez billones, y solo con lo que costó el desfalco de Reficar se hubiera podido comprar la Fórmula Uno. No una carrera, toda la franquicia.
Nuestros dirigentes posan de ser el sistema, cuando son quienes no dejan que funcione. Se las dan de legales, y son la ilegalidad hecha carne; nos comieron de cuento a punta de corbata, gomina y discursos hablando de los niños y la patria. Ese colegio que no se construyó, la calle rota, el hospital a medias, el trámite que demora meses, el preso que no resuelve su situación judicial, las guerrillas que ahora queremos desmovilizar. Agradézcales a los políticos, que son nuestro cáncer cáncer. Y a su lado nosotros, los electores, que hacemos parte del problema y no de la solución.
Nadie se salva. Esto no se trata de Uribe, Zuluaga o Santos, Vargas Lleras, Peñalosa o Petro, del concejal de pueblo, del que vota por el amigo o del que vende el voto por un electrodoméstico. Todos estamos untados, porque para operar en un sistema corrupto hay que serlo; no se llega a presidente de una cloaca sin ensuciarse. Dijo Alguna vez Antanas Mockus que el dinero público era sagrado. Cerca, pero no; lo que es sagrado es robárselo.
Si el éxito del Diablo es habernos hecho creer que no existe, el de los políticos es actuar como enemigos, cuando lo cierto es que se tapan unos a otros, se turnan para robar. En público pelean, mientras que en secreto pactan. Fingen diferencias irreconciliables para distraer mientras los votantes discuten por quién es, no el mejor, sino el menos podrido. Mire cuánto gana un funcionario y mire la vida que lleva. Los números no cuadran.
Trafican con todo: influencias, comisiones, drogas. Son mafiosos, pero les va mejor porque operan con la ley de su lado. Se valen del votante para llegar, y del sector privado para financiarse. Para las elecciones presidenciales del 2014, el tope de gasto fue de hasta 30.000 millones de pesos. Eso no suena a gasto, sino a inversión. ¿Por qué alguien querría gastarse tanto dinero para cargar con el estrés de gobernar a Colombia? ¿Para ayudar a la gente? Sí, claro.
Tengo un primo al que le gusta incendiar las reuniones familiares. Cuando llega la hora de hablar de los políticos, dice que deberían matarlos a todos. No de una, sino torturándolos para que tengan tiempo de pensar en lo que hicieron mientras sufren. A mí la propuesta me seduce, pero entiendo que no es la salida y que ideas así son para expresar en comidas privadas y no en un espacio como este.
Esa gente ha robado toda la vida y lo seguirá haciendo, porque no les pasa nada. ¿Saben qué sirve? Tolerancia cero hacia la corrupción. Penas duras y cárcel con un propósito: no para que se pudran, sino para que se regeneren, salgan y arreglen el daño que hicieron. Que sepan que si hacen torcidos van a tener que pagar con esta vida y la otra. Un político con miedo, qué delicia de escena.
Otra propuesta: nada de medicina prepagada, camioneta con escoltas, colegio Anglo Colombiano, Universidad de los Andes o bufetes privados para nuestros dirigentes; que sea obligatorio para ellos y sus familias usar las EPS, montar en bus, asistir a universidades y colegios públicos y contratar abogados de oficio. Que se unten del mierdero que ellos mismos crearon, les aseguro que en su afán por repararlo en cuatro años estamos mejor que Japón.
Adolfo Zableh Durán
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