Quiero decir unas palabras sobre Donald Trump, a pesar de mi instinto natural: miedo. Así me la he pasado, evitando hablar de temas incómodos para no complicarme la vida y detestando al sistema, pero coqueteando con él porque estar adentro es mejor que estar afuera. Desde que estudiaba periodismo supe que yo no iba a arriesgar mi vida por ejercer el oficio, y pienso mantenerme así, pero hablar de Trump ahora que no se ha posesionado como presidente es lo que toca.
Y tengo miedo porque me gusta Estados Unidos y quiero volver. Tal vez exagere y me esté dando demasiada importancia, no creo que una columna mía llegue a convertirse en asunto de Estado, pero casos se han visto, como el del joven inglés que a su llegada a Los Ángeles fue tratado como un terrorista y deportado por haber tuiteado que iba a destruir al país y a desenterrar a Marilyn Monroe. Lo primero hacía referencia a que se iba a ir de fiesta hasta que el cuerpo aguantara, mientras que lo segundo era una cita del programa de televisión Padre de familia.
Y está bien sentir miedo, quiere decir que se está en sintonía con su cultura. Estados Unidos es el país del miedo, lo sientes desde que llegas y haces la fila de inmigración, temeroso de que te manden al cuartico así no hayas hecho nada. Ni a tu padre le demostrabas el mismo temor que le tienes al agente de inmigración que te toca en suerte. A eso súmale que a la entrada te pueden pedir las cuentas en redes sociales, así que cualquier cosa que compartas en internet podrá jugar en tu contra. A mí me sigue hace años en Twitter la embajada de Estados Unidos, y no ha pasado nada; igual, no bajo la guardia. Ya después entras y todo es fiesta, pero los nervios de antes solo se curan después de ir a Disney, subir al Empire State y hacer muchas compras.
En Estados Unidos no te informan que viene un huracán, te incuban pánico hacia él. Se vive con miedo a que tu vecino sea un asesino en serie, a que cualquier árabe sea un terrorista en potencia o a las leyes en general. Eso por nombrar lo malo, porque bueno, mucho. No será el mejor país del mundo, como muchos de sus habitantes creen, pero es el imperio más poderoso que ha visto la humanidad, y eso tiene su mérito. Por eso llama la atención que una tierra que ha dado artistas, pensadores, científicos e industriales y que cambió la cara del mundo haya elegido a Trump, más allá de que el discurso dado esta semana se haya cimentado en el miedo que tanto ha impuesto.
El muro, Israel, el calentamiento global, la seguridad social, las armas, el trato a la prensa, todo lo dicho genera pánico. Estados Unidos se ha fortalecido gracias también a las guerras, y en eso hay coherencia porque ahora lo preside una persona agresiva. Recuerdo que cuando viví allá, en la oficina de recursos humanos del lugar donde trabajaba había un letrero que decía ‘Bienvenido a un país agresivamente amable’. Eso es.
Trump es también acorde con los tiempos de incertidumbre que vivimos. No es muy diferente a Obama, como se piensa; la única diferencia entre los dos es que el ex es más diplomático y con carisma, pero los dos son lo mismo: presidentes del país más poderoso. El tema es que si Trump va a manejar su presidencia con la misma volatilidad de su cuenta de Twitter, estamos en problemas. Elegir a un mal tuitero es un lujo que se puede dar Colombia, ya lo hemos visto con Peñalosa, Petro y Uribe, pero no Estados Unidos. El incidente de los Globo de Oro con Meryl Streep no está a la altura de un líder.
Por eso aclaro, y más que aclarar voy a rogar, que no quiero que me veten en Estados Unidos. Les temo, y no de ahora, pero me gustan. No me vayan a negar la entrada ni a revocar la visa, que yo no le hago mal a nadie, salvo a mí mismo, y a ratos. Encima, este año quiero visitar a mi hermana, mis sobrinos y a un par de amigos. Que así sea.
Adolfo Zableh Durán