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Disculpe usted

El machismo es como la droga: crecimos con él, está en todos lados y por eso no lo vemos.

El domingo escribí en Twitter, abro comillas, Una mujer que se tome pocas, poquísimas selfis. Y si lo hace, que sea para mandar en privado. Cierro. Al día siguiente, era 'trending topic' (sueño cumplido), porque muchos asumieron que el mío era un comentario machista.
Voy a explicar el tuit, no sin antes decir que es ridículo hacerlo. Ese día ocurrió algo que me hizo pensar en una mujer con la que salí y a quien poco le gustan las selfis. Cada tanto me sorprendía con una y yo quedaba con ganas de más, pero mi única opción era esperar a que se antojara de enviarme otra. Era una rutina que nos gustaba y cuya dinámica fijaba ella. Entonces, mi tuit, más que emitir una orden, expresaba un gusto; y más que expresar un gusto, evocaba un recuerdo íntimo que me dio por volverlo público.
Y mientras más escribo, más ridículo me siento, porque no puedo creer que me esté justificando ante desconocidos y que semejante bobada haya sido tema del día, pero supongo que es lo que pasa cuando sometes al juicio de los demás tus dotes de poeta. Twitter es un basurero, el ser humano en sus horas más bajas. Tiene un nivel tan bajo de reflexión y tolerancia que ‘tuitero’ es ya un término despectivo.
Muchas mujeres respondieron a mi tuit y se las dieron de víctimas, diciendo que yo no podía decirles qué hacer con su cuerpo. De paso, me pidieron permiso para escoger su ropa y me preguntaron si no quería también quitarles el derecho al voto. Mejor dicho, ISIS y yo. Las mujeres sí son víctimas, han llevado del bulto por el solo hecho de haber nacido así y estamos muy quedados en revertir dicha situación, pero una cosa es ser víctima y otra, victimizarse. Si no creo en ningún ismo, menos en el feminismo, muchas veces una pose para congraciarse con la sociedad, una fórmula fácil para ganar adeptos. Defender la vida en todas sus formas, más bien por ahí es el camino.
Lo poco que entiendo de las feministas menos radicales es que luchan por la igualdad entre mujeres y hombres, no piden galantería ni ser protegidas, exigen consideración y respeto. Una quemada en el Huila, una violada en un bus, una acosada en una agencia de publicidad, un diputado que dice que son inferiores (solo por nombrar noticias de esta semana), la historia de la mujer es la historia del abuso. Entiendo eso, y que el machismo es como la droga: crecimos con él, está en todos lados y por eso no lo vemos. De ahí en adelante todo resulta confuso y abierto a interpretación; entonces, optamos por llamar ‘feminazis’ a quienes más airadamente luchan.
Yo no sé si la furia sea el camino. Entiendo su malestar por nuestra forma de tratarlas, pero usar la palabra ‘mujer’ en una oración se ha convertido en una misión peligrosa. No importa lo que vayas a decir de ellas, te van a mirar con lupa y a acabar por lo que dices, pero también por cómo lo dices. Ignoro si esté bien o mal, solo sé que así es.
Las feministas radicales hacen parte del grupo de los políticamente correctos, a quienes todo les incomoda. Es tan sencillo alborotarlos como difícil tenerlos contentos; toses muy duro y se te van encima. Son los nuevos godos y, al igual que los machistas, están tan metidos en su rol que no lo ven. Dan ganas de decir salvajadas solo para verlos dándose golpes contra la pared. Hace poco, la víctima de los policías de la moral fue Emma Watson, porque, según ellos, mostró su piel más de la cuenta en una revista. La actriz se ha hecho famosa por sus películas, pero también por ser una celebridad fuera de lo común, que lidera la lucha de la mujer. Quiero decir que me encantan las mujeres como Watson, exitosas, independientes y tan de avanzada que no pertenecen a este tiempo. La admiro por todo eso, pero cuando veo también lo bonita que es me entran ganas de darle como a cajón que no cierra, y no necesito tu aprobación.
ADOLFO ZABLEH
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