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Detrás de las paredes

Parece que detrás de las paredes que nos protegen nos estamos dedicando a cosas cotidianas.

¿Qué hace la gente detrás de las paredes, bajo las luces de la sala cuando la noche llega? Sospecho que no estamos haciendo mayor cosa y es raro, porque este debería ser un tiempo de crecimiento, de evaluación, pero parece que nos estamos dedicando a los TikToks y las transmisiones en Instagram mientras esperamos a que esto acabe para volver a la calle, desaforados, a armar fiestas y tener sexo. Si estamos pendientes de que se acabe la cuarentena para volver a vivir como lo hacíamos antes, no hemos entendido nada.
Mientras el vecino del edifico del frente estaba haciendo ejercicio con un tutorial de YouTube, yo preparaba espagueti por primera vez en mi vida. La pasta quedó perfecta, como de comercial de televisión, la salsa en cambio sí me salió cualquier cosa, pero por algo se empieza. Parece que detrás de las paredes que nos protegen nos estamos dedicando a cosas cotidianas, que no está mal, pero tiempos extraordinarios requieren acciones extraordinarias. Y no se trata de salir a la calle a rescatar indigentes y perros, que también, sino de pequeñas acciones individuales; trabajar por nosotros mismos es también una forma de salvar el mundo.
Ahora que sobra el tiempo descubrimos que hemos llenado la vida de distractores para no ocuparnos de nosotros mismos, y no poder dedicarnos a ellos conduce al desespero. Es que todo ocurrió tan rápido que nos cogió fuera de base, y no me refiero a ir al mercado a abarrotarnos como para la guerra: bodas y negocios se aplazaron, vuelos y reencuentros se cancelaron, toda la vida se puso en pausa.
El tedio es tal que la gente se está rapando, quitándose la barba que le tardó años cultivar, viendo la ropa girar en la lavadora, alcoholizándose sola. También está hablando mucho entre ella. Probablemente nunca antes en la historia de la humanidad habían existido tantas personas hablando con otras. Lo hacen por preocupadas, por la costumbre de socializar, también por aburridas, porque no tienen nada más que hacer; todos los chats están a reventar y los celulares se están cargando varias veces al día.
Por aburrimiento la gente se la pasa exhibiéndose, dándole patadas a un rollo de papel higiénico, cantando canciones y mostrando cómo pasan el aislamiento, actividades que en vez de dar esperanza dan es ganas de morirse. Lo dicho, hacemos lo que sea con tal de no mirarnos. Antes malgastábamos la vida en la calle y en los centros comerciales, ahora la malgastamos en confinamiento. Quizá es que no hay forma de aprovecharla y vivir no sea otra cosa que perder el tiempo.
Siempre creímos que el fin del mundo nos iba a coger sobreviviendo a un ataque nuclear o enfrentando una invasión extraterrestre, nunca que nos obligaría a quedarnos quietos en casa, y eso nos tiene aterrados. La vida parecía tan fácil que la volvimos la más banal de las cosas. Asegurábamos celebrarla, pero en realidad la vivíamos como si quisiéramos morirnos, y ahora que el peligro de muerte es real han quedado en evidencia no solo nuestros miedos, sino la forma irresponsable como la afrontábamos.
La rareza es tal que hasta las canciones suenan diferentes, por fin las entendemos porque les estamos poniendo cuidado. Esta semana sonó 'Fire and Rain' mientras le hacía aseo a la casa a eso de las once de la noche y me puse a llorar, en especial cuando dijo "I've seen sunny days that I thought would never end". Y no hablo de tres lágrimas, sino un llanto incontrolable. La canción siempre me había parecido bonita, pero nunca había causado tal efecto en mí, tal vez subestimada porque la aprendí en el colegio y di por sentado de que ya estaba chuleada. Ahora que un día volvió en mi adultez no solo es perfecta para el momento, sino que me pone a llorar en la soledad de cuatro paredes y me hace preguntar qué tiene llorando a la gente detrás de las suyas.
Adolfo Zableh Durán
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