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Transición democrática

El programa de sustitución está sembrado de dificultades, pero hay que intentar llevarlo a cabo.

Si cada cuatro años el período de transición, de un gobierno a otro, podía resultar laborioso y a veces conflictivo por los cambios simultáneos y el relevo de programas y de personal, ineludible en tantas ramas de la administración pública, imagínese lo que será y entrañará si el término se duplica para abarcar ocho años de decisiones y giros fundamentales de gobierno.
No en vano ha habido relevo de presidente de la república, el presente año de 2018, mediante elecciones masivas, jamás vistas en suelo colombiano por su elevado número de sufragios y el marco cívico dentro del cual se depositaron. El presidente electo, Iván Duque Márquez, recibió mandato suficiente para disipar cualquier clase de duda. Así debe reconocérsele, sin los subterfugios de mezquinas cavilaciones.
De Joaquín Vallejo Arbeláez se dijo, en mérito de su fabulosa imaginación, que era gitano legítimo, capaz de dorar las más amargas píldoras, como aquella de la devaluación “revaluadora”, y hacerlas tragar a los neófitos, sin inmutarse por la credulidad de sus auditorios. No poco me hizo sonreír cuando me invitó ahincadamente a no correrme de la aceptación del cargo de Ministro de Hacienda, cuando ya conocía la magnitud del déficit fiscal, por cierto lo de menos en aquellas épocas de penurias. Refinada remembranza en tiempos de vacas gordas. Que no viene al caso, pero sí ilustra en forma pintoresca las preocupaciones acuciantes.

El presidente electo tiene mandato claro de sus electores para preparar sus cuadros gubernamentales e ignorar las mezquindades y ruindades que se le atraviesen.

El presidente electo tiene mandato claro de sus electores para preparar sus cuadros gubernamentales e ignorar las mezquindades y ruindades que se le atraviesen. ¿Qué de malo tiene su cercanía, real o presunta, al expresidente Álvaro Uribe? Preocupantes se observan, de otro lado, tres temas concomitantes:
Aplazamiento para su sesión vespertina de ayer del proyecto de la JEP (justicia especial de paz), muy traído y llevado, con suerte definitiva quizá tras escribirse estas líneas. Al que cabría agregar el aumento exponencial de los cultivos de coca en Colombia, el tema hirviente de la extradición de Santrich, a quien se imputa el intento de exportar a Estados Unidos apreciable cantidad de coca, y, en general, los asuntos relacionados con el cultivo de esta planta nociva, al cual se proyecta aplicar sustancia venenosa por medio de drones. Ojalá que operaran rasantes, a baja altura. Colombia ha tenido el afrentoso privilegio de ser el mayor productor mundial de esta mata letal.
De nuestra infancia campesina guardamos el recuerdo de una vida extraordinariamente tranquila, con fragancia de panela y pastoreo de vacas apacibles. Esos tiempos no volverán. No había luz eléctrica, excepto la que el trapiche proveía durante la molienda, gracias a las vueltas de la enorme rueda propulsada por el encauzamiento de las aguas de una quebrada de la cual también obtenían riego otros cultivos. Eran días diáfanos y noches pobladas por el embeleso de las estrellas del firmamento. Nostalgias de épocas dejadas atrás, cuyo recuerdo alumbra nuestra senectud.
Será de ver si esta vez va en serio el programa de sustitución o si será para distraer a la opinión pública nacional e internacional. Sabemos que el programa de sustitución está sembrado de espinas y dificultades, pero hay que intentar llevarlo a cabo. Duele donde doliere. En la misma forma, hay que impulsar la realización de la JEP con las mayores precauciones, para evitar fracasos como el de la exportación clandestina, corriendo el riesgo de convertirse el Estado en rey de burlas. Felizmente los colombianos elegimos competente y experimentado “guardián de la heredad”. Hay que hacerlo respetar.
ABDÓN ESPINOSA VALDERRAMA
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