La reapertura gradual y ordenada de la extensísima frontera entre Colombia y Venezuela, convenida por los presidentes Santos y Maduro, en Puerto Ordaz, a la orilla venezolana del río Orinoco, pareció eclipsada por otros temas calientes: el del plebiscito por la paz, entre el sí y el no, y la supuesta cartilla del Ministerio de Educación sobre la cuestión de género en cuanto daba trazas de sostener que había otro u otros aparte del masculino y del femenino. Versión que parecía confirmar la circunstancia de ser lesbiana reconocida la titular de esa cartera y a la que ella atribuyó la chispa del respectivo debate parlamentario en contra suya.
La controversia enardecida sobre el plebiscito no significa que unos compatriotas sean enemigos de la paz y partidarios de la guerra, sino que en sus posiciones beligerantes expresan su asentimiento o disentimiento a los acuerdos que se vienen concertando en La Habana y que se hallan a punto de entrar en su fase definitiva y definitoria.
A su turno, el debate enardecido en el Congreso y las tribunas de opinión sobre la cuestión de género posiblemente no se hubiera suscitado si otra persona, desprovista de sus calidades singulares, estuviera rigiendo ese ministerio y no se presumiera en ella un ejemplo vivo de las recomendaciones didácticas de la cartilla en cuestión.
Es de reconocer que para muchos compatriotas, quizá en franca y arrasadora mayoría, resulta algo más que cuesta arriba inclinarse a ver con indiferencia esa situación, de hecho escabrosa e indigerible en los derroteros educativos. En cualquiera otra posición de gobierno, sin nexos con la formación de las nuevas generaciones, podría resultar inofensiva y lucir mejor sus talentos.
Volviendo al tema hirviente de la reapertura de la frontera colombo-venezolana, conviene recordar que hace cerca de un año fue cerrada abruptamente por orden intempestiva del presidente Maduro y que su reanudación ha venido a coincidir con la reiteración del encarcelamiento inicuo del líder opositor Leopoldo López.
Pese a este lunar y a otros de su género, nada contrarresta la importancia de reanudar los flujos comerciales y migratorios de las dos naciones. La una, perturbada por su régimen político totalitario, su altísima inflación y su dramática escasez de artículos esenciales, empezando por los llamados de pan coger. No parece extraño que sea en la cercana, casi vecina, región del Catatumbo donde más persistan en sus empeños las bandas insurgentes colombianas, con fácil acceso al vasto y sediento mercado de Venezuela y a su provisión inagotable de combustible.
Venezuela sufre de terrible escasez de productos primarios, y sus gentes procuran aprovechar cualquier oportunidad de abastecerse, siquiera en mínima cuantía, no obstante sus gigantescas reservas de hidrocarburos. Tiene sentido, a su turno, la iniciativa de proveer de combustible a Colombia a través de una profusa red de gasolineras sin intermediarios.
Las oportunidades que la reapertura de la frontera abre son casi infinitas. Basta observar sus índices de inflación, carestía y dramáticas carencias para caer en la cuenta de sus posibilidades y sus urgencias apremiantes de artículos de primerísima necesidad. Por lo pronto, la apertura será peatonal, requerirá la presentación de una tarjeta migratoria de tránsito fronterizo, y habrá un Centro Binacional para la Lucha contra el Crimen Internacional o transnacional. A las limitaciones tentativas del tráfico de mercancías, se espera que vengan convenios ulteriores a liberarlas.
La apertura fronteriza no es sino el paso tentativo inicial. Los demás vendrán por añadidura en cuanto otras puertas se abran. Vaya si hay multitudes ansiosas de llenar los enormes vacíos y de acudir con las manos llenas de divisas hasta donde se lo permitan. Por razones obvias, para nada se menciona el proceso revocatorio del mandato del presidente Maduro.
Abdón Espinosa Valderrama