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A propósito de la visita del Papa

Jamás ha habido nada semejante en expectativa, preparativos y movilizaciones.

Con motivo de la visita del papa Francisco, viene a la memoria la que hiciera, hacia 1968, su ilustre predecesor Paulo VI, a quien personalmente tuvimos la fortuna de conocer, en calidad de ministros del presidente Carlos Lleras Restrepo, en el Palacio de San Carlos, por aquel tiempo sede de los jefes de Estado de Colombia.
Fue en una reunión reservada en la que intercambiamos regalos y pudimos admirar la fibra y la elocuencia caudalosa, de corte netamente italiano, del pontífice. Todavía resuena en nuestros oídos la frase final de su discurso de despedida: “No te decimos adiós, Colombia, porque te llevamos en el corazón”. También gustaba del contacto con las multitudes, conforme pudimos comprobarlo en los diversos escenarios que se le ofrecieron o él mismo procuró.
En la actualidad, todo lo copan las expectativas y emociones por la llegada, en olor de muchedumbres, del papa Francisco. Jamás ha habido nada semejante en expectativa, preparativos y movilizaciones. La circunstancia de hablar el mismo idioma y de haber nacido en suelo suramericano le agrega mayor proximidad al entendimiento de la idiosincrasia, el talante y los problemas de nuestras gentes.
A su turno, la catolicidad del pueblo colombiano le permite inmiscuirse en cuanto atañe a las convicciones de conciencia o a la confraternidad de los miembros de la grey. Nada habrá de vedarle a su misión pastoral intervenir para conciliar discrepancias que puedan conducir a romper la convivencia con actos desenfrenados de barbarie o a comprometerse en organizaciones al servicio de la violencia criminal.

Quiera Dios que la presencia en Colombia del papa Francisco le sea propicia no solo para consolidar la paz sino para impulsar las velas de la renovación y la prosperidad con justicia social

A dar el primer paso en favor de la causa de la paz tiene perfecto derecho por su jerarquía y su misión, cuandoquiera estén en juego los valores de la cristiandad o de la interdependencia de los miembros de una comunidad democrática. No, por cierto, en defensa de criminales desalmados, sino en pro de restañar heridas, cuandoquiera se hayan roto los vínculos de respeto mutuo entre comunidades o individuos. Sin impunidad de crímenes atroces o de cualesquiera otros perpetrados por codicia o bajas pasiones.
Obviamente, en un país en paz florece no solo la tranquilidad interior sino la capacidad de hallar soluciones a las condiciones de miseria e ignorancia de regiones y agrupaciones atrasadas, a las cuales no falta solo el pan diario, sino el conocimiento para avanzar en las técnicas rudimentarias del esfuerzo cotidiano.
A las cosas de comer se agregan otras esenciales en materia de conocimiento que incorpore a muchos a la civilización contemporánea. Por ello mismo, es tan esencial para el bienestar de la nación una economía próspera y equilibrada, con sano e imperturbable dinamismo y niveles adecuados de sus bases primordiales. Así, por ejemplo, las tasas de interés para promover el crecimiento o consolidarlo, según sean las circunstancias.
En la actualidad, se observa debilitamiento perjudicial de la actividad productiva: tal la del ramo textil, entre otras. No en vano se precipitaron dos o tres reformas tributarias, a contrapelo de las necesidades clamorosas del país, arriesgándose a quedarse con el pecado y sin el género. Por añadidura, se comprometieron las autoridades respectivas en un juego de alzas y bajas de las tasas de interés, sin que se haya encontrado el punto de equilibrio. El modelo del Brasil cosechó aquí las mismas amargas consecuencias de deterioro. Se desalentó la actividad productiva y hasta ahora no se ha hallado el nivel adecuado para volver a impulsarla.
Quiera Dios que la presencia en Colombia del papa Francisco le sea propicia no solo para consolidar la paz, sino para impulsar las velas de la renovación y la prosperidad con justicia social.
ABDÓN ESPINOSA VALDERRAMA
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