Del sistema de orquestas que tanto promocionó Hugo Chávez a los calabozos de Nicolás Maduro. Y, luego, del altar de los héroes ciudadanos a la hoguera de las redes sociales. Wuilly Arteaga, el famoso violinista de las protestas en Venezuela, ha deambulado por el cielo y el infierno en los últimos cuatro meses.
Wuilly, de 23 años, nació en el seno de una familia humilde en Valencia, estado Carabobo, centro-norte del país. Su padre era obrero en una fábrica y su madre, costurera. La pareja, que profesa la fe cristiana, se fue con sus tres hijos a vivir en una iglesia, convencida de que pronto el mundo se iba a acabar. “Yo recuerdo que lloré mucho ese día porque me estaban apartando de mis compañeros de clase, de lo que un niño de 9 años necesita. Fue algo doloroso en mi niñez”, confesó en una entrevista en 2014.
A la música llegó tarde. “Empezó a estudiar a los 16 años y se obsesionó; podía tocar diez horas al día, decía que había perdido mucho tiempo y que tenía que ponerse al día”, cuenta a EL TIEMPO una amiga de la familia, que describe al joven como “muy apasionado, con una gran determinación”.
En 2014 ya se contaba entre los violinistas de la Sinfónica Juvenil de Caracas, parte del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela. Aunque ‘El Sistema’ –como se le conoce– fue fundado en 1975, el difunto comandante Chávez lo utilizó como una herramienta de propaganda para proyectar los logros sociales de su revolución a escala mundial valiéndose de figuras como el director Gustavo Dudamel.
Gracias a su virtuosismo, el muchacho pobre que limpiaba una iglesia evangélica en Valencia y descubrió la música clásica por una película, ‘Barbie Cascanueces’ terminó recorriendo Viena y otras seis ciudades de Europa. Sin embargo, la fama no le estaba reservada para los auditorios del Viejo Continente, rodeado de oboes, tubas y chelos, sino en las calles de Caracas en medio de bombas lacrimógenas, piedras y perdigones.
“Wuilly no estaba interesado en la política, estaba centrado en su arte, pero creo que después del asesinato de Cañizales, quien formaba parte de las orquestas, resolvió protestar de forma muy impulsiva con su violín”, observa la amiga de la familia.
Armando Cañizales, de 17 años, también tocaba el violín en ‘El Sistema’ y fue ultimado por un soldado de la Guardia Nacional (GN) el 3 de mayo, siendo uno de los primeros muertos de la represión contra las marchas opositoras, que en cuatro meses dejaron 125 muertos, miles de lesionados y centenares de detenidos.
Dos semanas después de la muerte de Cañizales, Wuilly apareció con su violín en una batalla campal entre manifestantes y cuerpos represivos en Altamira, bastión opositor en el este de Caracas. “Yo estaba tocando en la protesta y se acercaron los motorizados de la GN, y fue cuando uno de ellos me agarró el violín; yo no lo solté, y después comenzó a arrastrarme con la moto por toda la avenida y me pasó por encima”, narró el 24 de mayo en un video que se viralizó en las redes.
La agresión generó una ola de solidaridad hacia el músico, convirtiéndolo en un símbolo de la lucha pacífica y la disidencia ciudadana. Pronto le regalarían otro violín y viajaría en junio a Estados Unidos, donde conoció al cantante Marc Anthony y habló en la sede de Naciones Unidas al lado del clarinetista y saxofonista cubano Paquito D’Rivera. Hasta Shakira le autografió otro violín y expresó su apoyo al joven.
A su regreso a Caracas continuó en la resistencia, interpretando el Himno Nacional y el ‘Alma llanera’ en las protestas. El 22 de julio sufrió una herida en el rostro por el impacto de un perdigón. “No me voy a dejar amedrentar con perdigones”, afirmó con su gorra y camisa tricolor manchadas de sangre. Pero, lo peor vendría cinco días más tarde, cuando fue capturado por funcionarios de la GN bajo los cargos de “instigación pública” y “posesión de sustancias incendiarias”.
La detención de Wuilly indignó al país, y artistas venezolanos, encabezados por el pintor Jacobo Borges, alzaron la voz exigiendo su excarcelación. “@WuillyArteaga #ElMusicoDeLaLibertad, está preso, víctima de golpizas y mal trato”, señaló en Twitter el cantante Ricardo Montaner. El 15 de agosto, las autoridades lo liberaron y lo conminaron a presentarse cada ocho días ante los tribunales y no participar más en las manifestaciones.
La historia aún no tiene final feliz, pero sí drama. Al salir del reclusorio, Wuilly lanzó unas palabras que levantaron una polvareda en las redes sociales. “Jóvenes muertos, jóvenes detenidos, gente decepcionada, pueblo sufriendo en la calle, y todavía los políticos peleando por elecciones”, dijo, avivando la polémica sobre la decisión de la Mesa de la Unidad Democrática de competir en los comicios regionales de octubre pese a haberse declarado en desobediencia civil.
Para echar más sal en la herida, el primer vicepresidente del Partido Socialista Unido de Venezuela, Diosdado Cabello, mostró el miércoles en su programa de televisión un video grabado a Wuilly en la prisión donde reconoce la legitimidad del presidente Nicolás Maduro, critica el “amarillismo” de los medios y niega haber sido objeto de abusos. Con el testimonio, tomado en cautiverio y claramente editado, Cabello buscaba golpear la imagen de uno de los íconos de la protesta y sacudir el ánimo de la volátil opinión pública venezolana.
Wuilly respondió y confirmó que sufrió torturas y reveló que presenció la violación de una joven que fue retenida junto con él. Relató que le amarraron las manos, le quemaron el cabello y que lo golpearon tan duro que padeció una hemorragia interna en su oído derecho. Ratificó que el video difundido por Cabello había sido manipulado. “Nadie nunca va a poder desprestigiar el mensaje que con tanto cariño le he dado a Venezuela. Nunca voy a decir una mentira”, prometió el joven que empuña su violín contra el régimen de Maduro.
PEDRO PABLO PEÑALOZA
Para EL TIEMPO
Caracas
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