Nadie recuerda a Teodoro desde la solemnidad. Petkoff, su apellido, en Venezuela no hace falta ni decirlo. Teodoro Petkoff fue y será simplemente Teodoro, a pesar de haber muerto el miércoles pasado a los 86 años, después de una vida llena de luchas, gestos, amigos y libros.
Desde la noticia de su fallecimiento han destilado todo tipo de mensajes y comentarios. El pasado comunista de Teodoro es para muchos un error imperdonable, así como su deslinde de la apología soviética, su apuesta por la lucha armada en los años sesenta o luego sus decisiones liberales frente al ministerio de Planificación a finales de los noventa.
A estos críticos Teodoro seguramente hoy los escucharía muy interesado y luego, con su generosidad característica, les enseñaría –sin justificarse– sobre el arte de la corrección, el pensamiento y la transformación. Nadar contra la corriente, argumentar, era su especialidad. La paradoja, su zona de confort.
De madre polaca y padre búlgaro, Teodoro se hizo primero políglota y lector empedernido antes que guerrillero, político o economista. Al calor de los libros decidió militar en la izquierda más utópica y profunda, estudiando a fondo sus postulados y dogmas e identificándose con estos palmo a palmo.
La forma de canalizar esos amores –por la literatura y la izquierda– la encontró pidiendo trabajo en 'Tribuna Popular', el periódico del Partido Comunista de Venezuela (PCV), donde conoció al que sería su amigo de toda la vida, Pompeyo Márquez, cuando tenía 17 años.
Pidió escribir, al comienzo. Y siempre lo hizo, pero también pasó a ser un militante completo, operativo y parte de la resistencia contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, que lo detuvo en varias ocasiones.
Una vez iniciada la era democrática venezolana bajo la presidencia de Rómulo Betancourt, la persecución de este al PCV y el deslumbramiento que fue la revolución cubana sirvieron de coctel para que Teodoro tomara la vía de las armas.

Teodoro Petkoff fue galardonado en el 2015 con el Premio Ortega y Gasset.
El Nacional / GDA
Fue guerrillero en las regiones de Falcón, Trujillo y Portuguesa junto con su hermano Luben Petkoff, quien murió en combate.
Fue apresado dos veces y las dos veces se fugó, junto con Márquez. La primera vez, tragando sangre que le trajo una visita y luego vomitándola para fingir una úlcera gástrica (del hospital, luego, se descolgaría de unas sábanas que amarró de la ventana). La segunda, gracias a un túnel que cavaron sus amigos desde afuera.
Lo máximo que estuvo encerrado fueron tres años, donde perfeccionó el aprendizaje de idiomas –llegó a hablar fluidamente inglés, francés, ruso y búlgaro– y leyó como un degenerado.
Su amigo, el escritor Ibsen Martínez, compró por esos años un libro usado, La historia de la guerra civil española, de Hugh Thomas, que resultó ser de Petkoff.
“Estaba profusamente subrayado con un creyón bicolor y prolijamente, con una reglita. De rojo algunas cosas, otras en azul. Yo me puse a ver, en un ángulo de una página vi la firma de Teodoro Petkoff. Cuando lo leí, Teodoro estaba clandestino en esa época. Para mí fue una maravilla. Era como tener 'La guerra de las Galias' narrada por Napoleón, yo pensaba que los subrayados rojos eran estrategias, los azules las tácticas”, recuerda.“Cuando pude preguntarle años después qué significaba eso le dio mucha risa y me dijo: ‘Nada chico, yo soy daltónico y no sabía que subrayaba en un color u otro’”.
Entre la clandestinidad y su vigor, desde las filas del PCV fue enviado a Moscú para ver de cerca las maravillas de la revolución roja. Entonces, ocurrió lo impensable, lo leído surtió efecto.
La génesis del primer corto circuito, gracias también a aquella frase que le dijo su padre cuando era muy joven: “Piensa con cabeza propia”.
La Universidad Central de Venezuela, su grado 'suma cum laude' como economista y aquella libertad con la que se debatía en sus pasillos también hicieron lo suyo.
La revolución de lejos era más bonita que de cerca y aquello de recursos para todos a cambio de silencio y sumisión fue el primer gran quiebre de Teodoro, que poco después de la invasión soviética a Checoslovaquia escribió un libro titulado 'El socialismo como problema'.
Con ese libro puso final a su etapa guerrillera y depuso las armas. Por ese libro fue proscrito, declarado enemigo público de la revolución, pero también se ganó el respeto de quienes rectifican, aún mayor si lo hacen con sabiduría.
¿No tuvo miedo al escribirlo?, le pregunté alguna vez. Y respondió: “No, francamente no, porque estábamos en Venezuela”, luego se rió profusamente. “Pero desde luego, significó un impacto emocional importante porque se trató de romper con casi 20 años de militancia política”.
Se lanzó Teodoro entonces a construir el socialismo que realmente quería, a la creación de una alternativa política lejos de la derecha, próspera pero sensible, con cabida para todas las opiniones. Fundó el Movimiento Al Socialismo (MAS) –también junto a Márquez– logrando amalgamar un núcleo de pensadores de izquierda que se lanzaron a recorrer el país.
Ni Gabriel García Márquez fue indiferente a las ideas y personalidad magnética del ‘catire’, como le dicen de cariño en Venezuela a los rubios. Gabo se lo presentó al periodista y exdirector de EL TIEMPO Enrique Santos Calderón, quien también fue su amigo por muchos años.
“Desde un comienzo admiré su honestidad intelectual y posturas progresistas, además de su compromiso con el ideal de un socialismo pluralista y democrático”, comentó Santos.
Al volante por VenezuelaMartínez fue su mano derecha y asistente en estos periplos, a bordo de un Volskwagen escarabajo color beige, donde Teodoro hacía gala de su terrorífico talento para manejar y hablaban horas de libros, arte y béisbol.
De esos viajes, el más largo fue un paréntesis de dos años que hizo en Ciudad Guayana, donde quiso implantar su partido en los sindicatos de las poderosas empresas básicas de hierro, aluminio y oro de la zona.
En todos lados, su delicia era escuchar a los demás, entender su contexto.
“En un viaje que hicimos cuando trabajaba en 'TalCual' y en el cual temí varias veces por mi vida –recuerda entre risas la periodista Briamel Zambrano–, me dijo que esa fue una de sus épocas más felices, de los dos años más felices de su vida”, cuenta Martínez.
La escritora Milagros Socorro, creadora de uno de los perfiles más completos de Teodoro, asegura que la brillantez política del personaje deriva justamente de la erudición que le dio la lectura inagotable, la apertura a nuevas ideas y percepciones que le dio su condición de políglota y su conocimiento casi total del territorio y la realidad venezolana.
Socorro destaca que Petkoff, a pesar de haber sido candidato a la Presidencia del país dos veces, nunca creyó que ocuparía el cargo. “Yo nunca pensé realmente en ser presidente”, le dijo Teodoro en una de sus entrevistas. “Yo lo que quería era implantar el partido, que tuviera una proyección nacional. Pero en lo personal fue muy importante porque recorrí el país varias veces. Yo conozco este país hasta el último rincón”.
En su erudición y sensibilidad social confió el presidente Rafael Caldera al designarle el ministerio de Planificación a final de los años noventa. Con esmero, Teodoro discutió y sentó las bases de la legislación laboral más coherente que ha tenido Venezuela, y que el chavismo, por supuesto, abolió.
Fue la llegada de Hugo Chávez al poder lo que marcó la última gran transformación de Petkoff. De político a editor, a dueño de medio, a periodista. Se apartó de su propio partido porque este decidió apoyar al “comandante” que había cautivado a media Venezuela. Teodoro no cayó en aquella hipnosis colectiva y advirtió siempre del peligro militarista de esa figura.
Sin partido propio más que sus ideas, fue invitado a dirigir el vespertino 'El Mundo', del cual salió por presiones del nuevo gobierno –Chávez reveló muy pronto su autoritarismo– y luego fundó el diario 'TalCual'.
Desde allí logró la misión hercúlea de escribir un editorial cada día, publicado en primera página, que se convirtió en el faro de la política honesta en Venezuela. Además de su inagotable irreverencia, en el diario reveló quizá su faceta más entrañable, la de un jefe más interesado en aprender que mandar.
Casi todas las tardes se sentaba en la redacción a escuchar a su cantera de jóvenes reporteros, incluso para pedirles opinión sobre sus editoriales, aclarar dudas o hacerse corregir.
La confianza llegaba al punto en que él accedía a modificar alguna idea, y bromeaba: “Soy el único dueño de medio censurado en su propio periódico”.Así, hablaba con los pasantes como atendía una llamada del expresidente Felipe González o daba una entrevista a The New York Times.
Pero no todo era política. No se le escapaba comentar alguna película o libro, o el siempre desafortunado desempeño del equipo de béisbol por el que hinchaba, los Tiburones de La Guaira.
“Era generoso con lo que sabía”, recuerda Maye Primera, jefa de redacción de TalCual durante varios años. “Nunca enseñaba desde la soberbia, sino desde el gesto real de aclarar una duda”.
Sin melindres, era un padre abierto y protector que se enfurecía al saber si alguno de los reporteros había sido atacado en la calle o llegaba de primero a la fiesta para celebrar a otro, como hizo cuando llegó a casa del periodista Pedro Pablo Peñaloza al graduarse como periodista. “Lo invité como una cortesía y se apareció con una gran sonrisa en mi casa a felicitarme”, afirma el comunicador. Dayimar Altuve, otra reportera, recibió rosas azules de parte de Teodoro tras haber dado a luz.
Fue un error histórico de la dirigencia tradicional venezolana no haber entendido que Teodoro Petkoff representaba la mejor alternativa política y popular al chavismo
Esa estatura humana, pero sobre todo su defensa a ultranza de la verdad, la democracia y la libertad incomodaron siempre al chavismo, que trató de callarlo con multas, primero, luego con juicios.
TalCual ha sido el periódico más demandado de la historia venezolana, y el intento de humillar a Teodoro con la orden de presentarse semanalmente ante un tribunal que jamás pudo iniciarle un juicio –a él y otros 22 directivos de su diario y de El Nacional– solo fue respondido con la rebeldía de seguir publicando.
Esa lucha fue reconocida con los premios Moors Cabot y Ortega y Gasset, y este último representó su última y mayor alegría pública, en la que, a sus 83 años, desbordó de nuevo su luz intelectual y su calor humano.
Fueron los años y una caída en la que se fracturó la cadera y la clavícula los que hicieron de las suyas con el ánimo de Teodoro, que se refugió en el reposo, desde donde respondía algunas llamadas telefónicas, ya con un hilito de voz. “Pero su obra es tan grande que va a trascender”, dice la periodista Laura Weffer, otra de sus pupilas.
Hoy son millones los que se preguntan qué habría sido de Venezuela si a Petkoff se le hubiese perdonado su pasado comunista y se le hubiese permitido tomar una posición más determinante en la del país.
La crisis de Venezuela responde por sí sola. Enrique Santos, a propósito de esa pregunta, dice: “Fue un error histórico de la dirigencia tradicional venezolana no haber entendido que Teodoro Petkoff representaba la mejor alternativa política y popular al chavismo, que lo persiguió de manera infame hasta el final de sus días. Esos errores se pagan”.
Valentina Lares Martiz
Corresponsal de EL TIEMPO
Caracas
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