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Venezuela

El experimento que unió a colombianos y venezolanos en un solo plato

Las tradiciones culinarias de colombianos y venezolanos comparten muchos sabores, platos e ingredientes típicos.

Las tradiciones culinarias de colombianos y venezolanos comparten muchos sabores, platos e ingredientes típicos.

Foto:Romina Hendlin

Inmigrantes y retornados participaron en un experimento que integró culturas en un menú binacional.

Diana Ravelo
‘En la mesa y en el juego se conoce al caballero’, ‘el que come solo, muere solo’, ‘barriga llena, corazón contento’. Las complejidades de la vida se pueden entender más fácil alrededor de un plato de comida. Incluso el fenómeno de la migración de venezolanos hacia Colombia, porque al lado de los seres humanos cruzan también la frontera los alimentos, las recetas y los sabores, para luego insertarse en la cultura del país de acogida.
Ese fenómeno es uno de los grandes focos de interés de Cristina Consuegra, una economista y antropóloga que ha dedicado parte de su vida a la investigación culinaria.
Ella asegura que una receta es un buen punto de partida para reflexionar sobre el fenómeno de la migración.
Ejemplo de ello es el amplio legado botánico africano que trajo a América alimentos como el arroz, el plátano, el ñame, la flor de jamaica y el tamarindo.
Así que en un contexto en el que el éxodo venezolano se ha convertido para algunos en una excusa absurda para la xenofobia, es necesario, por el contrario, construir puentes a través de ingredientes de los alimentos que nos unen.
Bajo esta premisa, un grupo de colombianos, inmigrantes venezolanos, niños estudiantes de la frontera, emprendedores y retornados, se citaron en la biblioteca Julio Pérez Ferrero de Cúcuta, por iniciativa de la Corporación Reconciliación Colombia en alianza con el Programa Alianzas para la Reconciliación de Usaid y Acdi/Voca, para hacer parte de un experimento en el que, a través de la cocina, se construyeron mecanismos para hablar de los desafíos a los que se enfrentan ambas naciones.
El sitio escogido no fue coincidencia, pues desde que empezó la ola migratoria se convirtió en el lugar a donde llegaban a reportarse, vía internet, grupos de venezolanos con sus familiares para contar que habían llegado bien a Colombia.

Menú: lista de ingredientes

Foto:Romina Hendlin

Una vez supo que había sido invitada al taller, Cristina Consuegra empezó a trabajar en la carta que propondría. “La idea era pensar en qué nos une, entender que las fronteras son una construcción cultural, porque en realidad somos países vecinos con preparaciones, técnicas y sazones en común”, afirmó la investigadora.

La idea era pensar en qué nos une, entender que las fronteras son una construcción cultural, porque en realidad somos países vecinos con preparaciones, técnicas y sazones en común

Por eso, formó un equipo con tres mujeres de orígenes y contextos culturales diferentes, para crear lo que llamó un ‘menú binacional’.
Al lado de Cristina, bogotana de nacimiento, estarían Ana Celia Galvis y Leonor Santos, ambas de Socorro, Santander, y Verónica León, oriunda de Venezuela.
El plato fuerte escogido en el menú para representar la unidad entre los dos países hermanos sería el mute, sopa típica de los santanderes a base de maíz pelado, que en Venezuela se conoce como mondongo.
Cristina hizo honor a las raíces campesinas al usar la guatila, un tubérculo que crece silvestre en las fincas. Y lo preparó como entrada en una ensalada acevichada.
También, a solicitud de Leonor, se incluyeron en el menú los típicos molidos de mico en ameros o capotes de maíz (muy parecidos a los envueltos de mazorca), que ella suele preparar para los obreros que están cosechando café en la hacienda Morros, en el Socorro.
Verónica aportó las arepas de yuca con compota de ají dulce, un sabor que recorre las venas de cualquier venezolano; el puré de batata, también conocido como papa dulce; una variedad de ajíes y de postre un dulce de mango.
Todo acompañado del típico ‘papelón venezolano’, bebida hecha con limón mandarino, que podría considerarse el equivalente en Venezuela a la agua de panela colombiana.

‘Mise en place’ de historias

El día del evento, 22 colombianos y 16 venezolanos se ubicaron en una mesa tipo banquete, pero no con la comida lista, sino con las manos limpias para empezar lo que en la alta cocina se conoce como el mise en place, un término francés que alude al proceso de disponer todos los elementos necesarios previos al proceso de cocción.

Foto:Romina Hendlin

Entre limpiar, picar, pelar, rebanar y mezclar, poco a poco empezó la tertulia. A un lado de la mesa se encontraba Verónica junto con su hija América y su esposo, Sergio Alejandro, un ocañero que vivió en Maracaibo y recientemente retornó en busca de nuevas oportunidades. Ambos explicaban que la riqueza de las arepas está en que no quede homogénea la masa. También contaron cómo, en este proceso de regresar al país, sus conocimientos en gastronomía venezolana se convirtieron en puertas abiertas para su familia.

Mi esposo llegó a mi país desplazado por la guerra y ahora soy yo la que está en el suyo. Somos una mezcla interesante de sabores

“Hemos empezado de cero, trayendo como pasaporte nuestras costumbres y comida, el ají dulce, el mango, la panela y las arepas. Mi esposo llegó a mi país desplazado por la guerra y ahora soy yo la que está en el suyo. Somos una mezcla interesante de sabores”, contaba Verónica a sus aprendices, algunos miembros del programa ‘Integrándonos construimos futuro’ del Minuto de Dios.
Ahí estaba también Carmelina Crespo, quien mientras daba forma a la masa de yuca y agregaba sal con pimienta y orégano, contaba entre lágrimas: “De Venezuela me hace falta todo. Mi país está pasando momentos críticos, pero espero algún día regresar. Sé que ahorita no lo voy a lograr, pero me sueño volviendo a mi Barinas”.
A su lado, Mayerli Alvis ayudaba a escoger el ají dulce y contaba lo difícil que también ha sido el proceso para los colombianos que, como ella, habían emigrado a Venezuela años atrás por la violencia y ahora decidieron retornar.
“Regresar fue enfrentarme a una economía y un ambiente difíciles. Pero ante la adversidad toca ser berraca, amarrarse el cabello y hacerle a lo que toque”. Carmelina y Mayerli, además de estar unidas por su condición de migrantes, tienen un mismo sueño: consolidar un proyecto de emprendimiento en comidas rápidas.
Muy cerca se preparaba el mute bajo la guía de Ana Celia, apoyada por varias personas, entre ellas Valentina Zapata, integrante de la Fundación Quinta con Quinta.
Zapata, contadora pública e hija de una madre comunitaria, trabaja desde el 2007 con jóvenes haciendo talleres de formación a través del hip hop y tratando temas de integración y convivencia dentro del marco migratorio para combatir la xenofobia.
“Estos jóvenes llegan a Cúcuta con familias fragmentadas, separados de su tierra y enfrentándose a dificultades para acceder a educación y salud. Pero así como con la cocina, hemos hecho de la música un medio de expresión para ayudarlos y dejarlos desahogarse contando su historia”.

Estos jóvenes llegan a Cúcuta con familias fragmentadas, separados de su tierra y enfrentándose a dificultades para acceder a educación y salud

Junto a ellas, también cocinaba Abdul Muhamad, un hombre nacido en Caracas, de mamá cucuteña y papá palestino. Aunque él tenía ya una vida armada en el vecino país, cuando se enteró junto con su esposa de que iban a tener un hijo, decidieron dejar atrás su empresa multiservicios, que ya tenía unos 10 trabajadores, y su local de repostería, pues temían que, no obstante tener ingresos, por la escasez de productos no pudieran conseguir pañales, medicinas ni vacunas para el bebé en camino.
Vinimos de manera provisional mientras caía Nicolás Maduro. Pero eso no pasó y poco a poco nos enamoramos de la ciudad y nos quedamos. Mi hija nació acá, echamos raíces y ahora trabajamos en Jardín de Sabores, un proyecto de repostería saludable en el que queremos dar oportunidades de empleo a muchas personas y aportar a Colombia”.
Con el resto de preparaciones estaba Myriam Tamara, directora de la Red Nortesantandereana por una Escuela sin Violencia, junto con algunos estudiantes que hablaron de cómo han logrado integrarse migrantes y colombianos en medio de la diferencia.
Según Tamara, de los 1.700 niños que hay en el megacolegio La Frontera, unos 1.400 son venezolanos o retornados, cifra que muestra el ambiente de conciliación y respeto que han logrado gracias a iniciativas pedagógicas que han hecho de esa escuela un territorio de paz y acogida.
“Yo soy uno de esos casos de jóvenes venezolanos que llegaron aquí. Estoy desde enero del año pasado estudiando, pero en Colombia llevo dos. El primero fue de trabajar para tener con qué estudiar. Empecé de cero con mi mamá y mi hermana menor y, aunque ha sido difícil, estoy agradecido de poder estar en un colegio como este”, contó John, uno de los estudiantes.

De la cocina a la mesa

Una vez cada cocción estuvo en su punto, iban uno a uno por su plato hasta las ollas, sirviendo la comida en fila. Ya en la mesa, bocado a bocado iban aumentando la empatía y el sentimiento de estar comiendo como una gran familia que, de alguna manera, representaba a los diferentes actores de este éxodo que nos cambió para siempre.

Foto:Romina Hendlin

A través de la cocina se contaron experiencias íntimas, se escucharon, se sensibilizaron, matizaron prejuicios, discutieron sus propias ideas y confirmaron que, tal cual lo concluyó Sergio Guarín, director ejecutivo de la Corporación Reconciliación Colombia, “hay asuntos que no solo se conversan a través de la razón, hay momentos en los que hay que dejar salir la emoción y hablar de lo que sentimos. Y mucho mejor aún si eso sucede alrededor de un plato de comida”.
*Publicación con el apoyo del Programa de Alianzas para la Reconciliación de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid) y
Acdi/Voca
DIANA MILENA RAVELO MÉNDEZ
Enviada especial de EL TIEMPO a Cúcuta
Diana Ravelo
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