La inevitable toma de Alepo marca varios momentos decisivos en los últimos cinco años de guerra civil en Siria, no solo porque concede al régimen una victoria que lo encamina en su objetivo de reconquistar el país, sino porque deja al presidente sirio, Bashar al Asad, una única convicción de ser inamovible, sobre todo gracias al apoyo de sus amigos rusos e iraníes.
Según analistas, la “liberación” de Alepo es significativa para los rebeldes porque pierden legitimidad. De hecho, el mito de una rebelión moderada capaz de representar una alternativa política y militar tiene los días contados. Desde el inicio de la contraofensiva del régimen el pasado 15 de noviembre, las fuerzas progubernamentales han recuperado el 85 por ciento de los barrios.
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“La toma de Alepo representa un gran éxito para el régimen, incluso si no recupera ya toda la ciudad. Alepo ya dejó de ser un bastión de la oposición”, afirma Yezid Sayigh, analista jefe del Centro Carnegie para Oriente Próximo. Para el investigador, la conquista de Alepo es “políticamente muy importante” y supone “partir el espinazo de la oposición armada”, agrega. Cinco años después del inicio de la guerra, “la idea de que el régimen pueda ser derrotado militarmente ha sido abandonada de manera definitiva”, agregó.
El presidente sirio puede jactarse de controlar las tres principales ciudades del país –Damasco, Homs y Alepo–. Sus aliados rusos e iraníes también pueden reivindicar esta victoria.
En cuanto a los rebeldes, han perdido la simbólica ciudad cuya conquista en julio del 2012 les permitió posicionarse como una alternativa a las fuerzas de Damasco. Y sus aliados del golfo, Turquía y los líderes de Occidente, ya no están en disposición de venir a salvarlos. Es más, lo sucedido en Siria constituye una bochornosa derrota; al margen de sus críticas morales, no ha habido decisión para actuar contra Moscú por una matanza que apenas moviliza opiniones.
“La peor tragedia del siglo XXI”, “Baño de sangre”, “masacre”, “nuevo Srebrenica” son tan solo algunos calificativos para denunciar la ofensiva siria. Pero, pese a las condenas, los occidentales han sido muy tímidos ante este conflicto que ha causado más de 300.000 muertos. Y sus críticas a Rusia solo esconden una palpable impotencia.
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Editorialistas europeos se han mostrado muy duros. Alepo es “el cementerio en Oriente Próximo de las ilusiones occidentales”, aseguró el ‘Financial Times’. “La comunidad internacional ha repetido que ‘nunca más’ observaría sin actuar a civiles ser víctimas de la arbitrariedad de dirigentes asesinos. Pero era pura hipocresía, pues es exactamente lo que pasa ante nuestros ojos en Alepo”, denunció por su lado el diario alemán ‘Die Welt’.
“Los hombres, las mujeres, los niños de Alepo pueden morir, no moveremos ni un dedo”, denunció el francés ‘Libération’, que señala la responsabilidad de Barack Obama en esta “planetaria retirada de la sensibilidad humana”.
Pese a la omnipresencia de imágenes de horror, jamás Alepo desencadenó un impulso de solidaridad. Las manifestaciones fueron escasas. Incluso en Alemania, donde viven centenares de miles de refugiados sirios, no se produjo ninguna manifestación.
Angela Merkel criticó este silencio de la sociedad civil, que sí está en cambio dispuesta a manifestarse contra un tratado de libre comercio. Merkel “tiene razón; con todo lo que pasa en Alepo, es algo muy duro”, afirmó Yusra Mardini, una joven nadadora siria refugiada en Alemania y que emocionó en los Juegos de Río con la historia de su fuga, en parte a nado.
Hasta ahora, todos los llamamientos internacionales han fracasado, y todos los anuncios de negociaciones entre rusos y estadounidenses han concluido sin acuerdo. A los occidentales solo les queda hacer presión desde el punto de vista financiero. Para el analista ruso Pavel Felghenhauer, “todo el mundo ha entendido que donde está Putin hay victorias. Y en Oriente Próximo, todos van a hacer fila para hacerse amigo de Rusia. Todo el mundo sabe que Al Asad debería haber acabado ahorcado desde hace mucho tiempo, pero apostó por Rusia y ganó”, puntualizó.
Confianza en sí mismoLlegado al poder en 2000 tras la muerte de su padre, Hafez al Asad, quien gobernó al país con mano de hierro durante 30 años, Bashar, de 51, fue sorprendido por la revuelta de marzo de 2011, que seguía la estela de la Primavera árabe. Luego optó por la represión sangrienta presentando a sus opositores como yihadistas y al levantamiento como un complot de EE. UU. e Israel contra “el eje de la resistencia”, del que se vanagloria de representar.
Para los analistas, es clave su convicción de que ganará. “Los consejeros de Al Asad repiten que confían en el éxito, en tanto los estadounidenses no han bombardeado por aire Damasco ni se implican en la guerra”, destaca Landis. Incluso, en el peor momento, cuando su ejército fue expulsado en marzo de 2015 de la provincia de Idleb por una coalición de yihadistas y rebeldes, sus “consejeros siempre presentaron las derrotas como parciales. Y han mantenido su confianza en su victoria final”, explica. Además, Al Asad, como su padre, se muestra paciente y espera su momento.
AFP-EFE
Beirut