Para el presidente ruso, Vladimir Putin, la agitación en la región representa una oportunidad. Al afianzarse en Oriente Medio espera revivir la imagen desvanecida de Rusia como potencia mundial, recuperar su condición de principal contrapunto geopolítico de Estados Unidos y ganar elementos de negociación con los cuales promover sus intereses en su exterior próximo. Y el éxito, calcula, aumentará su poder y el respaldo popular en su país.
Putin ha hecho algunos progresos incorporando firmemente a Rusia en la política de Oriente Medio. Pero la posición de Rusia en la región sigue siendo frágil. Actualmente no es capaz de ayudar a establecer –mucho menos supervisar– un nuevo orden regional, y por una simple razón: el Kremlin carece de verdaderos aliados allí.
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Sin duda, Rusia ejerce una influencia sustancial en Siria (un legado de la Guerra Fría), y los intereses compartidos le han permitido a Putin asociarse con algunas potencias regionales. Pero ningún país de Oriente Medio es hoy un cliente cautivo del Kremlin como lo fue, digamos, Egipto durante la Guerra Fría.
La reciente cooperación de Rusia con Irán, por ejemplo, no es ninguna señal de una amistad en ciernes, como creen algunos. Si bien ambos gobiernos respaldan al presidente sirio, Bashar al-Assad, e Irán le permitió a Rusia utilizar sus bases aéreas en la lucha contra el Estado Islámico, Irán está decidido a retener su papel como principal mecenas de Assad. Es más, Irán no querría poner en peligro sus esfuerzos por reconstruir sus relaciones económicas con Occidente –un objetivo que apuntaló el acuerdo internacional sobre su programa nuclear concluido en 2015–. En cuanto a Rusia, cooperar con Irán en una política más amplia para Oriente Medio destruiría su estatus entre las potencias sunitas de la región.
Mientras tanto, países como Turquía y Egipto se están asociando con Rusia en una suerte de protesta, en medio de tensiones con sus aliados más cercanos en Occidente. Turquía, por ejemplo, que hasta hace poco estaba enfrentada a Rusia por el derribo por parte de las fuerzas turcas de un avión de guerra ruso, ahora se ha reconciliado con Moscú y le bajó el tono a su papel en la lucha contra Assad, el principal socio de Rusia en la región.
La cuestión kurdaEsto no refleja una aceptación de que Rusia es un actor crucial al que vale la pena mantener de su lado. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, quiere la ayuda rusa en la lucha contra los kurdos de Siria, cuyas ambiciones nacionalistas Erdogan quiere contener a toda costa, por el riesgo de que inciten al separatismo entre los kurdos de Turquía.
Erdogan está frustrado con sus aliados occidentales porque no le han hecho ningún favor en la cuestión kurda. Por el contrario, los kurdos sirios son el socio más eficiente de Estados Unidos en la guerra contra el Estado Islámico. Armar a las milicias kurdas, como hoy está considerando el presidente estadounidense Barack Obama, arrojaría aún más a Erdogan a los brazos de Putin. Y dado el interés de Putin en dividir a la Otán, este recibiría con enorme beneplácito ese desenlace.
Pero el potencial de la relación entre Turquía y Rusia es limitado. Para empezar, sean cuales fueren las tensiones existentes entre Erdogan y Occidente, el presidente turco sabe que no es aconsejable poner en riesgo las garantías de seguridad que le brida la Otán. En vista de esto, cualquier alianza con Putin en Siria probablemente sea de corta vida.
Rusia, por su parte, no tiene ningún interés en fomentar a Turquía como potencia regional, pues han competido durante mucho tiempo por la influencia en el mar Negro y Oriente Medio.
Las ambiciones de Putin en la región lo llevaron a anunciar que estaría dispuesto a albergar conversaciones de paz entre Israel y Palestina. Rusia carece de la influencia que haría falta para generar un acuerdo. Pero esto muestra hasta qué punto quiere perfilarse como un jugador regional.
(Vea: Siria: un drama de casi seis años y sin ninguna señal de pronto final)
La verdad es que Estados Unidos sigue siendo indispensable para cualquier solución del conflicto palestino-israelí. En términos más generales, la necesidad de una libertad y una democracia al estilo occidental continúa siendo el sueño de las generaciones más jóvenes de Oriente Medio; solo se ha visto oscurecido por la respuesta autocrática a los levantamientos de la Primavera Árabe y la subsiguiente proliferación de islamistas radicales.
Estados Unidos está ahora concentrado en Asia, una región en auge, y donde en lugar de emplear las armas de guerra, está utilizando las herramientas de la globalización –en particular, las asociaciones de comercio e inversión– para ayudar a impulsar el desarrollo de la región. Cuando Oriente Medio esté listo, Washington seguramente hará lo mismo allí. Y cuando eso suceda, las incursiones militares aisladas y las alianzas efímeras que Rusia ha mantenido rápidamente se perderán. Al igual que la Unión Soviética en Europa central y del este, la Rusia de hoy no tiene ningún lugar en una región que está atravesando una reforma socioeconómica y transiciones democráticas.
SHLOMO BEN AMI
Excanciller de Israel, vicepresidente del Centro Internacional de Toledo por la Paz e internacionalista
© Project Syndicate
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