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‘Rusia lanzó sus 'hackers' antes que los tanques contra su vecino’

Una periodista irrumpió en un noticiero y reveló su inconformismo con el gobierno ruso.

Una periodista irrumpió en un noticiero y reveló su inconformismo con el gobierno ruso.

Foto:AFP

La periodista Borja Bergareche analiza las comunicaciones en tiempos de guerra y redes sociales. 

El 14 de marzo, durante la transmisión de un noticiero ruso en el canal pro-Kremlin ‘Channel One’, la periodista Marina Ovsyannikova irrumpió en el plató con un cartel que rezaba “paren la guerra, no crean en la propaganda, les están mintiendo”.
Durante la escena, que duró algunos segundos, Ovsyannikova tuvo tiempo para repetir varias veces ese “no a la guerra”.
Fue puesta en libertad, pero se vio enfrentada a una condena de 15 años de cárcel por desacreditar a las fuerzas armadas rusas.
Pero si bien el más llamativo, este es solo un reflejo del esfuerzo que está haciendo Vladimir Putin por controlar el discurso de la guerra en Ucrania: recientemente, el Kremlin ha adoptado una ley punitiva de “noticias falsas sobre la guerra” que ha forzado a varios medios nacionales a suspender sus actividades, además de bloquear a otras plataformas como la BBC, Facebook, Twitter o Instagram.
Para el socio de comunicación de la consultora Harmon, Borja Bergareche, con 20 años de experiencia en comunicación, este no es más que el resultado de “una combinación de lustros de dinámicas de apariencia electoral y tics autoritarios que rayan en el totalitarismo”.

Rusia lleva años intentando influir en el discurso público. Los ciberataques contra sectores críticos en Europa se duplicaron en 2020, y la mayoría venían de Rusia. Ahora intentan silenciar tanto a periodistas locales e internacionales como a su población en plena guerra. ¿Qué lectura hace de esta situación?

La terrible crudeza que estamos viendo en el frente en la invasión rusa de Ucrania tiene un correlato cruento en el ámbito de la información y la ciberinformación. Rusia lanzó sus hackers antes que los tanques contra su vecino, y ahora está cerrando los pocos conductos internos por los que fluía una cierta libertad de prensa con nuevas restricciones liberticidas que han llevado al cierre de medios independientes y a la salida del país de los medios internacionales.
Putin es el alumno más aventajado de una clase de dirigentes ‘demócrata-autócratas’, en expresión de Joel Simon, exdirector general del Comité para la Protección de los Periodistas de Nueva York: durante lustros, ha combinado dinámicas de apariencia electoral y ‘zanahorias’ diplomáticas con tics autoritarios tan eficaces que a la vista está, rayan en el totalitarismo.

En varios territorios contar la verdad todavía entraña grandes riesgos. Sabiendo esto, ¿qué motivaciones siguen existiendo para bloquear el periodismo?

La epidemia de la desinformación y las fake news nos ha hecho redescubrir la relación existencial que tenemos con la verdad

La epidemia de la desinformación y las 'fake news' nos ha hecho redescubrir la relación existencial que tenemos con la verdad. Los paleontólogos explican muy bien que el Homo sapiens, como gran especie social, es el inventor antropológico de la mentira. Y es que la vida en sociedad genera muchos incentivos para mentir a los demás. Pero, a nivel institucional, en la vida pública, las frágiles democracias representativas y deliberativas que hemos construido necesitan basarse en una transmisión veraz de los hechos.
La lucha contemporánea por la verdad es una batalla a vida o muerte para la supervivencia de las democracias. Una batalla en la que se juega mucho el sector privado: la función social de la empresa, la función cívica del periodismo y la función balsámica de las instituciones se ven emponzoñadas porque los conductos informativos están saturados con desinformación. Urge limpiarlos.
Y el indicador más dramático siguen siendo, no lo olvidemos, los asesinatos de periodistas. El dato que más nos corroe lo aportan las Naciones Unidas: el 90 % de los asesinatos de periodistas en el mundo siguen impunes.

¿Podemos tener la garantía de que los gigantes tecnológicos están siendo activos contra los discursos de odio y las noticias falsas?

El alcance actual de un fenómeno tan antiguo como el de la desinformación se explica, sin duda, por la distribución algorítimica de la información en las grandes plataformas tecnológicas. El de las fake news no es tanto un problema de fabricación de mentiras como de la posibilidad de su distribución a una escala sin precedentes.
Los responsables de las empresas tecnológicas llevan años dedicando muchos recursos a combatir este fenómeno, con un compromiso genuino de intentar mitigarlo. Yo, de hecho, he trabajado con casi todas ellas.
Pero la responsabilidad es de todos, y la solución definitiva tiene que venir de una conversación más amplia con legisladores y reguladores para dar con un marco inteligente que nos garantice el disfrute individual y colectivo de la innovación tecnológica, a la vez que salvaguardamos bienes comunes básicos como la verdad o la civilidad del debate público, que están en riesgo.

¿Cómo adentrarse correctamente en la digitalización de unos medios de comunicación que ya alzan muros de pago?

No debemos equiparar el avance de la digitalización con el auge de fenómenos como el de la desinformación, que responden a múltiples factores. La revolución tecnológica exige evitar dos actitudes incorrectas. Por un lado, la fascinación ingenua con la que solemos recibir la novedad tecnológica por el mero hecho de serlo. Por otro, el rechazo a la innovación tecnológica, que está a menudo guiado por miedos irracionales al futuro.
En el caso de la industria de los medios, creo que es un buen ejemplo de un sector que ha sabido encontrar su propio camino. Tras unos años de fortísima dependencia de las plataformas para la captación de usuarios, se ha producido una corrección que pone el foco en la calidad, en la publicidad creíble y eficaz y en la revolución de las suscripciones.

La terrible crudeza que estamos viendo en el frente en la invasión rusa de Ucrania tiene un correlato cruento en el ámbito de la información y la ciberinformación

La apuesta por generar un ingreso directo del lector más fiel crea un ciclo muy virtuoso de efectos: sitúa la perspectiva del lector en el centro de las redacciones, reorienta las métricas de éxito hacia indicadores cualitativos asociados a la lealtad, impulsa la digitalización y el abrazo del big data en la empresa periodística y alimenta un marketing editorial que refuerza los lazos entre cabeceras, periodistas y lectores.
La suscripción no es la panacea que todo lo cambia, por lo que tendrá que convivir con el ingreso publicitario y con otras vías de diversificación en un contexto de ajuste perenne para la industria. Pero es el camino correcto de aprovechar las oportunidades de la digitalización para ahondar en las raíces de un negocio más necesario que nunca.

Según el Instituto Reuters de la Universidad de Oxford, la confianza de la población en las noticias creció 6 puntos en comparación con el 2021. Parece haber espacio para el optimismo, pero ¿realmente podemos evaluar como positivos estos resultados?

De la lectura de distintas fuentes de datos en los últimos años podemos sacar conclusiones interesantes. Primero, como ha ocurrido con otras instituciones, se ha producido una ruptura de la confianza en los medios de comunicación que debemos reconocer, asumir y trabajar por revertir. La reacción a la era Trump, la apuesta por la suscripción y la angustia que ha provocado la epidemia de 'fake news' han ayudado a corregir la tendencia y a redescubrir el papel imprescindible que juegan los medios.
En cuanto a las fuentes, de nuevo asistimos a una corrección positiva. Las redes sociales y los buscadores ocupan un papel importantísimo en el acceso a la información y la captación de usuarios. Pero los datos apuntan a que los lectores están redescubriendo la importancia de acudir a la fuente directa, al medio, sin intermediación algorítimica. De todas formas, para mí la gran reflexión es de qué hablamos cuando hablamos de lectores.
No podemos permitirnos que el acceso a la información de calidad se reduzca a un nicho ultra-informado de ciudadanos críticos y conscientes. Debemos seguir aspirando a un alcance universal de la información. Y los canales digitales deben de ser un aliado para ello, siempre que junto con la información viajen, de manera bien visible, la fuente informativa y los atributos de la marca informativa.

Aunque se considera un gran precursor del periodismo de investigación de alta calidad, EE. UU. posee la cifra más baja de confianza en los medios de comunicación: solo un 29 % de la población se fía de ellos. ¿A qué se debe esa desconexión entre la población y los medios en un país que ha llevado a cabo grandes investigaciones?

La polarización ciudadana condena a las sociedades al narcisismo de la diferencia, a la destrucción de los consensos y a la militarización de la noción de ciudadanía. En este clima, los poderes establecidos –en el mejor sentido de la palabra– se convierten en el saco de boxeo de los extremos, y se debilitan. Es lo que había ocurrido en los últimos años en EE. UU. con los medios: una mitad odiaba 'Fox'; la otra, a la 'CNN'.
Allí, pero también en Europa, urge un movimiento de orgullo institucional que reivindique que la diversidad en tiempos complejos solo se puede gestionar de forma eficaz mediante procedimientos respetados por todos, una aplicación consensual de la ley de la mayoría y de la minoría y una cultura política y cívica tolerante. ¿Es un brindis al sol? Pues igual, sí, pero no veo otra forma. Tenemos el reto de encontrar fórmulas posmodernas para apuntalar los viejos principios de una modernidad muy cansada.

En el punto en el que estamos, ¿podemos ofrecer una respuesta económica digital que sea plenamente ética (y que prescinda del uso indiscriminado de datos)? ¿Qué avances nos esperan en el horizonte?

Nada es totalmente nada. Y menos en el ámbito tecnológico. En la ‘economía del dato’ debemos manejar tres niveles. Primero, es importante garantizar, al nivel del consumidor, una información, transparencia y comprensión suficiente para que seamos dueños de nuestra identidad digital. El Reglamento General de Protección de Datos, en vigor desde mayo de 2018, es un buen comienzo en este sentido, y su aplicación va cogiendo forma con una curva de aprendizaje notable para todos.
Segundo, Europa también está siendo pionera en la regulación de mercados digitales con dos normativas vitales en curso de discusión, Digital Markets Act y Digital Services Act. El llamado factor Bruselas, o liderazgo normativo del bloque comunitario, es muy patente en un campo complejo debido a los muchos intereses que hay que armonizar. Hay un tercer nivel al que debemos responder, no desde un ámbito legislativo o regulatorio, sino desde el ético o casi filosófico.
¿Cómo regular los implantes cerebrales de amplificación sensorial o intelectual que serán los próximos gadgets tecnológicos? ¿Los conceptualizamos como un producto de consumo más, sometido a las leyes del mercado, o como productos sometidos a una regulación? Hay desarrollos de la inteligencia artificial que van a salvar vidas y mejorar muchas cosas, pero su incorporación a nuestras vidas exige un debate público serio. Es el caso de los neuroderechos: ¿cómo garantizamos la protección de la propia identidad en un mundo en el que la tecnología nos va a permitir anticipar y modificar patrones cognitivos?

¿Debe asustarnos entonces la inteligencia artificial?

No. Pero sí debe ocuparnos y preocuparnos. No lo digo yo, lo dice el Panel de los 100 años de la Universidad de Stanford, un grupo de expertos que cada cinco años reflexiona y evalúa los avances en este campo. En su primer informe, en 2016, concluían que no existía ningún motivo de preocupación y que la inteligencia artificial no suponía una amenaza para la humanidad. En su segundo informe, en 2021, el tono y la actitud cambiaron, advirtiendo que es urgente reflexionar sobre sus ‘riesgos’.
Es difícil hacer llamamientos de este tipo con toda nuestra atención en una nueva guerra en suelo europeo, pero urge convocar unos estados generales de esta cuarta revolución industrial.
Existe una dificultad manifiesta para que esto se produzca, y la guerra en Ucrania no debe despistarnos: la rivalidad existencial entre EE.UU. y China por la supremacía tecnológica en ámbitos que van a transformar el mundo, como la computación cuántica. En cualquier caso, urge un diálogo entre las empresas que lideran la innovación tecnológica, los científicos que avanzan en los confines del conocimiento y unos representantes democráticos que tienen que ponerse las pilas en este campo.
CRISTINA SUÁREZ Y PELAYO DE LAS HERAS
REVISTA ETHIC (*)
(*) Ethic es un ecosistema de conocimiento para el cambio desde el que se analizan las últimas tendencias globales a través de una apuesta por la calidad informativa y bajo una premisa editorial irrenunciable: el progreso sin humanismo no es realmente progreso.

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