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Los palestinos que encontraron un segundo hogar en el centro de Bogotá

Said Amat Makhluf, migrante palestino radicado en Colombia, atiende 'Nablos', uno de los almacenes de ropa que tiene en el centro de Bogotá, en la carrera novena con calle once.

Said Amat Makhluf, migrante palestino radicado en Colombia, atiende 'Nablos', uno de los almacenes de ropa que tiene en el centro de Bogotá, en la carrera novena con calle once.

Foto:David Leonardo Rubio / Anadolu

Desde finales del siglo XIX, miles de palestinos han llegado a Colombia. Esta es su historia. 

¿Cómo llegaron los palestinos hasta aquí?, piensa el transeúnte desprevenido que camina por los alrededores de la Plaza de Bolívar, por la calle once con carrera novena, y alcanza a escuchar sus acentos extraños o a ver mujeres que atienden los almacenes de ropa con su cabello cubierto por velos. O cuando los ve en alguna esquina, reunidos, riendo, fumando, hablando en árabe.
Pero esa no es una pregunta fácil de responder. Su explicación se remonta a finales del siglo XIX, cuando debió llegar el primer palestino —hasta hoy anónimo—a suelo colombiano.
Desde entonces y hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial, en 1914, se presentó la primera oleada de migración árabe registrada en Colombia.
En ese momento la institución política que dominaba Palestina era el Imperio Otomano. Ni Palestina ni Siria ni Jordania ni El Líbano existían aún como Estados.
Ellos “no venían huyendo, pero sí intentando una opción distinta ante la dominación del imperio”, asegura Alexander Montero, asesor político de la embajada de Palestina en Colombia y estudioso del tema.
La segunda oleada “ocurre después de la Segunda Guerra Mundial, en el contexto de la creación del Estado de Israel (en 1948) y de las primeras guerras árabes-israelíes, con la independencia de los Estados árabes. La primera era general: palestinos, sirios, de todo. En esta segunda van a ser más palestinos, y en parte libaneses”, explica Montero.
Said Amat Makhluf, migrante palestino radicado en Colombia, atiende 'Nablos', uno de los almacenes de ropa que tiene en el centro de Bogotá, en la carrera novena con calle once.

Said Amat Makhluf, migrante palestino radicado en Colombia, atiende 'Nablos', uno de los almacenes de ropa que tiene en el centro de Bogotá, en la carrera novena con calle once.

Foto:David Leonardo Rubio / Anadolu

Esta migración se termina de fortalecer con una tercera oleada, que se da en el marco de la tercera guerra árabe-israelí, conocida como la Guerra de los Seis Días, en 1967, y luego en el contexto de la guerra civil de El Líbano, entre 1975 y 1990.
Hoy, de acuerdo con cálculos aproximados de la embajada de Palestina —ya que no hay un censo oficial—, en Colombia hay entre 100.000 y 120.000 palestinos, de primera, segunda, tercera y cuarta generación, así incluso algunos de ellos no se sientan como tal. Sin embargo, todos cuentan como palestinos porque, de acuerdo con el Derecho Internacional, por su situación de conflicto, sus descendientes son considerados comunidad palestina en la diáspora.

En Colombia hay entre 100.000 y 120.000 palestinos, de primera, segunda, tercera y cuarta generación, así incluso algunos de ellos no se sientan como tal.

De estos, cerca del 90% se encuentra en la Costa Atlántica, sobre todo en Barranquilla, y el 10% restante estaría distribuido en el resto del país. “Muchos prefirieron quedarse en la Costa porque geográficamente les recuerda más el Medio Oriente que Bogotá, sin duda alguna: el clima, el ser costeras, o costumbres comunes como el hecho de sentarse en el patio de la casa, entre cuatro y seis de la tarde, a esperar que el calor baje, a charlar con los vecinos”, relata Montero.
Además, gran parte de la población que llegó al país lo hizo por azar. “Aquí funciona mucho la anécdota de que se suben allá en un barco que les ofrecía que iba para América, pero ellos estaban esperando la Estatua de la Libertad y encontraban cualquier otra cosa. Ellos se bajaban y como a los cuatro meses se enteraban de que no era Estados Unidos sino un país llamado Colombia”.
Una vez entendieron que esto no era Estados Unidos, muchos empezaron a buscar la capital, “siguiendo el centro del país, el poder, la economía”. Pero lo hicieron por saltos, en barco, navegando por el río Magdalena. “Por eso Girardot y Mompox (puertos sobre este río) tienen una población árabe tan importante”, explica Montero.
De esos primeros migrantes palestinos que se adentraron en el país por el Magdalena y luego continuaron, por tierra, hacia Bogotá, ya no queda ninguno vivo.

Una vez entendieron que esto no era Estados Unidos, muchos empezaron a buscar la capital, siguiendo el centro del país, el poder, la economía.

 Quizá el más veterano de todos los palestinos del centro, próximo a cumplir 82 años, es Said Amat Makhluf, quien llegó en barco a Cartagena, en 1960, y después viajó en avión a la capital. 
En Bogotá se encontró con una comunidad árabe incipiente, próspera, activa. Muchos de sus paisanos tenían almacenes de ropa y negocios ya establecidos. Le prestaron mercancía y empezó a trabajar, vendiendo ropa, telas, sábanas y cubrelechos, a crédito, tocando puertas.
En esa época la calle once con carrera novena debía tener un ligero aire de bazar. Habría entre 200 y 300 comerciantes palestinos que vendían ropa, principalmente, y despachaban mercancía que se vendía al detal.
Alí Nofal, quien llegó en los años ochenta, también se encontró con esa floreciente calle. Él decidió probar suerte en Colombia porque tenía un hermano aquí, con quien incursionó en el negocio de los restaurantes. Abrieron Ramsés, en la carrera séptima con 18, y en la década de los 90 cambió su negocio por la venta de ropa.
Me vine aquí a Colombia y me establecí con mi familia. Hoy en día yo tengo una familia grande, una familia de siete hijos, seis de ellos colombianos, menos la niña, que nació en Palestina, pero yo también tengo lazos con mi patria, nunca jamás pierdo mis lazos con esa parte”, dice Alí.
Alí Nofal, migrante palestino radicado en Colombia, atiende 'La nueva galería de la once', uno de los almacenes de ropa que tiene en el centro de Bogotá, en la carrera novena con calle once.

Alí Nofal, migrante palestino radicado en Colombia, atiende 'La nueva galería de la once', uno de los almacenes de ropa que tiene en el centro de Bogotá, en la carrera novena con calle once.

Foto:David Leonardo Rubio / Anadolu

Su vida y la de sus hijos ha estado marcada por esa nostalgia, por ese permanente ir y venir. Durante diez años su esposa (también de origen palestino y quien llegó en 1984, luego de que Alí pidiera su mano vía telefónica) vivió con sus hijos en Palestina, para que aprendieran su idioma, su religión, sus costumbres.
Ellos crecieron entre ambos mundos. Hablan perfecto árabe, así como perfecto español, con acento colombiano.
“Van y vuelven, pero están aquí —dice Alí—. Nosotros no prestamos servicio militar allá; lo prestamos aquí en Colombia. Eso quiere decir que son gente integrante, que hacen parte de la nación, y lo que pase a la nación, sea bueno o malo, nos pasa a nosotros”.

Nosotros no prestamos servicio militar allá; lo prestamos aquí en Colombia. (...) Lo que pase a la nación, sea bueno o malo, nos pasa a nosotros.

Su hijo, Ramez Nofal, mantiene su legado y en 2009 abrió un restaurante en el mismo sector, llamado Alí Babá. Para Ramez, “la comida árabe es especial, es muy buena, y es lo que más nos ha mantenido como comunidad”. Al restaurante acuden árabes y colombianos, y también es contratado para ofrecer comidas especiales en eventos políticos.
Ramez cuenta que en la zona se reúnen “árabes, entre palestinos, libaneses, sirios, egipcios. Hay sirios, pero no a raíz de los problemas de Siria, sino de hace muchos años, porque acá (en Colombia) la mayor colonia es siriolibanesa, y hay muchos palestinos”.
La familia Nofal casi siempre almuerza en Alí Babá. Al fondo está su madre y su esposa, quien acaba de llegar de Palestina, donde se casaron en julio del año pasado. Todo lo que ve es nuevo para ella, y hasta el momento le gusta. Ya pronuncia, con fluidez, un tímido “mucho gusto”.
Pero Ramez extraña Ras Karkar, el pueblo de su esposa y de sus ancestros, a unos 12 kilómetros de Ramala. Allá se “amaña” mucho, a pesar de las requisas, los retenes, los toques de queda, y aunque ahora esté rodeado de asentamientos israelíes. Según él, “ya los asentamientos cada vez parecen más las ciudades, y los pueblos dejan de ser pueblos y se vuelven como los asentamientos. Se está volviendo al revés”.
Eso se compensa por lo demás: el clima, los amigos, la sensación de pertenencia. “Nuestro pueblo son tres familias, y más o menos cada familia son 700 personas. Sí, la familia Nofal en mi pueblo son 700 personas. Todos somos parientes, primos lejanos, mejor dicho…”. Por eso él no descarta “algún día volver”.
No sería, en todo caso, el primero en abandonar estas calles. “Muchos se han ido”, cuenta Alí. “Muchos han emigrado a los Estados Unidos, muchos se han devuelto, muchos han muerto también”. De los casi 300 palestinos que trabajaban allí hace unas décadas quedan entre 20 y 40, según sus aproximaciones.
Mientras tanto, junto con su familia, Alí sigue manteniendo viva la calle bogotana de los descendientes de Ramala. Curiosamente todos provienen de pueblos de esa misma región. “El mundo es pequeño, porque Palestina también lo es”.
Emma Jaramillo Bernat
Agencia Anadolu
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