Por primera vez en dos décadas el número de niños trabajadores ha aumentado. El impactante aumento, de 152 millones a 160 millones en todo el mundo, según datos recientes de las Naciones Unidas, se produjo en los cuatro años que precedieron a la pandemia de covid-19.
No puede haber absolutamente ninguna excusa para esto. El mundo apartó la vista del objetivo, es decir, la promesa que hicimos de poner fin al trabajo infantil para 2025. Hoy nos hemos burlado de esa promesa. Lo que es aún más indignante es que el aumento del trabajo infantil se produjo durante un período en el que la riqueza mundial aumentó en 10 billones de dólares.
La pandemia ha revelado cuán fundamentalmente desigual se ha vuelto nuestro mundo. Según 'Forbes', se ha creado un nuevo multimillonario cada 17 horas durante la pandemia.
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Mientras tanto, se estima que 200 millones de adultos en todo el mundo habrán perdido sus trabajos para finales de 2022, y la Organización Internacional del Trabajo advierte que la crisis de covid-19 podría empujar a 8,9 millones más de niños al trabajo infantil para entonces. Y, dadas las tendencias actuales, este número solo aumentará.
Por lo tanto, el mundo se enfrenta no solo a una crisis de salud, sino también a una crisis de igualdad, justicia y moralidad. Hay riqueza más que suficiente para que cada niño pueda ir a la escuela en lugar de tener que trabajar para sobrevivir. La pregunta es cómo elegimos compartir esa riqueza y con quién. Hasta ahora, no les hemos dado a nuestros hijos la parte que les corresponde.
El número de niños que trabaja en el mundo pasó de 152 millones en 2016 a 160 millones en 2020. La crisis de covid-19 podría empujar a 8,9 millones de niños más al trabajo infantil para el 2022
Pero podemos empezar a hacerlo ahora. En vista de la crisis inmediata, los líderes mundiales deben asignar a los niños más pobres y marginados su parte justa de la riqueza mundial, canalizándola a través de los presupuestos gubernamentales y la Asistencia Oficial para el Desarrollo (AOD).
También deben introducir y reforzar políticas específicas (incluida la aplicación de la ley y la legislación destinada a poner fin al trabajo infantil) y la protección social (incluida la atención médica, la educación, el acceso a agua potable, el saneamiento y la vivienda).
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La protección social debe hacer hincapié en los beneficios directos para los niños que pueden proporcionar un apoyo inmediato y eficaz para sacar a millones de niños del peligro y llevarlos a la escuela. Programas como ‘Bolsa Familia’ en Brasil, ‘Comidas del Mediodía’ en India y ‘Subvenciones para Niños’ en Zambia han demostrado el impacto positivo de tales pagos.
Y la protección social centrada en los niños debe complementar una mayor inversión en la defensa del derecho universal a la educación y la salud, el estado de derecho y el trabajo decente para los adultos, todos los cuales siguen siendo fundamentales para poner fin al trabajo infantil.
Los servicios públicos y los planes de bienestar ayudaron a poner fin al trabajo infantil en los países ricos hace décadas. Hoy en día, la protección social de los ciudadanos es una alta prioridad en estos países y representa la mayor parte del gasto público nacional. Por lo tanto, extender esas políticas a los niños más necesitados también debería ser una alta prioridad en los presupuestos de AOD de las economías avanzadas.

Colombia no es ajena a este mal que se vio incrementado durante la pandemia.
Guillermo González. Archivo EL TIEMPO
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Este es el Año Internacional de la Erradicación del Trabajo Infantil. Los países más ricos del mundo deberían establecer un fondo mundial de protección social bien dotado de recursos, cuyo elemento clave sea la asistencia directa a los niños más marginados y en situación de riesgo.
La Conferencia Internacional sobre Financiamiento para el Desarrollo de septiembre de este año presenta la oportunidad perfecta para anunciarlo. Entre los miembros del G20, Argentina, Francia y la Unión Europea ya han apoyado la propuesta, y otros países no deben perder esta oportunidad de situarse en el lado correcto de la historia. Nuestros hijos ya no quieren escuchar las buenas intenciones. Necesitan una acción urgente y audaz ahora.
Los países menos ricos también tienen la responsabilidad de aumentar las asignaciones presupuestarias para establecer y fortalecer los pisos de protección social. Deben garantizar que todos los niños estén protegidos por una red de seguridad de educación, atención médica, agua potable, saneamiento y vivienda adecuada. Al hacerlo, los legisladores deben dar prioridad a los hijos de trabajadores agrícolas y migrantes, así como a los niños en movimiento que ya corren un mayor riesgo. Debemos traer al último niño al frente de la fila.
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Eso significa comprender la vida, la libertad y el futuro de un niño de manera integral. La perpetuación del trabajo infantil da como resultado una educación y una atención de la salud deficientes, lo que a su vez conduce a la pobreza intergeneracional. Está bien establecido que en algunos países, cada 1 % de aumento de la pobreza conduce a un aumento del trabajo infantil de al menos un 0,7 %.
Es posible acabar con el trabajo infantil. Conocemos la solución al trabajo infantil y tenemos la riqueza y el conocimiento para implementarla. Lo que nos falta actualmente es voluntad política.
Hoy en día, 160 millones de niños, niños como el tuyo y el mío, están trabajando a costa de su educación, libertad y futuro, y millones más están en riesgo. Pero una infancia sin explotación no debería ser un privilegio. Todos los niños importan. A medida que nos recuperamos y salimos de la pandemia, debemos llevarlos a todos con nosotros.
KAILASH SATYARTHI es premio Nobel de Paz en el 2014 junto a Malala Yousafzai. Fundador de Laureates and Leaders for Children, presidente honorario de la Marcha Global contra el Trabajo Infantil y fundador de la ONG Bachpan Bachao Andolan.
PROJECT SYNDICATE - NUEVA DELHI
REDACCIÓN DOMINGO
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