“Ahora sí está temblando”, dijo alguien en la oficina. Unos segundos después comenzó a sonar la alerta sísmica por segunda vez en la mañana. A las 11, dos horas antes, hubo un simulacro masivo en toda la ciudad, y la gente bajó tranquila, casi complacida porque se estaban tomando medidas por su seguridad después del sismo de la semana pasada.
Pero el martes, justo el martes, cuando se cumplían 32 años del sismo que asoló la Ciudad de México la tierra tembló de nuevo.
Desde entonces las sirenas, helicópteros y ambulancias no cesan. La gente inundó las calles y los pasos peatonales, apartados de los edificios altos.
Aunque no se habían sentido las réplicas, anoche el miedo se contagiaba fácil. Diez minutos después del temblor, la gente rezaba, lloraba y se consolaba mientras esperaba tener más noticias que aún no llegaban.
“Me tuvieron que rescatar en el suelo del piso 12 de WeWork –un coworking (trabajo de espacio compartido) de la calle Varsovia–. Me caí al suelo y no podía levantarme.
El refrigerador venía hacia mí y alguien me ayudó a sostenerlo. Después me levantaron y me bajaron los 12 pisos. Ha sido muy horrible. Estoy asustadísima”, dijo en diálogo con EL TIEMPO Ruth Martín.
Estaba terminando una videoconferencia, regresé a mi lugar de trabajo y se sintió primero un ‘trrrrr’, como sismos pequeños, y de repente empezó más fuerte
En algunas calles de las colonias Condesa y Roma Norte olía a gas, y los equipos de supervisión no daban abasto. Se les veía correr de un edificio a otro con picas y palas, cubiertas de polvo.
Había muchos escombros en el suelo, y también farolas y cristales. La gente miraba arriba y fotografiaba los destrozos de edificios altos, todavía sin saber qué había pasado en el resto de la ciudad.
En muchos se desprendieron algunas partes y se veían las ventanas rotas al lado de grietas.
“Estaba terminando una videoconferencia, regresé a mi lugar de trabajo y se sintió primero un ‘trrrrr’, como sismos pequeños, y de repente empezó más fuerte”, contó a este diario Marcial Puente, quien estaba en la oficina de Stylerz, en el cruce de las calles Insurgentes y Tonalá.
“Toda la gente empezó a querer salir, pero se amontonaron en las escaleras. Ahí tembló más fuerte y nos quedamos bajo un travesaño para estar a salvo. El techo se empezó a caer y lo único que nos quedó fue abrazarnos entre los veinte que estábamos y esperar a que pasara. Ya no podíamos salir. Cuando bajó la intensidad empezamos a bajar, pero había muchas personas en shock, y las tuvimos que ayudar porque no podían caminar. Al salir, se había desplomado una pared del edificio de al lado y toda la calle estaba llena de polvo. Pensábamos que se estaban cayendo todos los edificios y la gente comenzó a correr hacia Insurgentes”, agregó Puente.
Cerca de ahí, a unas seis cuadras, un edificio se derrumbó sobre la avenida Álvaro Obregón.
El piso de arriba estaba completamente hundido, y la gente se agolpaba al frente tratando de ayudar. Pedían palas, agua, vendas, y si no, que se fueran.
Pero era difícil regresar a la casa, no había transporte público, los semáforos no funcionaban porque no había luz. Todo era un caos.
Un grupo de jóvenes trató de ir a comprar vendas y alcohol, pero ya no quedaban en las pocas farmacias que aún estaban abiertas.
El propio Hospital Obregón tuvo que evacuar a sus pacientes y formó un hospital improvisado con carpas en los bancos del paseo de en frente.
“Escuché como si hubiera un elefante en el piso de arriba”, afirmó Maite Arana, que trabaja en plena avenida Reforma, rodeada de edificios altos.
“Empezó a tronar el edificio. Me levanté y entonces fue cuando empezó a sonar la alerta sísmica. Yo estaba en un primer piso y bajé rápido. Nos tuvimos que quedar dentro del propio edificio porque estaban cayendo trozos de pared, yeso y escombros. Nos quedamos quietos, pegados a una columna. Tardamos mucho rato en poder salir. Yo estaba debajo del edificio viendo cómo temblaba, hasta las tuberías y las grietas formándose. Cuando vi que pararon de caer cosas, corrí a Reforma”, dijo Arana.
Los brazos arriba significaban silencio, y todos se callaban. En la calle Ámsterdam, el corazón del barrio Condesa, se formaron dos hileras para ayudar a sacar los escombros de uno de los edificios caídos.
La gente estaba desesperada por ayudar, y enseguida se organizó para pasar agua, compartir tapabocas, enviar al frente cascos o linternas, y agolparse apresurados cuando alguien de los equipos de rescate gritaba: “¡Voluntarios!”.
“Ahora hay mucha gente, vayan a descansar y regresen en tres horas, después los vamos a seguir necesitando”, gritó un rescatista, tratando de organizar el tumulto frente a un edificio que se quebró por la mitad. Una niña llegó llorando y trató de entrar en la zona acordonada. “Mi mamá estaba ahí”, dijo cuando trataron de consolarla.
Tras el susto, muchos querían ayudar. Algunos seguían recorriendo las calles y frenaban para preguntarle a la gente si estaba bien o si necesitaba algo. Muchos llevaban consigo maletas con lo que pudieron sacar de sus casas y algunos, incluso, cobijas para pasar la noche afuera. Anoche se presentaron denuncias de robos y saqueos.
En cada esquina había escombros, la parte de un edificio que cayó, un poste roto por la mitad, y algunos carros aplastados. La poca señal tecnológica dificultaba las comunicaciones.
Un señor apuntó que en el de 1985 tardaron cuatro días en recuperar la electricidad. Justo el martes que la gente de más de 30 años recordaba el sismo de 1985, se cumplió con horror ese aniversario.
Irene Larraz
Para EL TIEMPO
Ciudad de México.
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