La plaza Italia, habitualmente copada de tráfico en el centro de Santiago de Chile, se convirtió hace más de cuatro meses en una suerte de lugar de peregrinación para miles de chilenos que se congregan en la zona con la idea de buscar la dignidad que reclaman haber perdido por culpa de la desigualdad social. Por eso, la renombraron plaza de la Dignidad, luego de dirigirse allí de forma espontánea por primera vez el 18 de octubre; y a ese lugar siguen yendo cada viernes decenas de miles de manifestantes para mostrar que el descontento sigue vivo.
Al comienzo la gente llegaba sin más, a la hora que fuera, decenas en las mañanas y miles en las tardes. Ahora son los viernes los días marcados en rojo en el calendario. La plaza se organizó con el paso de los días para seguir luchando por esa dignidad con la que nombraron el lugar y los manifestantes que protestaban de forma espontánea comenzaron a asumir roles para garantizar la supervivencia de las manifestaciones.
El corazón de la protestaGran parte de los manifestantes acuden al centro de la rotonda, en torno al monumento al general Manuel Baquedano, héroe de la guerra del Pacífico (1879-1884), donde las proclamas y reivindicaciones se mezclan con la música y los cánticos.
Las barras bravas del fútbol chileno aparecieron por el lugar a finales de octubre y asumieron su papel de aliento de la masa. Así como hacen en las canchas, animan ahora a los miles que se reúnen. Las banderas de los grandes clubes chilenos ondean sobre el caballo de la estatua de Baquedano, unidas como nunca en la historia del fútbol nacional, mezclándose con las banderas de Chile y las banderas mapuche. Los fuegos artificiales sobrevuelan el lugar en los atardeceres y los láseres de color verde se encienden a medida que oscurece, principalmente apuntando hacia los vehículos de Carabineros que desde calles aledañas tratan de acceder al centro de la plaza de la Dignidad para disolver la masa.
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‘La primera línea’La mayoría de los manifestantes son pacíficos y respaldan el actuar de los jóvenes que se enfrentan a la policía en las inmediaciones, conocidos como ‘la primera línea’. El debate sobre estos grupos está absolutamente polarizado en Chile: la protesta los alaba como defensores de la mayoría ante la represión de Carabineros; el Gobierno los señala como delincuentes y vándalos que generan violencia y agreden a los uniformados.
Habitualmente encapuchados o cubriendo su cara con un pañuelo para evitar los efectos de los gases lacrimógenos, se encargan de levantar barricadas con lo que tienen a mano y lanzar piedras y cocteles molotov a los agentes para mantenerlos alejados de la plaza.
El paso de las jornadas de enfrentamientos ha generado una suerte de organización en estos frentes de batalla que evolucionó conforme la represión policial fue agravándose. En la línea de batalla, los primeros son los encargados de los escudos, hechos con barriles metálicos o antenas parabólicas. Estos resisten las cargas policiales mientras una maraña de personas se encarga de picar piedras metros más atrás y otros las cargan hasta la parte frontal. Cada vez que una bomba lacrimógena sobrepasa la barrera de escudos y cae en la retaguardia, grupos de jóvenes con máscaras de gas y guantes de cuero corren por ellas para introducirlas en bidones de agua y evitar que el gas se disperse.
Los enfrentamientos suelen dejar heridos por ambos lados, principalmente entre los manifestantes. Desde que comenzó la revuelta social, el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) contabiliza más de 2.000 heridos por disparos de algún tipo. Para atender a los heridos en medio de la batalla campal, un regimiento de médicos y enfermeros voluntarios, y estudiantes de Medicina se encargan de practicar primeros auxilios. Los campamentos médicos se ubican de forma temporal cada día de protesta cerca de las zonas calientes y el goteo de lesionados es incesante cada tarde. “¡Médico, médico! Viene un herido”, gritan en una calle cercana a la plaza mientras varias personas cargan a un manifestante con la cara ensangrentada.
La imagen se repite cada día de protesta desde hace tres meses. Para los efectos de los gases lacrimógenos, la atención médica está presente directamente en la plaza en manos de numerosos jóvenes que portan vaporizadores con una solución de bicarbonato y agua.
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Una toma ‘itinerante’El organismo vivo que es la protesta de Chile tiene la particularidad de no estar fijo en la ubicación, a diferencia de otras movilizaciones en plazas a nivel mundial, como la Primavera Árabe en la plaza Tahrir en El Cairo (2011), el 15M en la Puerta del Sol en Madrid (2011) o el Euromaidan en la plaza de la Independencia de Kiev (2014). La plaza de la Dignidad no es una toma constante, sino itinerante, y cada día de protesta la gente toma el lugar mientras Carabineros trata de evitarlo, sin éxito, y acaba replegándose. Igualmente, la plaza acaba siendo abandonada por los manifestantes durante la noche y queda llena de policías alrededor de la estatua de Baquedano, donde una placa instalada el 11 de noviembre reza: “Plaza de la Dignidad. Aquí y en otros lugares, Carabineros disparó a los ojos de su propio pueblo”.
ALBERTO PEÑA
EFE
Santiago de Chile
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