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Latinoamérica

A. Latina: una región que no encuentra el camino/Análisis de Ricardo Ávila

El régimen de Daniel Ortega sigue cercando a sus opositores con detenciones.

El régimen de Daniel Ortega sigue cercando a sus opositores con detenciones.

Foto:AFP

Las dificultades previas al covid persisten y ahora son más los países que tienen problemas serios.

RICARDO ÁVILA PINTO
Que noviembre iba a ser un mes particularmente intenso en el calendario electoral de América Latina era algo que se sabía desde hace rato. A fin de cuentas, en cada uno de los domingos del mes los ciudadanos de diferentes países han tenido o tienen una cita con las urnas, dando de paso la impresión de que la democracia funciona bien en la región.
El ciclo comenzó con los comicios presidenciales en Nicaragua hace una semana, sigue con las legislativas de Argentina hoy y continúa con las regionales de Venezuela el próximo 21. Ese día, en Chile, también tendrá lugar la primera vuelta presidencial, además de la escogencia de parte del Senado, todos los diputados y más de 300 consejeros regionales.
Finalmente, el turno será para Honduras el 28, en donde se designarán presidente, integrantes del Congreso, alcaldes, concejales y miembros del parlamento centroamericano. Sobre el papel cerca de 60 millones de personas que habitan en esta parte del mundo ejercen a lo largo del mes su derecho de elegir y ser elegidos.
El parte de normalidad, lamentablemente, termina ahí.
La dudosa escogencia de Daniel Ortega, quien encarceló o llevó al destierro a quienes habrían sido sus opositores, puede ser uno de los casos más extremos, pero no es el único en una zona donde las constituciones se interpretan cada vez más al acomodo del caudillo de turno y el equilibrio de poderes viene en retroceso.
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, durante la cumbre Celac.

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, durante la cumbre Celac.

Foto:AFP

A pesar de la condena internacional, que incluye no reconocer el triunfo del excomandante sandinista, la verdad es que nada hace pensar que en Managua las cosas vayan a cambiar. Conservar el poder a través de la intimidación, la represión o la ubicación de fichas leales en cargos clave es ahora más común en distintos lugares de la geografía hemisférica.
Nadie encarna mejor esa afirmación que Nicolás Maduro, cuyos días en el palacio de Miraflores supuestamente estaban contados desde 2013, cuando se puso la banda tricolor.
A pesar de encabezar un régimen corrupto que ha causado el éxodo de cerca de seis millones de venezolanos, el representante del chavismo se ve firme en su puesto y aparece relajado en las intervenciones públicas, como la de un par de semanas atrás cuando encendió el alumbrado navideño en Caracas.

Panorama gris oscuro

Ambos ejemplos se combinan con una realidad regional que bien podría calificarse de deprimente. Desde el sur del río Grande hasta la Patagonia, la gran mayoría de naciones latinoamericanas se encuentran en problemas serios de gobernabilidad que plantean inquietudes profundas hacia el futuro.
Es verdad que no todos están mal, pero los países que van relativamente bien se cuentan en los dedos de una mano. “Dice mucho que los casos de esperanza vienen de Estados pequeños: Uruguay, República Dominicana y Costa Rica”, señala Michael Stott, editor para América Latina del diario Financial Times.
La lista de los que están en dificultadas es larga. En orden de población, hay que comenzar por Brasil, en donde Jair Bolsonaro busca la reelección como sea, sin importar el costo.
Si bien las ayudas oficiales durante lo más duro de la pandemia sirvieron para que cayera la pobreza, mantenerlas es imposible porque la situación fiscal ya es crítica. Aun así, el palacio de Planalto acaba de lanzar un nuevo programa de transferencias –Auxilio Brasil– que llegará a casi 15 millones de familias.
Con las cuentas públicas desbarajustadas, la inflación comenzó a subir y la confianza empresarial se desplomó, mientras el desempleo se mantiene arriba. A pesar de los esfuerzos del Banco Central, contener los precios será muy difícil, con lo cual las perspectivas se han empeorado.
Mucho más al norte, en México, la coyuntura tampoco es fácil. Aparte de que el azote del covid-19 todavía se siente, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador sigue antagonizando a diferentes sectores de la población, sin que retorne la confianza.
Para colmo de males, las tensiones migratorias causadas por los centroamericanos que van rumbo al norte persisten. En el campo económico, los problemas globales en las cadenas de suministro han golpeado duramente al sector exportador. Por ejemplo, la producción de vehículos cayó en octubre a su nivel más bajo desde 2011.
En el otro extremo del mapa, Argentina va de mal en peor. Más allá de que el gobierno de Alberto Fernández pierda la mayoría legislativa, aumenta la probabilidad de que se rompan las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional y Buenos Aires incumpla en marzo próximo el calendario de pago de los créditos que recibió a partir de 2018.
De ser así, la nación austral se convertiría en una especie de paria en la comunidad financiera global. Con la carestía desbordada, la respuesta de la Casa Rosada fue imponer controles de precios, algo que incluye a miles de inspectores con libreta en mano visitando tiendas y comercios. Todo ello conducirá a desabastecimiento y más recesión, mientras los capitales tratan de salir como sea.

Si la ola de inestabilidad que parece ser la constante en la mayoría de países latinoamericanos llega a las costas colombianas, es algo que solo se sabrá a finales del próximo semestre

Por su parte, en Perú no reina la calma. Si bien Pedro Castillo ha dado signos de moderación, ya remplazó a buena parte de su gabinete inicial y da bandazos con frecuencia.
Ahora se prepara una nueva confrontación en torno al yacimiento gasífero de Camisea. La eventual presentación de un proyecto de ley para nacionalizar los depósitos, seguramente lo llevará a un choque con un Congreso hostil que siempre tendrá en la manga la carta de la destitución.
La incertidumbre se extiende igualmente a Chile y no solo por los comicios del domingo que viene. No hay que olvidar que el debate de una nueva constitución sigue su marcha y que esta apunta a ser radical en cuanto a derechos sociales, libertades económicas, explotación de los recursos naturales y protección del medio ambiente.
Como la ratificación o el rechazo de la nueva carta política le corresponderá al próximo gobierno, no hay duda de que el ambiente permanecerá cargado. Además, las encuestas señalan que los contrincantes en la segunda vuelta presidencial representarán a los extremos, algo que hace pensar en un clima de polarización constante.
Aunque de menor tamaño que los otros, en Ecuador soplan así mismo vientos huracanados. La luna de miel que tuvo Guillermo Lasso con la opinión quedó atrás y ahora este comienza a experimentar inconvenientes serios.
Tanto una intensa ola de violencia y crimen como varias medidas de austeridad le pasaron cuenta de cobro al mandatario conservador. Mencionado en la filtración de documentos más reciente sobre uso de paraísos fiscales, el exbanquero vio caer sus índices da favorabilidad en 30 puntos porcentuales de la noche a la mañana, algo que no le ayudará con un Congreso dominado por fuerzas opositoras.

Escenarios en la mira

Sobra decir que Colombia se encuentra en la mira de los observadores, que estudian con atención los resultados de las encuestas que aparecen. La apatía de los votantes –que en su mayoría todavía no se inclinan por ningún nombre– es causa de diferentes especulaciones, aunque es claro que la carrera apenas comienza.
Si la ola de inestabilidad que parece ser la constante en la mayoría de países latinoamericanos llega a las costas colombianas, es algo que solo se sabrá a finales del próximo semestre. En el intermedio, los conocedores registran una reactivación económica vigorosa que se combina con un clima de insatisfacción social y un deterioro en la seguridad.
Pero más allá de lo que suceda aquí, el veredicto sobre esta parte del mundo dista de ser el ideal. “La región está mal”, opina Michael Shifter, del Diálogo Interamericano, cuya sede está en Washington. “Estaba mal antes de la pandemia y ahora se encuentra mucho peor”, agrega.
Para el experto, “existen instituciones democráticas muy cuestionadas y desacreditadas en todas partes, y los que aprovechan ese fracaso son populistas con tendencias autoritarias que solo alimentan la polarización y hacen aún más difícil la tarea fundamental de gobernabilidad para llegar a acuerdos básicos”. Buena parte del problema descansa en que “hay escasez de líderes eficaces y capaces, con visión y estrategia clara, aunque eso sucede en todo el mundo”, sostiene.
Brian Winter, editor de la revista Americas Quarterly, en Nueva York, tiene una aproximación algo más positiva. “Soy más optimista que hace seis meses, gracias a la vacunación y a que la mayoría de las economías se están recuperando”, afirma.
“Pienso que la radicalización del ‘quémenlo todo’ propia de 2020 y comienzos de 2021 está dando paso a un deseo más razonado de cambio”, plantea el periodista. A pesar de ello, agrega, el mejor escenario “es un regreso a los patrones de comienzos de la década pasada: bajo crecimiento, pero no catástrofe; agitación social, pero no revolución, e inestabilidad política, pero democracias estables en su mayoría”.
Las dificultades regionales se ven exacerbadas por un clima internacional enrarecido en el cual la falta de presencia de Estados Unidos es evidente. Si bien la ausencia de liderazgo de Washington era notoria desde la época de Donald Trump, el anhelo de que Joe Biden escribiría un capítulo diferente está siendo remplazado por un sentimiento de desilusión.
Shifter explica que “Washington, por el momento controlado por los demócratas, parece dedicado a hacer todo lo posible para no perder en las elecciones legislativas de 2022 y las presidenciales de 2024 frente a un partido Republicano todavía dominado por Trump”. En resumen, “hay sentido de urgencia, de pánico y en este contexto todo lo demás es secundario”.
Semejante diagnóstico implica que ni en el ámbito multilateral ni en el bilateral va a pesar mucho. Debido a ello, quienes amenazan o rompen con el orden institucional acaban saliéndose con la suya, como pasa no solo con Ortega en Nicaragua o Maduro en Venezuela, sino con Bukele en El Salvador, para solo citar los casos más críticos.
Lo anterior quiere decir que la corrección del rumbo debe venir de adentro, algo que no resulta fácil y menos con la larga lista de asuntos pendientes y urgentes. Sacar adelante reformas a la vez dolorosas y necesarias se vuelve menos probable tras los estragos dejados por la pandemia.
Como sostiene Michael Stott: “Un arreglo es muy complicado porque la dinámica política de la región es contraria a lo que haría falta para buenas políticas económicas”. Y recuerda: “el populismo y el extremismo siempre son los enemigos del buen gobierno”.
Identificadas las dificultades, vale la pena recordar que no se puede hablar de una especie de predestinación al fracaso. En diferentes momentos de su historia, América Latina ha estado en encrucijadas difíciles, de las cuales acaba saliendo.
Una eventual solución depende de otra generación de líderes. Marta Lagos, directora de la Corporación Latinobarómetro en Chile, identifica los últimos años como “la era de los subpresidentes”. Según esa visión, la norma regional acabó siendo la de mandatarios débiles, con dificultades para impulsar cambios y construir consensos.
Ahora lo que se requiere es que vengan cambios, sin que ello derive en caudillismo y excesos. De tal manera, el gran reto –que va mucho más allá de América Latina– es evitar el peor escenario que identifica Brian Winter: “la visión más oscura es que occidente está en una especie de declive terminal”. Y aunque, en broma, el analista dice que si eso pasa “todos deberíamos irnos a Tahití”, la advertencia debería sonar como un campanazo de alerta.
El motivo es que quienes no pueden o no quieren trastearse a las paradisíacas islas del sur del Pacífico –que son la inmensa mayoría– tienen una sola salida deseable: lograr que las cosas funcionen bien en sus respectivos países. Y eso, en lo que atañe a América Latina, más que una opción, es una obligación.
RICARDO ÁVILA PINTO
ANALISTA SÉNIOR
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
En Twitter: @ravilapinto

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