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Latinoamérica

'El puño en alto fue una réplica que me salió del alma': Juan Villoro

Juan Villoro destaca que tras el terremoto, fue la ciudadanía la que guió los operativos de rescate, sobre las autoridades mismas.

Juan Villoro destaca que tras el terremoto, fue la ciudadanía la que guió los operativos de rescate, sobre las autoridades mismas.

Foto:Julián I. Espinosa / EL TIEMPO

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El escritor habla sobre el poema símbolo de esperanza en un México devastado por el terremoto.

Un poema en el momento oportuno. Tres días después de un terremoto que dejó más de 330 muertos en México, la que sería una columna de opinión del periodista y escritor mexicano Juan Villoro, publicada en el diario ‘Reforma’ de ese país, se convirtió en un relato de esperanza que conmovió al país, en medio de la tragedia.
Describió un gesto de vida entre quienes se arriesgaban para buscar personas entre los edificios caídos. De inmediato, los miles de voluntarios identificaron en este acto un mensaje de escucha al otro que irrumpió en las redes sociales y movilizó un sentimiento de solidaridad en las calles.
Pasada una semana de la tragedia, la ciudadanía mexicana sigue removiendo escombros y buscando a sus desaparecidos sin perder el sentimiento generalizado de desconfianza sobre su clase política. Ante este escenario, entre tragedia y esperanza, el reconocido escritor concede esta entrevista para reflexionar sobre lo ocurrido en su país.
Es de noche y los truenos retumban en la ciudad. Parece ser la peor tormenta de una semana cargada de lluvias, las cuales han interrumpido las búsquedas de sobrevivientes del terremoto del 19 de septiembre. Y Villoro dice segundos antes de empezar: “Llueve como en Macondo”.
¿Qué es 'El puño en alto’?
'El puño en alto' es un texto que surgió por la desesperación de un columnista periodístico, que soy yo. Los jueves tengo que entregar mi columna y ese día solamente podía pensar en el terremoto, no podía pensar en otra cosa. No sentía que pudiera tener una capacidad de análisis especial, tampoco creía que pudiera hacer una crónica que superara lo que ya estaban viviendo muchísimas otras personas. Como tantos mexicanos, yo estaba en actividades de ayuda y demás, pero tenía que acabar mi columna. Me pareció que lo más honesto era escribir una especie de letanía con sensaciones que yo tenía en ese momento.

El puño en alto no es un gesto de poder, es un gesto de escucha

Me dijo un amigo poeta, Pedro Serrano, que al fin de cuentas todos los poemas son de circunstancias. Yo ni siquiera sé si eso que escribí es un poema o no. Básicamente lo que yo escribo es narrativa y si tuviera que definir un género para este poema usaría no una expresión literaria, sino sismográfica. Para mí fue una réplica que me salió del alma y eso fue lo que compartí con los lectores.
Se convirtió en todo un fenómeno en las redes sociales…
Sí, para mí fue una gran sorpresa que conectara con la gente porque no era un momento en el que tuviéramos la prioridad de leer. Si acaso la gente estaba buscando noticias concretas, temas informativos, datos de protección ciudadana o comunicándose por mensaje de texto con sus familiares, pero para leer un texto más o menos literario no parecía que hubiese espacio. Sin embargo, la gente lo siguió. Yo siempre he dicho que la literatura es como el paracaidismo: en momentos normales es practicada por espíritus arriesgados, pero en los momentos de peligro le salva la vida a cualquiera.
Está visto que la gente que pasa por el presidio, el secuestro o el naufragio, si tiene un libro a la mano, se puede salvar de la locura y de la soledad. La lectura sirve para esto. En este caso, lo que yo escribí conectó con muchísimas personas.
Y nace a partir de un símbolo que vimos en las calles, día y noche, en las zonas de desastre...
Sí, de hecho lo que yo escribí es el derivado de un gesto. Un gesto que cobró mucha importancia entre nosotros, que fue levantar el puño entre rescatistas para que todo el mundo escuchara el murmullo de alguien vivo. O sea, era un gesto de esperanza, de decir: “silenciémonos nosotros para atender al otro”.
Es un gesto muy solidario. Yo creo que esto lo podríamos expandir simbólicamente a lo que necesitamos en una sociedad: oír al que necesita ser oído. Eso me parece muy significativo. El puño en alto no es un gesto de poder, es un gesto de escucha, de atención por quien necesita ser socorrido.
Eso que usted describe en su texto se centra en los miles de voluntarios que salieron a ayudar, algo que nunca había visto con tal magnitud. ¿De dónde nace tanto sentimiento de solidaridad?
Yo fui brigadista hace 32 años con el terremoto de 1985. Me enteré por la radio del coche, porque en mi casa ya no había luz, de que los montañistas de la Universidad Nacional (Autónoma de México) estaban buscando gente que los ayudara. Fui al estadio de la Ciudad Universitaria y éramos un puñado de personas.
En ese terremoto, el Gobierno fue totalmente omiso. No hubo una autoridad que diera la cara. Incluso, el presidente pidió que no llegara ayuda internacional porque temía que el país se desprestigiara al mostrarse vulnerable. Yo creo, por el contrario, que se necesita bastante valentía para aceptar que somos vulnerables. Y en ese momento, un grupo de brigadistas empezamos a ir a las ruinas de lo que habían sido las casas y no había soldados, no había gente de la Cruz Roja, no había paramédicos, no había policías. Éramos nosotros con las manos y las palas tratando de ayudar a la gente. Así estuvimos durante varios días.
Nos rebasó por completo, pero al mismo tiempo nosotros rebasamos al Gobierno. Surgió, entonces, una masa crítica que hace mucho yo llamaba el ‘partido del temblor’, porque era un grupo sin ideología definida, pero ya era un grupo crítico que iba a impedir que el PRI siguiera gobernando en esta ciudad. Y así ocurrió. Y unos meses después se inauguró el estadio de fútbol y el presidente Miguel de la Madrid fue abucheado por 110.0000 aficionados que estaban ahí muy contentos de participar en un partido, y que tenían distintas ideologías, pero que todos ellos se unieron en el repudio a un presidente que ya no los representaba.
Yo me pregunto si ahora surgirá otro ‘partido del temblor’. Hemos visto muchísimos más voluntarios, la generosidad que ya existía se multiplicó. Regresé al mismo estadio de la Ciudad Universitaria y me encontré con una multitud. Esta expansión de la solidaridad me parece de lo más conmovedor del momento.
Así como lo menciona, hace 32 años ocurrió un devastador terremoto. ¿Qué aprendió México de ese entonces y en qué se volvió a equivocar?
México tiene mejores protocolos de seguridad. Hay una alarma sísmica. Yo iba en la calle y la escuché. Sabemos qué hacer en casos de emergencia. La mayoría de nosotros estamos familiarizados con nociones como el triángulo de vida. Las redes sociales, que pueden ser tan destructivas, en este caso fueron muy útiles para encontrar personas y articularnos para brindar información. Todo esto, creo yo, fue muy positivo.
Por otra parte, no hubo un Gobierno ausente. Hay que reconocerlo, tanto el Gobierno federal como el de la ciudad actuaron de inmediato. Hubo errores, siempre los hay. Pero la mayor lección, en el lado negativo, es la siguiente: esta ciudad vive de la especulación. Es una ciudad que no responde a un proyecto ciudadano, sino a un proyecto corporativo de hacer negocios. Estamos viendo edificios cada vez más altos, se saca agua del subsuelo para llevar, por ejemplo, hasta un piso 67.
Todo esto convierte a la ciudad en una zona de riesgo. La redensificación de la ciudad es muy peligrosa. El criterio que se utiliza no es un criterio de seguridad, sino de rentabilidad. Cada predio que se libera se convierte en un inmenso centro comercial.
Si para reconstruir el tejido social, Medellín creó el parque de los Pies Descalzos, que es una idea maravillosa, la de crear comunidad, nosotros tenemos como espacio comunitario el de las compras, el lugar del consumo. Esto es muy grave y ahí también tenemos que rectificar.
Por último: un terremoto es una auditoría de la construcción. No hay auditoría más severa y más rigurosa que la de un terremoto. Y hemos visto que muchos edificios están mal construidos y fundamentalmente las escuelas. Es algo gravísimo. Hay 10.000 escuelas dañadas. No es posible que los niños estén en estas condiciones de riesgo.

Tenemos una crisis de la realidad, o sea, del mundo de los hechos

Dice que las autoridades han respondido, pero es la sociedad civil la que está levantando la ciudad. ¿En dónde quedó la confianza hacia las instituciones?
La confianza hacia las autoridades es muy baja y hacia los partidos políticos es todavía aun más baja. Creo que es un momento de replanteamiento para nosotros. Vamos a ver otras formas de hacer política. Creo que debemos ciudadanizar la política, que debemos buscar accesos más directos a la participación ciudadana, a la supervisión de cómo se hacen las cosas, la toma de decisiones. Tener una democracia más participativa, no solo representativa.
Y eso creo que fue lo que ocurrió con este terremoto. La polis, la ciudad, era guiada por los ciudadanos, por los que tomaron las riendas y comenzaron a tomar la iniciativa. Y eso fue muy importante. Hay que decir que las autoridades lograron acoplarse a esto. Vi escenas en las que los soldados estaban obedeciendo a los brigadistas porque ellos ya sabían qué hacer.
Sobre el terremoto han circulado muchas noticias falsas. ¿Qué hacer ante este escenario en el que las redes sociales afectan tanto la vida de las personas, y en especial, en medio de una tragedia?
Las redes sociales han traído una distorsión muy grande de la realidad porque se puede propagar con mayor eficacia algo que no está verificado. Entonces, se han perdido los filtros y no es casual que Donald Trump sea el presidente de los Estados Unidos. Una de las características de esas elecciones fue la de la distorsión de la realidad. Por ello, el diccionario Oxford decidió que la palabra que tipificaba al 2016 fuese la 'posverdad'. Tenemos que volver a tener medios con credibilidad. Hoy en día el tuitero más poderoso del planeta es Donald Trump.
Entonces, debemos buscar espacios mucho más confiables que Twitter para poder transmitir noticias que estén verificadas, sancionadas. Creo que también en el terremoto en México vimos el inevitable morbo, la tragedia como ‘reality show’ y los daños convertidos en algo espectacular.
Hubo momentos como el presunto rescate de la niña de 12 años de nombre Frida Sofía que nunca apareció y que se fue construyendo en tiempo real. Yo creo que la obligación del periodista es cubrir lo que ha ocurrido. Pero no cubrir lo que puede ocurrir. Entonces, este tipo de noticieros equivalen a un montaje de la realidad y eso me parece muy grave.
Creo que Colombia también tiene que darnos una lección de respeto. Yo recuerdo cuando se hizo el acuerdo de discreción (con el que la prensa colombiana acordó en 1999 "discreción" sobre la violencia). Muchas reflexiones han hecho los colegas colombianos en donde ellos han puesto el énfasis en casos de crisis, casos de violencia, en los cuales los verdaderos protagonistas siempre tienen que ser las víctimas, nunca los verdugos y tampoco los periodistas.
Entonces, cuando el periodista está cubriendo algo que no ha ocurrido, pero que podría ocurrir, y se pone en primer plano, él es la noticia y yo creo que eso también debe ser criticado. Ese fue uno de los excesos que ocurrieron, pero yo finalmente me quedo con la solidaridad, que fue mayor a cualquier digno de zozobra.
En México se siente entre la gente un profundo descontento hacia sus gobernantes, y a la academia también se le ve muy crítica sobre lo que ocurre. Entonces, ¿en dónde está la desconexión para que no ocurran cambios sustanciales?
México tiene una situación bastante peculiar porque tenemos una crisis de la realidad, o sea, del mundo de los hechos. También, una crisis de las expectativas. La esperanza está a la baja. Podríamos decir con toda tranquilidad que estábamos mejor cuando todos estábamos contra el PRI, cuando este era el partido único y pensábamos que en cuanto cayera todo iba a mejorar de manera automática. Pero eso no ocurrió. Hubo alternancia democrática de 12 años de un gobierno de derecha y no llevó a mucho.
En estos momentos pareciera que no hubiera una alternativa que verdaderamente entusiasme, entonces es una doble crisis. Es una crisis de lo que existe y de lo que podría existir y eso lleva a un momento de desasosiego.
Hay señales muy importantes de colectivos ciudadanos. Hace algunos años fue muy estimulante lo que hizo el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad muy a favor de las víctimas, las visibilizó. Fue muy importante lo que ocurrió hace unos cinco años y medio con el movimiento #YoSoy132, las protestas por el caso de Ayotzinapa y con los colectivos de solidaridad con los migrantes.
Hay muchos movimientos que se están fraguando, pero todavía no se ha podido construir una alternativa que signifique una esperanza concreta. A mí me parece muy interesante lo que están haciendo las comunidades indígenas, especialmente las comunidades zapatistas y el Congreso Nacional Indígena, que tienen la idea de presentar una candidata independiente a la Presidencia, María de Jesús Patricio.
Me parece que ahí tenemos una fuerza muy refrescante. Ella no se considera candidata porque, entre otras cosas, sabe que no tiene posibilidades de ganar, pero se considera vocera. Lo que quiere es que las ideas y la agenda de los pueblos indígenas entren en la discusión nacional. Y que eso comience a discutirse y a tenerse en cuenta. Si bien no hay una alternativa concreta de cambio, hay muchas facciones diferentes que podrían constelarse para poder propiciar un cambio.
Justamente este martes 26 de septiembre se cumplieron tres años del caso de los 43 jóvenes desaparecidos en Ayotzinapa... 
Es totalmente desconcertante que la desaparición de 43 maestros normalistas, que estaban destinados a enseñarles a los menos favorecidos, es decir, a la gente de las comunidades rurales, hayan desaparecido de manera forzada sin que se sepa bien qué paso.
El Gobierno, además, ha obstaculizado las investigaciones. Vino un grupo internacional de expertos independientes. Crearon una narrativa confiable sobre esto, pero se les satanizó, se les obstaculizó y ya no se pudo impartir justicia.
Ellos dejaron unas recomendaciones muy importantes para destrabar todos los obstáculos para que en México se imparta la ley. Venían de diferentes países de América Latina y de España, y se sorprendieron de los altísimos niveles de corrupción que hay en todos los sectores de la sociedad mexicana.
Entonces, transformar esto va a ser muy difícil. Es posible, pero va a tomar mucho tiempo. Es totalmente alarmante que no se resuelva lo de Ayotzinapa y que no le cueste el puesto al Presidente… que el Presidente no renuncie ante una incapacidad tan flagrante. El consenso hacia el Presidente es muy claro: tiene un 12 % de aceptación. Es un Presidente totalmente repudiado, pero eso no lo quita de la Presidencia. Entonces, ese es el gran problema de la democracia representativa, de que tienes poder de votar el domingo, pero al día siguiente lo pierdes y el que es electo puede hacer con tu voto lo que quiera. Hay que luchar por formas más directas de participación.
¿Y cómo ve a ese país que vemos desde afuera entre la tragedia y la esperanza?
Ser mexicano es un deporte extremo. Vivimos en un país con grandes crisis, con enormes problemas, con tragedias a flor de piel y al mismo tiempo con un país con un sentido de la fiesta extraordinario, de la comunidad muy rico y de la solidaridad muy grande.
Hay un país que está entre el carnaval y el apocalipsis. Y que a veces combina ambas categorías y está un carnaval en el apocalipsis, es decir, en donde ves la vida y la muerte en rondas sucesivas de manera dramática.
De esto va a salir otro país, mucho mejor, más llevadero. Las energías creativas acabarán por imponerse. A veces, en México -que a veces somos un poco prepotentes frente a América Latina- decimos: “Nos estamos colombianizando”. Y yo les digo: “Ojalá”, porque Colombia ha pasado por quebrantos enormes, pero también nos ha dado muchas lecciones de cómo recuperar tejido social y hacer valer la cultura y valores éticos como parte de una recuperación del país y de la sociedad. Entonces, si Colombia ha logrado crear modelos de esperanza, yo creo que nosotros también podemos hacerlo.
JULIÁN I. ESPINOSA ROJAS
Enviado especial de EL TIEMPO
Ciudad de México
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