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Latinoamérica

El opositor ecuatoriano que no cesa sus denuncias contra Correa

Fernando Balda con su esposa, Vanesa Castelo, quien dio a luz en Bogotá a su hija menor, que también fue deportada no obstante ser colombiana.

Fernando Balda con su esposa, Vanesa Castelo, quien dio a luz en Bogotá a su hija menor, que también fue deportada no obstante ser colombiana.

Foto:Cortesía Raúl Alvarado

En 2012, un agente de Ecuador organizó el secuestro en Bogotá de un opositor del mandatario.

Ahora que Rafael Correa ya no mueve los hilos del poder, el Alba es solo un espectro y Lenín Moreno agarró las riendas con firmeza, los investigadores podrán atar los cabos sueltos, tanto en Ecuador como Colombia, del rocambolesco caso del secuestro del guayaquileño Fernando Balda.
Corría el año 2012, y las relaciones entre ambos gobiernos se habían recompuesto tras la ruptura producida durante el mandato de Álvaro Uribe. En aquel momento en que la Casa Nariño evitaba el mínimo incidente que pudiera incomodar al vecino, a Fernando Balda, duro opositor del régimen correísta y refugiado en Bogotá, lo secuestran en el barrio Cedritos de la capital. Gracias a la rápida intervención de la policía, alertada por un taxista, fue liberado a las pocas horas, y capturado uno de sus secuestradores.
Días más tarde cayó el resto de la banda, procedente del caucano Puerto Tejada. Pero dejaron tantas pistas que la Fiscalía General descubrió que los cuatro delincuentes no actuaron por su cuenta, que todo apuntaba a que se trataba de una siniestra trama orquestada por ciudadanos ecuatorianos que viajaron de Quito a Bogotá. Pronto averiguarían que uno de ellos, Luis Chicaiza, era agente de inteligencia del país hermano, aunque no establecieron quién los enviaba.
Solo dos meses después del frustrado secuestro, el Ejecutivo de Juan Manuel Santos deportó a Balda en un avión de la vicepresidencia. ¿La justificación en aquel momento de la medida, dada a conocer por una nota diplomática? Tenía vencida la visa y lo buscaban en su país por el delito de calumnia.
Nada más descender de la aeronave y pisar suelo ecuatoriano, el 11 de octubre del 2012, lo apresaron y enviaron a prisión. “Pesa sobre usted una sentencia condenatoria de dos años por el delito de calumnia y también una orden de aprehensión preventiva por atentar contra la seguridad interna del Estado”, le notificaron.
Balda siente que Santos lo traicionó y lo entregó como un obsequio especial a su verdugo por intereses políticos, aun a sabiendas de que no era un delincuente. Pero en aquel entonces no tuvo camino distinto a cumplir la pena impuesta por denunciar la corrupción de un miembro del gobierno Correa y la existencia de una oficina clandestina de inteligencia que servía a la presidencia para espiar opositores.
Salió de la cárcel decidido a desempolvar su caso de secuestro, que languidecía en la Fiscalía ecuatoriana, y demostrar que se había planeado en la presidencia, y solo logró avanzar en este 2018, cuando Lenín Moreno soltó amarras con su antecesor, dio un golpe de timón y la justicia de Ecuador sintió el cambio de estilo.

Estaban convencidos de que existía una conspiración internacional de la derecha, comandada por Álvaro Uribe

Tanto es así que el máximo responsable del operativo para raptar a Balda, el exagente Luis Chicaiza Fuentes, se acaba de acoger en Quito a colaboración eficaz con la Fiscalía de su país y está aportando pruebas que evidenciarían lo que a todas luces era obvio: ni él ni los dos compañeros con los que viajó a Colombia, también de inteligencia, planearon y financiaron el secuestro de Balda. Los cálculos iniciales apuntan a que gastaron no menos de 200.000 dólares en el empeño.
“Tres policías, dos hombres y una mujer, que eran parte de Inteligencia, viajaron a Colombia, contrataron secuestradores de Puerto Tejada, alquilaron vehículos, gastaron en hoteles, armaron toda una logística. ¿De dónde salió el dinero? Nadie cree que los mismos policías hayan ido por su cuenta a Colombia a hacer todo eso porque sí, y, encima, con dinero de su bolsillo”, comenta en un café de Quito el periodista ecuatoriano Pablo Jaramillo Viteli, quien ha seguido el “caso Balda” desde sus inicios.
Al comienzo de sus averiguaciones se preguntaba por la razón por la cual el todopoderoso Rafael Correa, si era el cerebro del secuestro como señala la víctima, se tomara tantas molestias con un joven que apenas arrancaba su andadura política y no parecía representar un riesgo de envergadura. Luego halló la causa.
Balda, comerciante de Guayaquil que formó parte del primer gobierno de Correa y se integró a su círculo de confianza, empezó a recibir información de corrupción de altos funcionarios cercanos al presidente. También, de los nexos con las Farc que tendría el ministro de Gobierno de entonces, Gustavo Larrea.
“Lo denunció internamente, se lo dijo al presidente, y lo que recibió fue rechazo”, relata Jaramillo Viteli. “Terminó expulsado del partido —Alianza País— y del Gobierno, se fue a la oposición, al partido más fuerte en ese momento, Sociedad Patriótica, del coronel Lucio Gutiérrez, y siguió con sus denuncias. Como periodista conocí en su día que había mucho miedo en el Ejecutivo de hasta dónde podía llegar a conocer, quién le filtraba las informaciones, qué más podía destapar”.
Más adelante, cuando Balda se traslada a Colombia escapando de una posible detención por sus denuncias, el gobierno Correa suma una nueva amenaza. “Estaban convencidos de que existía una conspiración internacional de la derecha, comandada por Álvaro Uribe, para derrocar a los presidentes de los países del Alba. Dentro de ese esquema, pensaban que Balda, que en Colombia había hecho buenas relaciones con personas de confianza de Uribe, era una ficha importante porque servía de puente con opositores ecuatorianos”, remata.
De ahí la importancia que Rafael Correa concedía a su antiguo aliado y su obsesión por silenciarlo, como ya había hecho con periodistas y medios de comunicación que investigaban la corrupción de su entorno y con otros opositores.

El salto

Fernando Balda, casado y padre de seis hijos, se dejó arrastrar por el tsunami ilusionante llamado Rafael Correa. Tenía 34 años cuando se embarcó de manera activa en su primera campaña presidencial y tras su triunfo arrollador, el nuevo mandatario lo nombró asesor en la presidencia del Banco de Fomento y lo introdujo en su entorno más estrecho.
“Al año, dos miembros de la Inteligencia me traen una grabación a mi despacho. En ella, el vicesecretario, mano derecha de Gustavo Larrea, ministro de Interior, propone contratarlos para espiar a los hermanos del presidente, Fabricio y Pinina. Dice que es una encomienda de Larrea para comprobar si estaban cometiendo actos de corrupción”, rememora Balda en una de nuestras entrevistas en Ecuador.
Balda acude al palacio de Carondelet con la grabación. Correa, su hermano y otros integrantes de su gobierno “quedan aterrados por el intento de espionaje, y el presidente asegura que tomará medidas”. Pero pasan las semanas y nada ocurre. “En el palacio presidencial empiezan a preguntarse qué le sabrán a Larrea y su vicesecretario para que Correa no tome medidas”.
Poco a poco se distancia del presidente y su entorno, y, ante los ataques que recibe por su determinación por seguir destapando ollas podridas, opta por renunciar. La gota que rebosa el vaso es una llamada telefónica de Correa a su casa, sobre las dos de la madrugada, desde Carondelet, estando reunido con su equipo. Le reclama, dice Balda, por un chisme intrascendente de pasillo.
A partir de su salida se convierte en receptor de todo tipo de denuncias anónimas de corrupción en el seno del Gobierno que luego revela en diferentes programas de opinión. Rafael Correa responde atacándolo con dureza en sus Sabatinas, el programa radial que copió del famoso Aló Presiente de Hugo Chávez.
“No te vayas contra Correa porque su popularidad es tan alta que vas a salir perdiendo tú, me decían antiguos compañeros del Gobierno. Haz como nosotros, que vamos por las ramas. Atacamos a los ministros, a los subsecretarios”, recuerda Balda. “Pero en Ecuador no se movía la hoja de un árbol sin una orden de Correa, y, como me dijo un señor en Manabí, roba el primo, roba el hermano, los ministros, y quiere hacernos creer que es el único que no roba. Desde que llegó Lenín Moreno han salido a la luz varios actos de corrupción”.
La revelación más escandalosa, la que supuso su primer aviso de cárcel, fue la que Balda bautizó como “la madre de todas las grabaciones”. En ella quedó al descubierto que el texto de la Constitución de Montecristi no era el aprobado por los asambleístas y votado mayoritariamente por el pueblo en 2008. Lo habían modificado con posterioridad.
Balda lo contó en un programa que dirigía en Teleamazonas uno de los periodistas más reputados de la época, el veterano Jorge Ortiz. Pasaron el audio que comprometía directamente al presidente y algunos de sus ministros más dilectos.
Fue un bombazo que Correa respondió enfurecido. Anunció que solicitaría la cuarta sanción contra la “cloaca con antenas”, como llamó en una sabatina a Teleamazonas por difundir la grabación, para que luego fuese “definitivamente clausurada”. También criticó con dureza a Ortiz, que debió abandonar su trabajo meses más tarde para no perjudicar al canal, muy acosado por el presidente. Al marchar, el periodista avisó que solo retornaría a la profesión el día que en su país rigiera “un sistema de derechos, garantías y libertades”.
A Balda también le dedicó su cuota de improperios. Y unos días más tarde recibió el aviso de que le habían dictado orden de prisión. Escapó a Colombia, pero solo permaneció tres meses en Bogotá porque revocaron la orden y retornó enseguida a Quito. Al año siguiente, 2009, fracasó en su intento de llegar a la Asamblea bajo el paraguas de Sociedad Patriótica, pero continúo con sus denuncias de corrupción desde el cargo de asesor de un asambleísta de ese partido.
Uno de los señalados de peculado, Óscar Herrera, director de la Unidad Técnica de Seguros, adscrita a la Presidencia, lo demandó por calumnia. Balda recibió dos años de condena. Huyó de nuevo a Bogotá, en esa ocasión con su esposa y tres hijos.
En la capital colombiana, con un Juan Manuel Santos ya elegido presidente y aún unido a Álvaro Uribe, lo reciben con los brazos abiertos. Balda le hizo el favor a Santos de ayudar en su defensa en la demanda del Estado ecuatoriano por el bombardeo de Angostura al campamento de ‘Raúl Reyes’, siendo ministro de Defensa. Con unos abogados amigos lograron desestimar la acusación por una cuestión de forma.
Pero las rosas se tornaron espinas cuando el mandatario colombiano tendió puentes con Correa y cerró la brecha que los separaba. En ese tablero de ajedrez internacional, a Balda le dieron jaque mate.
Han pasado seis años, y el antiguo aliado del expresidente confía en que las fiscalías de Ecuador y Colombia desentrañen los secretos que escondía aquella oscura partida.
SALUD HERNÁNDEZ-MORA
Especial para EL TIEMPO
Quito (Ecuador)
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