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Editorial: El fin de una era
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Fotografía de archivo del 1 de mayo de 2006, del líder cubano Fidel Castro, en La Habana (Cuba). Castro murió a los 90 años de edad.

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Editorial: El fin de una era

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La esperanza es que Cuba decida dar un paso positivo hacia el siglo XXI.

La leyenda ha muerto. Fidel Castro, el hombre que llegó a ser el líder más influyente del continente, que en casi 60 años sobrevivió a 11 presidentes en la Casa Blanca y también a varios centenares de complots contra su vida –según el relato de su epopeya–, murió el viernes, dejando un país muy diferente del que construyó con su revolución comunista, con su romántico ideal del ‘hombre nuevo’ y con la internacionalización de un modelo de lucha guerrillera con el que marcó la vida de millones de personas en todo el hemisferio e incluso en África.

La Cuba de hoy, liderada por su hermano Raúl, al que transfirió el poder cuando su salud no dio más y los tiempos empezaron a atropellarlo, está en un largo y cauteloso proceso de acercamiento con Estados Unidos, utiliza su influencia para desmovilizar dentro de acreditados procesos de paz a los movimientos insurgentes que antes inspiró y apoyó –como en el caso colombiano– y está en trance de abrir con timidez su ortodoxa economía a la iniciativa particular, ante la aplastante evidencia de que su modelo económico fue un desastre.

Esto último es justificable, para muchos, si se piensa en sus indudables conquistas en salud pública y educación y en la feroz resistencia a las embestidas del ‘imperio’, como se refería a Estados Unidos la retórica comunista.

Fidel fue posible porque en la historia del siglo XX, su historia, se cruzó el ocaso de los colonialismos con el tenaz auge de la Guerra Fría, lo que hizo que en un mundo bipolar viera la luz un modelo de esperanza para muchos movimientos rebeldes en países que salían del yugo de la explotación europea, pero que también veía cómo soviéticos y estadounidenses se repartían el mundo mientras Latinoamérica se llenaba de dictadores apoyados por Washington.

En ese contexto, el modelo cubano se veía como una feliz utopía desde afuera, pero por dentro se resentían la falta de libertades, la represión, el rigor austero de la dieta y los miles de cubanos que salían a buscar mejor vida en Miami, así esto significara el doloroso camino del exilio.

Odiado y admirado, Fidel, que también inculcó resistencia en su pueblo, decidía desde qué debían leer hasta qué podían comer. Y todo lo controlaba en la isla con mano férrea. Pero cuando se desplomó la Unión Soviética, el sistema colapsó, hasta que la milagrosa y petrolera mano del difunto comandante venezolano Hugo Chávez les dio a los Castro una nueva oportunidad.

Hoy, sin Fidel, la esperanza es que Cuba decida dar un paso positivo hacia el siglo XXI. Que la apertura económica, por tímida y difícil que sea, comience a mejorar el día a día de los cubanos y los acercamientos con Washington no se frustren, a pesar de los nubarrones que se vislumbran por la próxima llegada a la Oficina Oval de Donald Trump. Que se diversifiquen las ideas y que una apertura democrática llegue a ver la luz. Que los cubanos sean completamente libres.

Cuba tiene una oportunidad histórica. Que Raúl y el nuevo liderazgo que los mismos Castro parecen ya haber designado entiendan que a la isla le urge un timonazo al que no se le pueden dar largas, pues los vientos del mundo internacional podrían empezar a soplar en contra.

EDITORIAL

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