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Latinoamérica

Como vamos, no vamos bien / Análisis de Ricardo Ávila

El bajo peso al nacer tiene implicaciones negativas sobre los resultados educativos al finalizar el bachillerato y reduce la tasa de empleo en ambos sexos.

El bajo peso al nacer tiene implicaciones negativas sobre los resultados educativos al finalizar el bachillerato y reduce la tasa de empleo en ambos sexos.

Foto:Raúl Arboleda. AFP

América Latina: la insatisfacción se toma la región más allá de las secuelas dejadas por la pandemia

La primera frase del escrito deja pocas dudas sobre el tono de su contenido. “Una ola recorre América Latina a consecuencia del egoísmo de las élites, es la ola de la escasez de mayorías”, sostiene el más reciente informe de la Corporación Latinobarómetro, dado a conocer hace días atrás.
Y no se trata de una frase al azar, sino de una afirmación basada en datos. A fin de cuentas, la entidad, cuya sede se encuentra en Santiago de Chile, lleva un cuarto de siglo tomándole el pulso a la región, a través de cerca de 20.000 encuestas anuales que se realizan en 18 países, incluyendo a Colombia.
Debido al coronavirus, que hizo difícil los sondeos presenciales, solamente a finales del año pasado se pudo adelantar la labor de recolección de información, que en el caso de Argentina se prolongó hasta mayo. Pero esa circunstancia permite atisbar el escenario existente, después del fuerte impacto de la pandemia sobre la salud, la movilidad o el bienestar social.
El veredicto es sorprendente. Más allá de la irrupción de la crisis sanitaria con su enorme saldo de contagios y fallecimientos, el comportamiento de la opinión muestra que sus actitudes frente a diferentes temas no son producto de la coyuntura por difícil que sea, sino de tendencias de largo plazo.
Por lo tanto, no basta con dejar atrás el peligro que representa el covid-19, sino que hay que prestarles atención a las corrientes subterráneas que ya se movían en una clara dirección, al menos desde 2018. Estas se resumen en creciente insatisfacción con el estado de cosas, que se combina con fragmentación en el campo político.
Como resultado, y a menos que comiencen a verse progresos en el funcionamiento de los gobiernos y atención a las peticiones de la gente, la agitación apunta a ser la constante. “La gobernabilidad se aleja, augurando tiempos complejos para la región”, señala el reporte de Latinobarómetro.

Más y no menos

A primera vista podría decirse que hay una creciente desilusión con la democracia, pues el respaldo a esta forma de gobierno ha caído en forma significativa: del 63 al 49 por ciento entre 2010 y 2020. Pero ese retroceso no implica un mayor respaldo al autoritarismo y menos a los gobiernos militares, sino una mayor indiferencia frente al tipo de régimen, pues un 27 por ciento de los interrogados sostienen que “nos da lo mismo”. Dicho de otra manera, se quiere que lo que exista funcione.
La actitud de los colombianos es particularmente llamativa. El apoyo al sistema de elegir y ser elegido mediante el voto universal cayó en 11 puntos porcentuales, a 43 por ciento, la segunda disminución más grande después de la de Ecuador. Además, a una tercera parte no les importa cuál sea el ordenamiento, lo cual devela una gran desconexión con las instituciones y una muy baja legitimidad de estas.
Lo que sin duda es un parte preocupante, puede ser interpretado de varias maneras. Marta Lagos, la directora de la Corporación Latinobarómetro, dice que los habitantes de la región “todavía creen que la democracia llegue a suceder, a pesar de que ahora es tan imperfecta”.
Bajo ese punto de vista, las manifestaciones son una expresión de vitalidad del sistema. “Incluso la protesta es una demanda de democracia”, agrega.
El error, sin embargo, sería creer que las marchas actúan como una válvula de escape, tras las cuales todo puede volver a ser como siempre. “Lo único que acepta la gente es que sus demandas generen respuestas”, puntualiza Lagos.
Parte de esa actitud confrontacional nace de la creencia de que los dados están cargados en favor de unos pocos. En respuesta a la pregunta sobre si se gobierna para grupos poderosos en su propio beneficio, 73 por ciento de los latinoamericanos (76 por ciento de los colombianos) contestan afirmativamente.
Dicha calificación se combina con una mala percepción sobre la equidad. Ocho de cada diez habitantes de la región consideran que la distribución del ingreso es injusta, algo que también se extiende a capítulos como educación, justicia y salud.

Prioridades en juego

No obstante, se podría argumentar que algo de responsabilidad le cabe a la propia ciudadanía. Andrés Oppenheimer, columnista del Miami Herald, no duda en dejar en claro su desilusión debido a que la educación se encuentra muy abajo en la lista de prioridades.
“Que el 4 por ciento de los latinoamericanos ubiquen este tema muy por debajo de preocupaciones relacionadas con política, economía o corrupción es muy preocupante”, sostuvo en diálogo con este diario. Su apreciación no está relacionada con el fracaso gubernamental de mejorar los estándares de la enseñanza, sino con la falta de conciencia general sobre la importancia de tener buenos sistemas de enseñanza.
“En la medida en que a la gente esto no le importe, los gobiernos no van a hacer nada y la región se va a quedar más atrás”, agregó. Si bien las comparaciones son odiosas, en numerosas áreas de Asia el nivel de escuelas y universidades es casi una obsesión, junto con la buena preparación académica.
Quizás debido a ello, el prolongado cierre de los centros educativos para clases presenciales –que amenaza con dejar daños cognitivos permanentes en decenas de millones de niños y jóvenes– sucedió sin mucho debate, a pesar de las advertencias de los expertos. “Vamos a seguir de últimos en el mundo”, dijo Oppenheimer.
Entre las razones que ayudan a entender por qué ese desinterés se encuentra un carácter profundamente individualista, que surge de resquemores y prevenciones. Así lo confirma la contestación sobre si se puede confiar en los demás, que a finales de 2020 llegó a su punto más bajo en los últimos 25 años: 12 por ciento.
La cifra es muy cercana al 9 por ciento identificado en el Estudio Mundial de Valores, realizado en once países latinoamericanos. Mientras que el 90 por ciento de quienes contestaron en la región confesaron tener sentimientos de desconfianza hacia sus congéneres, el promedio de los países nórdicos es de 28 por ciento, el de los de Europa Central es de 49 por ciento y el del resto del mundo es de 69 por ciento.
Puede ser que de ahí surja lo que Latinobarómetro describe como “el fraude social”. En la encuesta más reciente, un 35 por ciento reconoció haber simulado estar enfermo para no ir a trabajar, una cuarta parte se las arregló para pagar menos impuestos de lo que debía y una quinta se benefició de un subsidio estatal que no le correspondía.
Un elemento adicional de esa fotografía está relacionado con los ejercicios que vienen con un autoexamen. Como explica Marcela Meléndez, economista jefe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo en América Latina, “cuando se les pregunta a las personas dónde creen que se encuentran en materia de ingresos, usualmente las personas más pobres consideran que son más ricas de lo que son y las más ricas opinan que son más pobres de lo que son, con lo cual hay una especie de convergencia en la mitad”.
Hasta ahí no parece haber motivo de alarma. El problema es que “todo el mundo cree que los ricos deben pagar más impuestos, pero nadie cree que pertenece a los más ricos”, agrega la economista.
Y esa contradicción lleva a que pasar reformas se vuelva casi un imposible. Para citar un caso concreto, la reticencia de la clase media en Colombia a la hora de contribuir más refleja la impresión de que la cuenta debe ser asumida por un tercero. Así quedó reflejado en la más reciente reforma tributaria que les elevó las cargas a las empresas y era la única políticamente viable.

Mirar al futuro

Lo anterior merece ser confrontado con otras apreciaciones. Meléndez expresa su preocupación con el hecho de que “una alta proporción de las personas que están o se sienten en la parte más baja de la pirámide de ingresos no tiene expectativas de mejora ni para sus hijos ni para la generación que viene”.
Así surge un elemento más que se describe como la disposición a protestar. En una escala de uno a diez, esta calificación –con respecto a educación y salud– pasó de 6,7 a 7,3 entre 2013 y 2020. Para Colombia, el dato es de 7,8 por ciento, que lo ubica de cuarto en la región, tanto en esta como en otras categorías.
Al final, la fotografía que muestra el informe de Latinobarómetro regresa a la política. Para comenzar, el reporte confirma la atomización del poder entre un número mayor de partidos, con lo cual construir mayorías se convierte en un proceso más complejo.
Adicionalmente, está el señalamiento de que la bipolaridad de siempre dejó de operar para la gran mayoría de los ciudadanos. “Esto no es un asunto de izquierda o derecha, sino de capacidad de gestión, porque la gente ya no da cheques en blanco a los gobernantes. Ahora exige resultados”, añade Marta Lagos.
Cuando las respuestas no las proveen quienes se ubican en diferentes puntos del espectro ideológico, aparecen los populistas. En las actuales circunstancias, el terreno es más propicio para escuchar los cantos de sirena de quienes proponen soluciones aparentemente fáciles y sin dolor, que son escuchadas porque dentro del esquema tradicional nada se puede.
Fuera de lo anterior, están las falencias de las instituciones democráticas que no logran escuchar a la opinión ni mucho menos tramitar exigencias o proveer soluciones. “Hay minorías que no tienen representación en el sistema político y por eso tiran piedras”, advierte Lagos.
Dentro de ese panorama tan complejo, vale la pena destacar que el latinoamericano promedio se sigue inclinando más por el cambio a través de reformas que de revoluciones. En ese sentido, aquí hay una oportunidad de enderezar el rumbo, si los dirigentes logran demostrar con hechos que el sistema puede empezar a funcionar mejor.
De todas maneras, no hay que llamarse a engaños. “Vamos a vivir tiempos de muchos cambios, tumultuosos”, concluye Lagos.
A este respecto, vale la pena tomar nota de lo que afirma el informe de Latinobarómetro. “En esta tercera década que comienza con la pandemia, sus efectos pasajeros no deberían hacer que se pierda el foco en los pueblos, cuyas condiciones de discriminación, desigualdad y olvido pasan a ser completamente inaceptables en el nuevo contexto”, sostiene.
Por esa razón, la visión de la corporación es que “en América Latina se han robustecido las razones por las cuales sus pueblos han estado en las calles de sus ciudades”. Y agrega: “Los resultados muestran que no hay ilusión, no se ha disipado el malestar anterior, sino que parece reafirmarse la decisión de no ceder en la demanda de una vida mejor”.
La pregunta, entonces, es si en medio de la temporada electoral que se desarrolla en diferentes países de la región, quienes aspiran a llegar al poder entienden el mensaje que sale de los sondeos. En Ecuador, Perú, Chile o Argentina, los resultados de diferentes comicios recientes muestran que la gente no quiere más de lo mismo y está dispuesta a ensayar nuevos caminos, algo que no está exento de riesgos.
Ojalá en Colombia el nutrido grupo de postulantes a la presidencia se tome el tiempo de escudriñar los datos disponibles, para entender el descontento y la apatía frente a la cita con las urnas el próximo año. Pensar que esto volverá a ser como siempre, casi que garantiza un círculo vicioso que magnificaría las dificultades conocidas.
Para que los experimentos de los gobiernos que vienen salgan bien, es indispensable escuchar las voces de insatisfacción y conseguir que retorne la esperanza, junto con la capacidad de construir consensos y plantear soluciones reales. Pero eso no está asegurado si las élites actuales o las que lleguen siguen con el mal de la sordera que les impide oír los gritos de una región que expresa fuerte y claro que como vamos, no vamos bien.
RICARDO ÁVILA PINTO
Especial para EL TIEMPO
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