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Latinoamérica

Campaña presidencial en Brasil, la más incierta en décadas

En un principio, el exmandatario de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, fue condenado por ser el beneficiario de un apartamento en el litoral paulista ofrecido por la constructora OAS, a cambio de mediaciones para obtener contratos en Petrobras.

En un principio, el exmandatario de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, fue condenado por ser el beneficiario de un apartamento en el litoral paulista ofrecido por la constructora OAS, a cambio de mediaciones para obtener contratos en Petrobras.

Foto:AFP / Nelson Almeida

A pesar de estar en la cárcel, encuestas ubican al expresidente Lula da Silva en primer lugar.

Sandra Ramírez
No resulta para nada difícil comprender por qué se vaticina que las elecciones presidenciales de Brasil, que se disputarán el próximo 7 de octubre, pero cuya campaña arrancó con fuerza esta semana, serán las más inciertas y convulsionadas de las últimas décadas en ese país.
Si miramos el calendario año tras año, encontramos varios puntos de quiebre: la operación Lava Jato, que descubrió una enorme red de sobornos centrada en la estatal Petrobras. La crisis económica, con unas cifras de desempleo que tienden a aumentar. Las polémicas reformas del presidente Michel Temer tras el impeachment a Dilma Rousseff en 2016. La escalada de violencia que cerró el 2017 con cerca de 64.000 homicidios y la condena y encarcelamiento de Luiz Inácio Lula da Silva, tras recibir un apartamento de una constructora a cambio de contratos mientras era mandatario.

Es muy difícil que Lula salga de la cárcel. La estrategia del PT es mantener a Lula como el candidato único el máximo tiempo posible para que sus simpatizantes

Son hechos más que contundentes para entender por qué los más de 200 millones de habitantes están hastiados de las instituciones y sus representantes. Eso sin contar que el Partido de los Trabajadores (PT), del cual Lula es su líder, quiere que este sea candidato a pesar de la condena que cumple de 12 años en prisión, que lo imposibilita a participar, incluso, en campañas.
Ricardo Ribeiro, consultor y analista de MCM Consultores Asociados, explicó a EL TIEMPO que la estrategia del PT está enfocada en retener votantes.
“Es muy difícil que Lula salga de la cárcel. La estrategia del PT es mantener a Lula como el candidato único el máximo tiempo posible para que sus simpatizantes, primero, no se olviden de él y, segundo, no comiencen a ver posibilidades en otros partidos. Va a llegar el momento en que el partido tendrá que reemplazarlo y ahí vendrán otros retos”, aseguró Ribeiro.

El intento del PT en prolongar la lucha judicial por la candidatura de Lula debe congelar el comportamiento del electorado

El planteamiento del PT es el siguiente: Fernando Haddad, el exalcalde de São Paulo y segundo en la línea de mando, fue designado como candidato a la vicepresidencia, en fórmula con Lula, pero se trataría de un doble desafío, pues sería a la vez el mensajero del encarcelado Lula y su probable reemplazante cuando la candidatura de su mentor sea formalmente invalidada.
“Ahí está el verdadero desafío del PT: transferir al nuevo candidato el número de votos que todavía tiene Lula en la clase pobre del país”, agregó Ribeiro.
Según la más reciente encuesta de Datafolha, el exmandatario suma 34 por ciento de intención de voto, por encima del excapitán del Ejército Jair Bolsonaro, la ambientalista Marina Silva, el exgobernador de São Paulo Geraldo Alckmin y el centroizquierdista Ciro Gomes con 16, 8 y 6 por ciento, respectivamente.
Se debe tener en cuenta que si, efectivamente, como explican los analistas, Lula no sale de la cárcel, las encuestas dan a Bolsonaro en primer lugar, seguido de Silva, Gomes y Alckmin.
“El intento del PT en prolongar la lucha judicial por la candidatura de Lula debe congelar el comportamiento del electorado y de las élites partidistas en el campo de la izquierda. La campaña, de hecho, solo debe comenzar después de que el PT defina su plan B”, afirmó a este diario Rafael Cortez, analista político de Tendencias Consultoría.
Una encuesta divulgada por la Confederación Nacional de Industrias revela que un 45 por ciento de los brasileños se declaran “pesimistas o muy pesimistas” respecto a las elecciones y que un 33 por ciento de los ciudadanos votaría en blanco.
La crisis y las intrigas erosionaron la hegemonía de las fuerzas que dominaron las pugnas políticas en los últimos 24 años, el PT, de Lula, y el Partido de la Social-democracia Brasileña (PSDB), de Alckmin, con el apoyo del Movimiento Democrático Brasileño (MDB) de Temer (su candidato es Henrique Meirelles), imprescindible para formar mayorías en el Congreso.
Pero en su lugar, “a la inversa de lo que ocurre en otros países, no han aparecido en Brasil liderazgos nuevos que puedan surfear la ola de descontento popular”, explicó a la agencia AFP el politólogo Matías Spektor.
Fuera de los antecedentes que marcan lo incierto de la campaña, también existen dudas por el perfil de los candidatos y porque si el próximo presidente no asegura un poder absoluto, tendría dificultades para conseguir el apoyo parlamentario necesario para lidiar con los problemas más apremiantes del país.
Bolsonaro, por ejemplo, diputado federal del ultraconservador Partido Socialcristiano, logró las portadas de varios medios con frases como: “Los afrodescendientes no sirven ni para procrear”, “el error de la dictadura fue torturar y no matar”, o como cuando atacó en 2014 a la diputada del PT Maria do Rosario al decirle: “No te violo porque no te lo mereces”. Suelen llamarlo el Donald Trump de Brasil, aunque no sea un outsider de la política, pues es diputado desde 1991.
Sus caballos de batalla favoritos son la defensa del porte de armas y la reivindicación de la dictadura militar (1964-85). Y sus blancos principales: la corrupción, las políticas de igualdad racial y las garantías de protección de las tierras indígenas. Sus proclamas misóginas y homofóbicas también suelen crear ampollas.
Marina Silva, por su lado, fue empleada doméstica y tiene una hoja política de servicio impecable. De 60 años, superó una pobre y dura infancia en la Amazonia y trabajó por la causa ambiental antes de entrar en el mundo de la política.
De confesión evangélica, fue senadora del PT y ministra de Medio Ambiente de Lula antes de romper con su mentor. Compitió en las presidenciales del 2010 y 2014, terminando en tercer lugar. Suele ser criticada por su estilo poco incisivo y por no exponer sus posiciones con determinación. Según las encuestas, podría vencer a Bolsonaro en una segunda vuelta.
Alckmin es un candidato sin carisma. En un país exhausto de escándalos políticos y reveses económicos, este hombre de 65 años se vende como el adulto en la sala. Acaba de lograr el apoyo de una coalición de partidos de derecha y centroderecha que domina el Congreso, lo cual lo convierte en el hombre clave del establishment. En 2006, intentó la aventura presidencial, pero fue derrotado por Lula.
Ciro Gomes es la opción temperamental de la izquierda. Hay quienes lo ven como alguien capaz de capitalizar el voto de izquierda con Lula preso. Sin embargo, Gomes, del Partido Democrático Laborista (PDT), no conquistó el apoyo de las fuerzas de izquierda y parece estar cada vez más aislado. A sus 60 años, es conocido por su personalidad volátil y por arremeter contra todos.
Para terminar, Henrique Meirelles fue hasta abril ministro de Hacienda del actual presidente, lo cual lo obliga a lidiar con un doble rechazo, dado que Temer es el presidente más impopular en la historia del país y su gobierno aplicó un severo plan de austeridad.
Con 72 años, el abanderado del MDB cuenta con el respaldo de los inversionistas, pero tiene apenas un uno por ciento en intención de voto.
ANDRÉS RUIZ 
REDACCIÓN INTERNACIONAL*
*Con AFP
Sandra Ramírez
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