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Latinoamérica

Así ha cambiado América Latina en los últimos 30 años

En Chile se reformó el año pasado la constitución que existía desde de la dictadura de Pinochet, que terminó en 1990 y seguía vigente.

En Chile se reformó el año pasado la constitución que existía desde de la dictadura de Pinochet, que terminó en 1990 y seguía vigente.

Foto:Afp

Balance de cambios políticos de la región, a 30 años de la creación del Grupo de Diarios de América.

El fin de largas dictaduras militares, un notorio auge de los homicidios, mayor desigualdad entre ricos y pobres, transformaciones en el sistema de partidos políticos, reformas constitucionales, nacimiento y crecimiento de grandes empresas, escandalosos episodios de corrupción, una guerra contra el narcotráfico que tuvo más derrotas que victorias y una incipiente agenda de derechos en varios países.
En las últimas tres décadas hubo profundos cambios en América Latina y, a pesar de los matices y diferencias, hay un denominador común: la democracia es hoy más estable en la mayoría de las naciones, con algunas claras excepciones como el caso venezolano.
El Grupo de Diarios América (GDA), que cumple 30 años, se planteó saber cuáles han sido las grandes transformaciones en el continente desde aquel lejano 1991. Especialistas de 11 países de la zona brindan un panorama variopinto que muestra una región en evolución, pero con avances y retrocesos.
Veamos primero qué pasó con la democracia. Desde Argentina, el politólogo e investigador Andrés Malamud dice que hay estabilidad desde el 3 de diciembre de 1990, cuando el expresidente Carlos Menem reprimió con éxito a un grupo de militares conocido como ‘los carapintadas’, que habían protagonizado sublevaciones y se llamaban así por su costumbre de usar pintura facial durante los alzamientos.
El brasileño Miro Teixeira, exdiputado, abogado, periodista y ministro de Comunicaciones del gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2004), opina que la libertad de prensa y los avances de la tecnología de la información garantizan la estabilidad democrática en su país, lo cual, a su juicio, no sucedía tres décadas atrás.
Mientras, el economista Sérgio Besserman, presidente del Instituto Brasilero de Geografía y Estadística en el segundo gobierno de Fernando Henrique Cardoso (1999-2003), responde “sí y no” a la pregunta de si hay más estabilidad democrática.
Cuenta que las instituciones evolucionaron y, en ese sentido, “la democracia es más sólida”, pero aclara que la desigualdad sigue siendo “una cicatriz profunda” y un campo abierto a los populismos, “incluso algunos de naturaleza autoritaria”.
Desde Chile, Heraldo Muñoz, canciller del segundo gobierno de Michelle Bachelet (2014-2018), opina que, a pesar del estallido social de 2019, en su país existe hoy “una democracia más inclusiva, con más presencia de mujeres en la vida pública, así como de pueblos originarios, personas con discapacidad y diversidad sexual. Además, la elaboración inédita de una nueva Constitución muestra que la democracia es vibrante”.
Y la economista Bettina Horst, directora ejecutiva del centro de estudios Libertad y Desarrollo, admite que, como hace 30 años, hoy volvió la pregunta de cuán estable es la democracia. “Volvemos a las mismas incertidumbres, pero en contextos totalmente distintos: la pregunta es cuál es la democracia que vamos a tener de acá hacia el futuro y cuán democrática va a ser”, dice.
La democracia colombiana, en tanto, es más estable porque “los narcotraficantes ya no están en condiciones de plantear una guerra al estilo de Escobar contra los altos funcionarios del Estado” y, además, “no hay una guerrilla que amenace con la toma del poder”, afirma el analista político Hernando Gómez Buendía, editor de la revista académica Razón Pública.
Y, aunque la inconformidad se agravó con la pandemia, agrega: “Con la Constitución del 91, el multipartidismo, la descentralización, el mayor número de cargos elegidos, las figuras de democracia participativa y el surgimiento de las nuevas ciudadanías, esa democracia es más abierta o capaz de recoger las presiones sociales”.
En Costa Rica, Constantino Urcuyo –especialista en Relaciones Internacionales y Teoría Política– dice que la pregunta “es dificilísima” y explica: el sistema político es más inestable porque “se desplomó y no fue sustituido por un sistema de partidos articulado”. Al mismo tiempo, las instituciones fundamentales de la democracia se mantienen.
¿Y qué pasa en México? El académico José Woldenberg, primer presidente del Consejo General del Instituto Federal Electoral, advierte que la de su país es “una democracia con muchísimos problemas”, pero con instituciones más fuertes.
“Hay mucha violencia, mucha inseguridad, una economía que no crece, mucha pobreza, desigualad, corrupción. Es un contexto muy adverso, pero tenemos instituciones como el INE, una buena legislación en la materia, partidos, órganos de la sociedad civil más fuertes que en el pasado”, opina.
Desde Perú, el ex primer ministro Pedro Cateriano asegura que la de su país es una democracia “más estable pero débil”, que “ha podido sancionar a los corruptos, meter a la cárcel a (Alberto) Fujimori y detener a presidentes que han sido acusados”. Considera que el país ha avanzado mucho: “En Perú, cuando culminaban las dictaduras, simplemente quedaban impunes”.
Mientras, la politóloga Milagros Campos –excomisionada para la Reforma Política– advierte que sí hay democracia, pero con instituciones frágiles. “Hemos pasado por momentos de gran inestabilidad política; dos de ellos, la crisis del 2000 y la crisis del 2020”, relata.
En cambio, Puerto Rico es uno de los casos donde el panorama es negativo. Mario Negrón Portillo, catedrático del Departamento de Administración Pública de la Universidad de Puerto Rico, dice que hace 30 años la situación no era necesariamente mejor, “pero tenía más estabilidad”.
A su juicio, un buen ejemplo son las protestas de 2019, que causaron la renuncia del ahora exgobernador Ricardo Rosselló Nevares, así como los problemas con la gobernanza de la Comisión Estatal de Elecciones. Hoy la autonomía de la isla está en entredicho con la imposición de una junta que decide sobre todos los asuntos económicos.
Y, en el sur, Uruguay es hoy “una democracia significativamente estable, más que en aquel tiempo”, dice el analista Ignacio Zuasnabar, director de la consultora Equipos Consultores. Y recuerda que a inicios de la década de 1990 aún había “heridas recientes y amenazas latentes” tras una dictadura que se extendió desde 1973 a 1985. Hoy, afirma, en Uruguay hay “partidos políticos fuertes, una rareza en el mundo”. Según Latinobarómetro, los uruguayos son los que más creen en la democracia y confían en sus instituciones en América Latina.
En Venezuela, por último, no existe hoy democracia. “Todo el sistema electoral está diseñado para que el sistema comunista se mantenga. En Venezuela no hay elecciones, hay votaciones. Aquí hay un sufragio que es manejado por el régimen”, dice Mirla Pérez, investigadora del Centro de Estudios Populares Alejandro Moreno.

Transformaciones, país a país

¿Cuáles son, en concreto, las principales transformaciones en estas tres décadas? Primero, Argentina: el politólogo Malamud sostiene que pasan por la estabilidad democrática, la inestabilidad económica y la dualización social: “Pobres y ricos están cada vez más lejos entre sí”.
En Brasil, Teixeira sostiene que lo principal es “la seguridad de que todos viviremos con las libertades del régimen democrático”, mientras la situación social “continúa dramática, agravada por la pandemia”.
El economista Besserman afirma que un avance importante es la presencia de todos los niños en las escuelas, aunque “la calidad de la enseñanza diste de lo ideal”. También marca como relevante, aunque en sentido contrario, el “fracaso completo” del saneamiento básico.
El mayor cambio en tres décadas en Chile, según el excanciller Muñoz, fue la transición de la dictadura a la democracia, sumado al mayor crecimiento económico y progreso (pero con un “agotamiento del modelo económico hacia la tercera década”) y la modernización, aunque con una brecha digital.
Mientras, la economista Horst destaca que a inicios de la década de 1990 se empezaron a firmar distintos tratados de libre comercio y el gobierno avanzó en una rebaja importante de los aranceles, lo que “cambió el juego”.
Además, menciona la asociación público-privada en infraestructura, la creación de un servicio civil y un sistema de alta dirección pública en el Estado, la caída de la pobreza, el acceso a la educación superior y, por último, una caída en la confianza en el sistema producto de escándalos en materia de corrupción, estancamiento de la economía y de la tasa de ocupación.
Desde Colombia, Gómez Buendía recuerda que hace 30 años los temas que dominaban el panorama noticioso eran cinco: la guerra contra el cartel de Medellín, la Constituyente de 1991, el comienzo de la escalada militar de las Farc, la agonía del Partido Liberal y la llamada “apertura” de la economía. “Estos cinco procesos dejaron huellas duraderas e imprevistas”, afirma el analista, y dice que la historia de las tres últimas décadas “ha sido el desarrollo o la consecuencia de aquellos cinco procesos”.
Y entonces relata que la muerte de Pablo Escobar aseguró el predominio del cartel de Cali. También que la Constitución de 1991 “refundó la nación colombiana, adoptó un régimen en teoría garantista, agrandó notablemente el tamaño del Estado, expandió los servicios sociales, destruyó el bipartidismo y lo reemplazó por un caos de partidos”, entre otros cambios.
La escalada militar de las Farc, en tanto, llevó a la elección y reelección de Álvaro Uribe, quien detuvo el avance y “polarizó al país en las mitades que siguen hasta ahora”.
El Partido Liberal, coconstructor del país durante el siglo XIX y casi hegemónico hasta el final del siglo XX, “fue destruido por la Constitución del 91 y rematado por el proceso 8.000”. Por último, la apertura económica fue el giro más importante desde la década de 1930 porque cambió el enfoque dirigista por uno de eficiencia.
El fin del bipartidismo –el Partido Unidad Social Cristiana (PUSC) y el Partido Liberación Nacional (PLN)– fue una transformación “crucial” en Costa Rica, afirma Urcuyo. También menciona cómo se transformó el entorno del país: “Una dictadura en Nicaragua, un narcogobierno en Honduras, un populismo exaltado en El Salvador y, por otra parte, los fenómenos de corrupción y de persecución de jueces y fiscales en Guatemala”.
En México –según Woldenberg–, la principal transformación fue haber transitado de un sistema de partido casi único a un sistema plural de partidos: “Haber pasado de elecciones sin competencia a elecciones altamente competitivas, y haber pasado de un mundo de la representación básicamente monocolor, ocupado por un solo partido, a uno de representación diverso, en el que están presentes integrantes de diferentes corrientes político-ideológicas”.
Desde Perú, el ex primer ministro Cateriano sostiene que el gran cambio es “ideológico y político contra las ideas estatistas y populistas que inspiraron y ocasionaron el quiebre económico del Estado”.
Ese cambio de ideas se impulsó, a su juicio, durante la campaña presidencial de Mario Vargas Llosa en 1990. “Se introdujeron ideas para tener el criterio de un Estado reducido pero eficiente (…). Si bien Vargas Llosa perdió las elecciones y la presidencia en 1990, en el campo ideológico y económico derrotó a Fujimori y a Alan García”.
Pero también menciona la derrota del terrorismo y la apertura de la economía al mundo a través de los tratados de libre comercio. Para la politóloga Campos, en cambio, un momento “muy importante y revelador” es que a partir del 2000 se logró “que los gobiernos se encaucen en la Constitución”.
“La isla empeoró, eso ha sido evidente”, asegura Negrón Portillo, el catedrático puertorriqueño. Y se refiere a la administración pública: “El gobierno, como institución, no funciona. Tiene dificultades hasta para proveer los servicios más simples. No siempre fue así”.
La otra gran transformación, a su juicio, fue el modelo económico: la economía cayó cuando se eliminaron los incentivos industriales del gobierno de Estados Unidos.
“Aumentó la emigración, se redujeron los nacimientos, la población se redujo y en términos sociales se percibe más intolerancia y se agudizaron problemas como la violencia de género. Todo va de la mano”, afirma.
-GDA
(*): El Grupo de Diarios América (GDA), al cual pertenece EL TIEMPO, es una red de medios líderes fundada en 1991, que promueve los valores democráticos, la prensa independiente y la libertad de expresión en América Latina a través del periodismo de calidad para nuestras audiencias.

Un continente a la deriva

El camino a la Cumbre de las Américas de 2022 es campo minado. La gobernanza democrática a lo largo y ancho del continente ya se encontraba bajo presión incluso antes de que la golpeara la pandemia el año pasado.
El impacto del covid-19 ha acentuado tendencias preocupantes que incluyen la polarización social; la subordinación de los poderes Judicial y Legislativo al Ejecutivo; el movimiento de millones de desplazados internos, migrantes y refugiados; la acción de actores no estatales minando la seguridad pública y el monopolio del Estado sobre el uso legítimo de la violencia; los efectos devastadores del cambio climático sobre una de las regiones biológicamente más megadiversas del planeta; la ruptura de la correa de transmisión entre ciudadanos y partidos políticos, minando con ello su legitimidad e interlocución con la sociedad; la demagogia; la falta de confianza de los ciudadanos en las instituciones; el impacto de la desinformación y polarización montada en las redes sociales, y el ensimismamiento de la región de cara al mundo y al sistema internacional.
La pandemia puso además de relieve que la falla tectónica esencial en el sistema internacional de este periodo intenso de volatilidad y dislocación económica y social detonado por el coronavirus no es la que existe entre gobiernos de izquierda, centro o derecha, o entre regímenes autoritarios y democráticos; es entre gobiernos eficientes por un lado, e ineficientes por el otro. Y la capacidad del Estado y su banda ancha de gestión a lo largo y ancho de las Américas, incluyendo a un Estados Unidos gobernado en su momento por Donald Trump, quedó ciertamente en entredicho.
Por si todo lo anterior fuese poco, en algunos países latinoamericanos, las fuerzas armadas tienen ahora más influencia política y económica que en cualquier otro momento desde la ola democratizadora de la década de los ochenta.
Aunado a ello, el andamiaje de concertación regional está quebrado, y es preocupante que Nicaragua se haya unido a Cuba y Venezuela como otro régimen autoritario más en el continente.
Un hemisferio que alguna vez se enorgulleció de sus disposiciones institucionales en defensa de la democracia, incluida la Carta Democrática Interamericana, parece ahora incapaz de unirse para defender incluso los derechos humanos más fundamentales, ya no digamos concertar y proponer una candidatura latinoamericana de consenso para la presidencia del BID (Banco Interamericano de Desarrollo), como sucedió el año pasado.
Sin liderazgo –y liderazgos– y fragmentada, Latinoamérica no ha podido conjugar la voluntad política necesaria para cumplir con sus compromisos y tratados regionales en defensa de la democracia.
Hay que decirlo sin ambages: los desafíos que enfrenta la propia democracia estadounidense y la fragmentación regional presentan obstáculos formidables.
No es sorprendente que una sensación de impunidad haya erosionado la legitimidad de las instituciones democráticas. La ola anticorrupción de la década previa se ha desvanecido.
Además, el lento crecimiento económico y el aumento de la pobreza y la desigualdad contribuyeron al descontento de los ciudadanos con la democracia. Los acontecimientos recientes en muchos países, con redes de seguridad y contratos sociales débiles, muestran que los agravios no atendidos pueden manifestarse repentinamente en protestas masivas (y violentas) y en apoyo a líderes que ignoran descaradamente las normas democráticas.
Otros componentes críticos de la democracia, como el Estado de derecho, también muestran signos de debilidad. Y el elemento más básico de una democracia, la elección justa y libre a través de las urnas y la aceptación de los resultados de los procesos electorales, está amenazado en gran parte del hemisferio.
Pero de manera palmaria y preocupante para el resto del continente, porque a diferencia de Las Vegas, lo que ocurre en Estados Unidos no se queda en Estados Unidos, una turba de sediciosos instigada por el expresidente Trump asaltó el Capitolio en un intento por anular los resultados de las elecciones presidenciales. Hoy deriva en resistencia de algunas élites políticas latinoamericanas y la desconfianza de gobiernos hacia intenciones y compromisos estadounidenses con la democracia.
Incluso si los gobiernos latinoamericanos creen que los ideales democráticos de Biden son genuinos, muchos buscarán resistir presiones y ganar tiempo, plenamente conscientes de la erosión de normas democráticas en el interior de EE. UU., esperando ver qué sucede en la elección presidencial de 2024.
Y Estados Unidos ya no es la única gran potencia con peso y presencia en las Américas; China es cada vez más capaz y está dispuesta a fortalecer los lazos con países que marcan distancia de Washington. ¡Menuda hoja de ruta la que se vislumbra para la cumbre en 2022!
-ARTURO SARUKHAN
Asesor estratégico internacional, orador público, colaborador de medios con sede en Washington, D. C., y exembajador de México en los Estados Unidos (2006-2013).

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