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Europa

El abecé para entender lo que está sucediendo en Turquía

Un grupo de manifestantes que apoya al gobierno del presidente Tayyip Erdogan ondea una gran bandera en la plaza Taksim Square, en el centro de Estambul. Reuters

Un grupo de manifestantes que apoya al gobierno del presidente Tayyip Erdogan ondea una gran bandera en la plaza Taksim Square, en el centro de Estambul. Reuters

Foto:AFP / Iakovos Hatzistavrou

Por estos días el país amenaza con salirse de la Otán y se está acercando a Rusía.

A principios del siglo XIX el imperio otomano, antecesor de la actual Turquía republicana, era conocida en las cancillerías europeas como “el enfermo de Europa”, lo cierto es que a este “enfermo” imperio turco le duró la enfermedad casi dos siglos hasta que una vez perdida una parte sustancial de su territorio después de la Primera Guerra Mundial, donde se situó en el bando de los perdedores, es decir Alemania y el imperio austrohúngaro, este último otro enfermo.
Es la época en que llevaban a Colombia emigrantes del imperio turco, que sin ser turcos, la mayoría eran libaneses, eran llamados en Colombia así al llegar con pasaporte turco. Británicos y franceses, como aves carroñeras, se hicieron con el despojos del imperio de la Sublime Puerta, constriñéndolo a la península de Anatolia y a una pequeña porción territorial europea al otro lado del Bósforo.
Bajo la tutela de las potencias europeas, Turquía dejaba de ser una monarquía a finales de 1992.
Se instauraba en la nueva Turquía una república oficialmente laica bajo la férula del destacado militar Mustafa Kemal, luego llamado Ataturk o padre de los turcos.
Las reformas fueron espectaculares; sustituyó el alfabeto árabe por el latino, limitó la influencia de la religión en la política y la sociedad, prohibió el velo y el turbante y dio a la mujer derechos políticos como era el voto y la posibilidad de ser elegida en puestos políticos antes que en otros países occidentales, esto por mentar alguna de las trasformaciones patrocinadas por Ataturk.
Hasta hace poco, la figura de Ataturk y sus designios eran incuestionables, pero con la llegada de Recep Tayyip Erdogan a la más alta magistratura del Gobierno la situación empezó a cambiar paulatinamente trocando de una república laica, tutelada por el ejército, a una república con una deriva islámica evidente.
Desde el arribo al poder de Erdogan y de su partido La Justicia y el Desarrollo, hubo de enfrentarse a poderes laicistas y castrenses que se consideraban guardianes del legado de Ataturk, que siendo aún muy influyentes en las estructuras del Estado eran refractarios al islamismo de Erdogan, un islamismo cada vez menos moderado, que reaccionaba reprimiendo cualquier manifestación callejera en su contra, como pasó con las protestas de la plaza de Taksim, o con el control de los mensajes opositores en las redes sociales.
Todo ello hacía que la figura de Erdogan sea interpretada en Occidente como la de un personaje autoritario, además salpicado por casos de corrupción familia.
Todo ello no es óbice para que, al contrario que en Occidente, en su propio país sea inmensamente popular, sirva como aseveración de ello su continua victoria en las distintas convocatorias electorales o la visión que de su figura se tiene en el mundo musulmán en donde Turquía tiene un ascendente desde hace centurias.

Detrás del ‘golpe’

El extraño y peculiar golpe de Estado patrocinado desde el ejército, la judicatura y el funcionariado, según Erdogan, ha servido para afianzar aún más su autoritarismo. La purga gubernamental como consecuencia de la intentona no tiene parangón en este siglo, habría que remontarse a las purgas de Stalin en los años 30, las de Hitler en la Noche de los cuchillos largos de 1934 o las de Mao en China en la década de los años 60 del siglo pasado.
El que estén bajo arresto o apartados de su puesto de trabajo casi 60.000 personas es una demostración clara de que esta represión posgolpe no tiene cercano parangón.
La paranoia represora llega a unos extremos ridículos como cuando se despide a un centenar de árbitros de fútbol a los que se considera simpatizantes de la cofradía de Fethullah Gülen, al que Erdogan ve detrás de los sediciosos y que se encuentra exiliado en Estados Unidos.
Sería un error gravísimo el pensar que el fracaso del golpe militar en Turquía y el afianzamiento del Gobierno turco es un triunfo de la libertad y la democracia, primero porque es difícil aseverar que Turquía fuera una democracia al estilo occidental incluso antes de Erdogan; y segundo porque con este ya en el Gobierno, los usos y las maneras gubernamentales eran notoriamente arbitrarias.
Se ha centrado Erdogan en la figura del teólogo Gülen como responsable intelectual del golpe de Estado. No está de más recordar que Fethullah Gülen fue un cercano aliado de Erdogan y que su amistad se quebró cuando aquel acusó de corrupción a Erdogan, obligándolo a exiliarse en Estados Unidos.
A partir de ese momento ha sido una obsesión para Erdogan, que lo ha acusado de estar detrás de todos los intentos de desestabilización del Ejecutivo turco, llegando a declarar a Hizmet, la cofradía religiosa cercana a Gülen, un grupo terrorista.
Pero detrás del golpe militar estaba también una parte significativa del ejército que ya estaba en la mira de Erdogan, coroneles y generales han sido sustituidos sin contemplaciones, en medida que mermara sin lugar a dudas la operatividad del ejército turco, uno de los principales de la zona.

Turquía y Europa

En definitiva, lo que está pasando y pase en Turquía es de vital importancia para Europa, un continente del que forma parte Turquía al tener una parte de su territorio en el Viejo Continente.
Por ello, Turquía ha llamado a las puertas de la Unión Europea de manera persistente, siendo rechazada una y otra vez, argumentando que el régimen de Ankara nunca ha sido un Estado totalmente democrático, pero subyaciendo el miedo del club europeo a 80 millones de musulmanes circulando sin restricción por Europa.
Ese déficit democrático no fue cortapisa para que en el contexto de la Guerra Fría, Turquía fuera admitido en la Otán patrocinada por su valedor hasta hoy en día en la comunidad internacional, Estados Unidos. El que compartiera frontera con la URSS fue importante y lo sigue siendo.
Los estadounidenses tienen presencia militar importante en Turquía a través de la Base Aérea de Incirlik, desde allí salen aviones de la Usaf para bombardear al Estado Islámico (EI) en Siria e Irak. Para Turquía el peligro del EI es secundario; los turcos solo se han implicado en la lucha contra este después del reciente atentado en el aeropuerto de Estambul, esto es un problema accesorio, que se limita a intentar que el conflicto de Siria no traspase la frontera.
El verdadero problema para ellos son los kurdos y en concreto el PKK, el partido de los trabajadores del Kurdistán con los que están en guerra abierta después de truncarse las negociaciones entre ambos que comenzaban en el 2012, y se da la paradoja de que siendo Estados Unidos y Turquía aliados, los primeros tengan a los kurdos como aliados y los segundos como enemigos acérrimos. Lo mismo ocurre con el Estado Islámico, adversario irreconciliable de los americanos y un mal menor para los turcos.
Turquía es ineludiblemente un actor prioritario en el escenario de Oriente Medio y los primeros que lo saben son los mismos turcos que han pasado de conformarse con tutelar los intereses occidentales en la zona a querer ser protagonistas en Oriente Medio y en el Cáucaso.
Para ello las buenas relaciones con los Estados cercanos son esenciales, sobre todo con las provincias turcófonas euroasiáticas, zona energética vital.
Este intento de resucitar los sentimientos panturcos no es del gusto de Washington; Turquía, sabedora de ello, se ha acercado a Rusia, otro agente inexcusable en la zona, una vez superado el incidente del derribo del avión ruso. Como se ve, el vacío dejado por la administración Obama y la inoperancia europea son vistos por los turcos como la oportunidad de afianzar su papel en la zona, olvidando el de actor secundario como hasta ahora había sido.
Si Erdogan continúa con la represión después del golpe sometiendo a los críticos e islamizando la sociedad turca, sin que ello sea problema para seguir perteneciendo a la Otán y siendo un socio preferente de la UE, el ejemplo será copiado por otros países de la zona donde las experiencias democráticas son una extravagancia.
El peligro de que Erdogan opte por abandonar el sistema parlamentario turco adoptando otro presidencialista, pero no al estilo norteamericano, sino uno semejante al que el liberticida Putin ha instaurado en Rusia, es una amenaza real no solo para los propios turcos, sino para toda la región, pendiente de lo que ocurre en el país otomano.
Erdogan continuará utilizando a los refugiados que hay en Turquía esperando su salto a Europa para presionar a la comunidad internacional. Es esta una baza, la de los refugiados, que previsiblemente hará que Europa sea timorata al denunciar los atropellos presentes y futuros en Turquía.
Si a ello unimos la necesidad que tienen los norteamericanos de Turquía para perpetuar su incidencia en la zona, entenderemos que la importancia de Turquía en el panorama de Oriente Medio y el Cáucaso es incuestionable.
JOSÉ ÁNGEL HERNÁNDEZ*
* Ph. D., dirige el Departamento de Historia-Escuela de Filosofía y Humanidades, de la Universidad Sergio Arboleda. jose.hernandez@usa.edu.co
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