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Europa

‘La diplomacia no es una cena de gala’

Emmanuel Macron quiere un giro en las relaciones con China, en las que Francia juegue un papel de liderazgo para lograr la unidad de Europa. A su lado, el presidente Xi Jinping.

Emmanuel Macron quiere un giro en las relaciones con China, en las que Francia juegue un papel de liderazgo para lograr la unidad de Europa. A su lado, el presidente Xi Jinping.

Foto:Reuters

El diplomático Claude Martin repasa hitos y anécdotas de la política exterior franco-china.

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Parafraseando la famosa sentencia de Mao Tse Tung: “La revolución no es una cena de gala”, el diplomático francés Claude Martin relata en un extenso libro de 946 páginas la historia de las relaciones entre China y el país galo y la evolución de la política exterior francesa de los últimos 50 años.
Rico en anécdotas y ameno de leer, se dan a conocer los juegos de poder que permiten entender los retos de la política exterior actual. Allí se inscriben las historias de los grandes hombres políticos del mundo y el devenir de las relaciones exteriores entre Europa, Asia y Estados Unidos.
Se dibujan las estrategias de la política exterior de Francia desde el general De Gaulle con la China de Mao Tse Tung y se presentan los cambios según la visión y la trayectoria de cada presidente.
Martin describe en profundidad la china rural de los años 60, pobre pero muy colorida, que evoluciona al ritmo de los ideales y planteamientos de sus principales líderes, como Mao; el primer ministro Li Peng, que jugó un papel central en los actos de represión de Tiananmén en 1989, el reconocido reformador Deng Xiaoping o el nuevo líder Xi Jinping. Se describen los sucesos y altibajos de un modelo en busca de transformación.
Más allá de su paso a un régimen capitalista en lo económico, se expone el ADN de este país que comulga con una esencia milenaria y una cultura propia que sus principales líderes no desean cambiar.
Así mismo, se exponen las claves y las complejidades de un país profundamente rural que abre su sistema desde 1978 hacia una mayor libertad, combinando un espíritu dinámico en el campo empresarial y un modelo creativo jalonado por sus ciudadanos.

Lecciones de diplomacia

En estas memorias se pueden rescatar grandes lecciones. La diplomacia no se construye únicamente a través de políticas de Estado, sino con las interacciones humanas. Son los grandes hombres y sus obsesiones los que irán definiendo el devenir de las relaciones entre los pueblos. Una buena diplomacia es la que inscribe en ella a hombres y mujeres que tengan un verdadero conocimiento del país al que llegan.
El éxito de una buena diplomacia debe pasar no solo por hablar el idioma del país visitado, también juega, y con mucho peso, el conocimiento de su historia, su cultura, su modelo educativo, su economía y el aprecio por lo local. Posiblemente un último ingrediente que, no es de poca monta, será el pragmatismo y la toma de decisiones fría con la que los líderes políticos deberán actuar.
Entre las múltiples anécdotas, Martin devela los mitos sobre una parte de la intelectualidad francesa de Mayo del 68 que defendía el régimen comunista sin haber pisado la tierra de Mao, revela los pormenores del viaje del reconocido ministro de cultura del general De Gaulle, André Malraux, y las estrategias para lograr un encuentro con el mítico Mao; describe con agudeza la personalidad de los hombres fuertes del régimen, como Li Peng o Den Xiaoping, y el rol cuasi monárquico del expresidente François Mitterrand.

Todos los pueblos pueden cometer errores, pero ninguno puede aceptar que le dicten su conducta

La China comunista

Martin llega a la China comunista en enero de 1965 a trabajar como asesor cultural de la embajada. Acababa de terminar sus estudios de ciencia política y de lenguas orientales y había sido recientemente aceptado en la carrera de administración pública (ENA). Para ese momento la Embajada tenía 40 funcionarios, pero necesitaban sinólogos que pudieran afianzar el trabajo y consolidar las relaciones franco-chinas.
Desde sus primeras páginas, el relato está marcado por el escenario político. El autor describe al general De Gaulle como un verdadero líder que había logrado grandes avances a nivel interno e internacional, internamente con la reorganización de las finanzas y las instituciones. En el frente exterior, poniendo punto final a la política colonial y dando fuerza a la construcción del proyecto europeo.
Francia tenía un importante reconocimiento en el contexto internacional y en su línea primaban el diálogo, el fin de los bloques y la objetividad. La política exterior gaullista se caracterizó por un gran pragmatismo, reconociendo a la China comunista antes que los demás países europeos.
¿Cuáles fueron las razones del general De Gaulle? Martin asegura que el reconocimiento tuvo un valor simbólico con el que buscaba romper con la posición norteamericana del “mundo libre”: “El mensaje del general De Gaulle es el de la independencia y la soberanía nacional. Cada pueblo debe poder decidir su destino. Nadie puede dictarle, y menos imponer, sus escogencias. Todos los pueblos pueden cometer errores, pero ninguno puede aceptar que le dicten su conducta. La naciones débiles o perdidas se levantan por sí mismas”.

Una visita incómoda

De estos primeros años recuerda que el marco cultural le permitió aprehender la evolución política del país. Las librerías presentaban las grandes obras de Mao o los discursos de dirigentes como Deng Xiaoping. Para la época eran conocidas las difíciles relaciones de Mao con los escritores, los universitarios y los intelectuales.
Años más tarde, la propaganda callejera durante la revolución cultural fue un instrumento clave. Se luchaba contra el revisionismo y se propendía hacia el estudio y la fidelidad al pensamiento de Mao.
La visita del ministro de cultura André Malraux, un año después de su llegada, marcaría su vida de joven diplomático. Idolatrado en Francia, principalmente por sus obras literarias, como Les conquèrants y La condición humana, en China levantaba ampollas.
En sus escritos, Malraux aseguraba haber participado en los grandes momentos de la Revolución china. Sin embargo, este nunca había estado en China ni había frecuentado a líderes políticos como Zhou Enlai, como pretendía en sus libros.
El encuentro con Mao estuvo marcado, sobre todo, como una entrevista entre gigantes intelectuales. Más que un diálogo, se confrontaron dos visiones del mundo opuestas y representativas de sus respectivos países.

El legado de Confucio

Veinte años más tarde, con tan solo 45 años de edad, Martin fue nombrado embajador en China por el presidente François Mitterrand. Su relato muestra la tensión en las relaciones franco-chinas.
Antes de su llegada como embajador, Martin acogió en París a los principales líderes estudiantiles e intelectuales del movimiento democrático creado luego de la masacre de estudiantes en la plaza de Tiananmén, en 1989.
La decisión de Francia de reforzar lazos comerciales con Taiwán y el interés de Danielle Mitterrand de estrechar lazos con el Dalái Lama, así como de apoyar un movimiento por el “Tíbet libre”, generaron duros enfrentamientos diplomáticos.
En la entrega de credenciales, el jefe de Estado, el temido Yang Shangkun, quien había dado la orden de ataque en Tiananmén, le expresó categóricamente: “Ustedes, los occidentales, creen en los valores cristianos, en el individualismo, en los derechos humanos, en una creencia inspirada por su filosofía y su religión. Para nosotros son las enseñanzas de Confucio las que fundan la organización de la sociedad (...).
La sociedad debe estar organizada según las reglas que garantizan orden y una armonía. Un solo Sol, un solo emperador en la Tierra, la autoridad no se divide. Los hombres obedecen al soberano; la mujer, a su marido; el hijo menor, al mayor; el estudiante, al profesor. Es así como China ha sido grande y fuerte desde hace más de dos mil años”.
La posición de Martin fue implacable frente a los valores de la República. Expuso el interés y la admiración por ese gran país, pero indicando la necesidad de respetar la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que había sido aceptada por ese país. El relato de Martin muestra el difícil equilibrio de una política exterior fuertemente orientada hacia las relaciones comerciales, incluyendo la venta de armas y la exigencia moral del respeto de los derechos humanos.

La transformación

Para mediados de los años noventa, Martin reconoce que las grandes reformas económicas y los pequeños pasos de apertura en lo político posicionaron a China como un actor de nivel en el escenario mundial, junto con Estados Unidos, Rusia y Japón.
De los grandes líderes de la Revolución china, Den Xiaoping, muerto a la edad de 93 años en 1997, es reconocido por el autor como el líder más importante no solo por su carisma, sino por su trabajo en la trasformación y modernización de China.
De esta leyenda de líderes surge Xi Jinping, quien fue secretario de la municipalidad de Fuzhou, una de las regiones más dinámicas en el campo de las reformas económicas e inversión de capital extranjero. Xi Jinping llega de la mano de su padre, uno de los hombres más cercanos y fieles a Den Xiaoping. Es definido como discreto, amable y con un recorrido político sin equívocos. Desde 2008 fue vicepresidente y a partir de 2010, vicepresidente de asuntos militares.
Bajo los lemas de virtud y lucha contra la corrupción, el nuevo presidente chino logró realizar una campaña de purificación que muchos han calificado como una oportunidad para eliminar a sus principales adversarios. Hoy, a la cabeza del partido ha logrado concentrar las funciones y tener mayores poderes que sus predecesores, incluso que Mao.
En sus memorias, Martin concluye con cierta nostalgia que la política exterior francesa abandonó “la visión multipolar del mundo fundada en el respeto de las soberanías, fue incapaz de construir una verdadera dinámica europea y no logró mirar más allá de sus realidades para entender al otro”.
Sin duda, estas conclusiones son las que Emmanuel Macron busca cambiar hoy jugando un rol de liderazgo para lograr la unidad de Europa.
El debate se da, entonces, entre quienes tienen una visión progresista, como Macron, y los populismos de derecha e izquierda que tienen un discurso de cerrar las fronteras, critican la globalización, luchan contra la inmigración y le dan juego a la política exterior estadounidense.
MARÍA FERNANDA GONZÁLEZ E. 
Especial para EL TIEMPO
PH. D. Universidad de la Sorbona - Profesora invitada de la Universidad Javeriana. 
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