Turquía cumple un año del fallido intento de golpe de Estado por una facción del ejército turco, uno de los más importantes de la Otán, que presuntamente seguía órdenes del clérigo Fetullah Güllen, en la supuesta búsqueda por derrocar al presidente turco, Recep Tayip Erdogan. Una tentativa que fracasó, pero que ha tenido consecuencias permanentes en la vida social y política del país.
La intentona provocó el cierre temporal de los puentes de Estambul, el bombardeo sobre el parlamento en Ankara y el sobrevuelo y disparo con aviones militares y tanques en las calles. Pero el movimiento fracasó, y miles de personas salieron a protestar contra la tentativa, que dejó al menos 300 muertos y más de 2.500 heridos en las pocas horas que duró.
Sobre los hechos, ocurridos el pasado 15 de julio de 2016, todavía existen muchas dudas. Tanto así que se habla de dos versiones del suceso. La primera, divulgada por el mismo Erdogan en medios locales, sostiene que un grupo de las fuerzas militares de Turquía protagonizó la intentona bajo influencia de Güllen, un religioso laico con intereses en el sector educativo, el ejército y el mundo cultural, y creador del Movimiento Hizmet, que traduce ‘servicio’, en español.
Erdogan y Güllen fueron aliados durante décadas, pues este era propietario de la mayoría de los medios de comunicación e instituciones académicas. Además, los funcionarios del aparato estatal turco estaban, en su mayoría, vinculadas con Güllen, mucho más que los sectores conservadores del mandatario. Funcionaba como un solo equipo.
Sin embargo, esta alianza se quebró en el 2013, cuando uno de los periódicos laicos que pertenecían a Güllen publicó investigaciones por corrupción gubernamental que afectaban a Erdogan, lo cual molestó al presidente y le dio motivos para ejecutar una “venganza contra los laicos”, como él mismo expresó.
La segunda versión de lo ocurrido sostiene que los hechos fueron en realidad un autogolpe de Erdogan para justificar los acontecimientos que vendrían después. Los argumentos de esta interpretación se basan en la incertidumbre que provocó la actitud débil y dubitativa del mando militar, muy diferente de su actuar habitual.
Turquía ha sido un país laico desde el declive del Imperio otomano, que desembocó en la fundación de la República Laica de Turquía en 1923 por Mustafá Kemal Ataturk.
De su misma línea, pero sin tener conexiones con la política, el país se ha desarrollado de la mano del religioso Fetullah Güllen, quien promulga la libertad de prácticas religiosas en el entendido de que la naturaleza laica del país debe seguirse conservando.
A pesar de ello, menos de la mitad de la población turca es laica o, como suelen llamarse en el país, ‘turcos blancos’; y el resto es conservadora-religiosa.
Aprovechando esa coyuntura, Erdogan llega al poder en el 2002, con un discurso democrático, de libertar para todos, ofreciendo a los sectores religiosos mayores canales para expresar sus ideas y tener influencia política. Además, perfiló un país abierto al libre comercio y que ampliaría sus relaciones diplomáticas, y, en particular, cumpliría los requisitos para ingresar a la Unión Europea.
Pero la intentona golpista cambió todo el panorama, y hoy se percibe a Erdogan como un presidente autoritario que quiere eternizarse, abandonar el carácter laico del país y otorgarse más poderes de los que permite la ley. En ese orden de ideas, Turquía ha sufrido recientemente la mayor purga de su historia. En la actualidad hay 55.000 presos acusados de terroristas, de los cuales 160 son periodistas y 40.000 son desde académicos, intelectuales, políticos opositores y jueces hasta activistas de ONG o cualquier persona que tenga el más mínimo vínculo con Güllen.
“Ser güllenista ahora en Turquía es peor que ser miembro del Daesh (Estado Islámico)”, dijo a EL TIEMPO una fuente que por razones de seguridad pidió la reserva de su nombre.
Actualmente, Turquía es el tercer país, después de China e Irán, con más periodistas presos. Los detenidos no han sido juzgados ni recibido sentencias.
“Las investigaciones toman mucho tiempo porque los involucrados son demasiados. Sin embargo, hace un par de semanas se asignó un grupo de investigación para dar solución a los presos”, le manifestó a EL TIEMPO el embajador de Turquía en Colombia, Engin Yürür.
El discurso con el que Erdogan llegó al poder continúa vigente y más popular que nunca. Tanto así que le permitió el pasado 16 de abril ganar un referendo que le otorgará superpoderes y eliminará el puesto de primer ministro.
“Turquía se convirtió en una nación de un solo hombre; hay una sola voz y una sola versión de las cosas, y ese se llama Erdogan”, aseguró la fuente.
Esta serie de estrategias autoritarias del presidente dejó las relaciones diplomáticas en un plano de confusión y bloqueo, incluido el proceso de adhesión a la UE, que está borde del precipicio.
Giro estratégicoRespecto a eso, el diplomático turco dijo: “Turquía puede sobrevivir solo también, pero necesita amigos”. Además, las alianzas internacionales han dado un vuelco, pues “Erdogan quiere llevar a Turquía hacia Rusia, hacia Irán. Él volvió su cara de Occidente hacía Oriente”, apuntó Adem Oner, profesor en la Universidad del Rosario.
Se espera que Erdogan permanezca en el poder hasta el 2019, cuando se cumple su periodo presidencial. Pese a eso, el presidente parece querer prolongar su mandato hasta el 2023 para liderar las celebraciones de los 100 años de la Turquía moderna.
Lo que se espera para la vida social y política del país gira en torno a Erdogan, quien, al parecer, busca remplazar en el imaginario de los turcos a una figura de la talla histórica de Ataturk, para así convertirse, según algunos analistas, en el padre de la ‘República islámica’ de Turquía’ y recuperar la gloria de las épocas del sultanato.
El sábado, como un sultán, Erdogan se dio un monumental baño de masas para honrar a las 250 víctimas de la asonada de hace un año: “Se enfrentaron a los tanques sin armas, solo con banderas en la mano”, dijo. “Su única arma era su fe, mientras que enfrente, los golpistas no tenían fe”, concluyó el mandatario desde una tribuna erigida en el extremo asiático del puente del Bósforo.
Ana María Díaz Cifuentes
Redacción Internacional