En un breve texto publicado el domingo pasado por el suplemento Ideas, del diario argentino ‘La Nación’, la directora ejecutiva del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec), Julia Pomares, propuso tres argumentos en defensa de los vilipendiados expertos.
El primero es que “parte del desencanto público (con ellos) nace de una expectativa demasiado alta acerca del rol que puede jugar el conocimiento técnico en la política”. Esta expectativa, sugirió, se deriva del énfasis en la doctrina ‘what works’ (lo que funciona) patentada por Al Gore durante la administración Clinton y del movimiento británico ‘evidence-based policy’ (política basada en la evidencia).
El segundo es que “la crítica a los expertos parte de otro supuesto erróneo: el rol del conocimiento es instrumental e inmediato”. Según Pomares, doctora en ciencia política de la London School of Economics, la influencia del conocimiento en la vida pública es mucho más azarosa de lo que nos gustaría. En su opinión, muchas ideas impactan más por el momento en que se exponen que por sus méritos analíticos, y como ejemplo de esto cita el éxito de Thomas Piketty con su libro sobre la desigualdad.
Y el tercer argumento en defensa de los expertos es que “la idea de predicción es a veces mal entendida (...) en un contexto de grandes y complejos problemas, como el cambio climático, la automatización o el extremismo religioso”, que requieren “análisis cada vez más sofisticados”.
Pomares, exasesora de políticas de la Oficina del Vice Primer Ministro del Reino Unido, opina que “esta crisis reputacional del conocimiento experto en el campo social y político es una oportunidad para revisar los procesos de producción y difusión de conocimiento”, de manera que sean más transparentes, generen incentivos para mostrar errores de la investigación y hagan públicas las rectificaciones.
Y remata su exposición refutando la crítica de que el conocimiento experto no se involucra en la política. Para ella, un buen ejemplo de que eso no es verdad es la carta en defensa de los transgénicos que hace unos días publicaron 110 ganadores del Premio Nobel, en la que le piden a Greenpeace que frene el boicot por considerarlo un crimen de lesa humanidad.
“El mito de los académicos recluidos en ‘Paperlandia’ es historia”, concluye Pomares, que trabajó para el Woodrow Wilson International Center for Scholars y la Organización de Estados Americanos (OEA).
EL TIEMPO