Emmanuel Macron, reelegido con el 58 por ciento de los sufragios depositados el domingo pasado en la segunda vuelta de las presidenciales francesas, recibió el 85 por ciento de los votos de los parisinos y las tres cuartas partes de los de Seine-Saint-Denis, un distrito de clase trabajadora en la periferia de la capital donde el 30 por ciento de la población es de gente nacida en el extranjero.
(Macron es reelegido en Francia con avance histórico de la extrema derecha).
Pero en el distrito de Somme, donde Macron se crió, su contrincante de extrema derecha, Marine Le Pen, estuvo por delante, y en el Pas-de-Calais, donde Macron tiene una casa, obtuvo el 58 por ciento.
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En este país, profundamente dividido, no parece haber mejor predictor del voto que la distancia de los centros metropolitanos.
Las divisiones profesionales y educativas (más que los ingresos) también importan. Dos tercios de los trabajadores franceses se decantaron por Le Pen, y tres cuartas partes de los gerentes y directivos, por Macron, según el sondeo de Ipsos; mientras que tres cuartas partes de los licenciados universitarios se decantaron por Macron, frente a una cuarta parte que lo hizo por Le Pen.
A los determinantes sociológicos se suma la localización. Francia se está convirtiendo rápidamente en un país en el que la gente se agrupa cerca de sus pares. Entre 2008 y 2018, la proporción de directivos y trabajadores altamente cualificados en ciudades como París, Burdeos o Lyon aumentó entre cuatro y cinco puntos porcentuales, mientras que muchos residentes de clase media-baja y de clase trabajadora se mudaron de esas ciudades.

Carteles de Emmanuel Macronj y Marine Le Pen en las elecciones francesas.
Loic VENANCE / AFP
A un nivel más profundo e individual, la satisfacción con la propia vida fue un determinante clave del voto. Alrededor del 80 por ciento de los insatisfechos con su vida votaron a Le Pen. Como han documentado Yann Algan, de la escuela de negocios HEC de París, y sus colegas, la confianza social o la falta de ella influye significativamente en la elección de los votantes.
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Estos resultados nos resultan terriblemente familiares. Al igual que en Estados Unidos, el nivel de estudios y el lugar de residencia parecen determinar a quién se vota, y el apoyo a los candidatos de extrema derecha se está afianzando entre los votantes de la clase trabajadora.
Pero detenerse aquí sería demasiado simple, porque la mayor conmoción de estas elecciones no fue la segunda vuelta Macron-Le Pen, que se esperaba, sino la devastación de los partidos tradicionales que se produjo en la primera ronda. Mientras que sus candidatos obtuvieron conjuntamente el 56 por ciento de los votos en 2012, solo recibieron el 6,5 por ciento de los mismos diez años después. Entre los grandes países europeos, solo Italia ha experimentado una remodelación semejante del panorama político en los últimos años.
Los ganadores fueron Macron y Le Pen, pero también Jean-Luc Mélenchon, un exministro socialista que se reinventó como abanderado de la izquierda radical y que no logró clasificarse para la segunda vuelta por un pelo. El veterano político, una especie de Bernie Sanders francés, se llevó el voto de los jóvenes urbanos, y la mayoría de los que podrían haber votado a los Verdes o al Partido Socialista lo consideraron la única posibilidad de marcar la diferencia.
Los votantes de Mélenchon ayudaron a asegurar la victoria de Macron, ya que se estima que el 42 por ciento de ellos lo votó en la segunda vuelta (el 41 por ciento se abstuvo y el 17 por ciento votó por Le Pen). Pero en lugar de prepararse para formar una coalición, como en un sistema con representación proporcional, donde los partidos que compiten deben encontrar un terreno común para gobernar, los partidos rivales de Francia ya se están preparando para las elecciones parlamentarias de junio.
En su discurso de victoria, Macron se comprometió a tener en cuenta las opiniones de todos los que le votaron, a escuchar más y a gobernar de forma diferente a como lo hizo en los últimos cinco años. La cuestión es lo que esto puede significar en la práctica. Si quiere gobernar desde una base más amplia que el 28 por ciento que obtuvo en la primera vuelta, debe tener en cuenta las preferencias de aquellos cuya primera opción fue Mélenchon.
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Los partidarios del presidente francés y candidato a la reelección Emmanuel Macron reaccionan después de los resultados en la primera ronda de las elecciones presidenciales francesas en París.
EFE
Una alianza explícita no está, evidentemente, en las cartas. Pero incluso una coalición de voluntades de facto es difícil de imaginar. Macron y Mélenchon son programáticamente casi opuestos. Mientras que Macron hizo campaña para aumentar la edad de jubilación, Mélenchon prometió bajarla. Macron quiere bajar los impuestos a las empresas, mientras que Mélenchon quiere subirlos. Y mientras Macron planeaba 50.000 millones de euros (53.600 millones de dólares, o el 2 por ciento del PIB actual) en nuevos programas de gasto público, Mélenchon pedía un aumento cinco veces mayor.
El único tema en el que podrían encontrar un terreno común es en la transición ecológica o transición verde, ya que Macron ha apoyado explícitamente el concepto de Mélenchon de ‘planificación ecológica’ y se ha comprometido a poner al primer ministro directamente al frente. Pero incluso aquí hay diferencias, pues Macron quiere lanzar una nueva generación de reactores nucleares, mientras que Mélenchon está a favor de ir al 100 por ciento con las energías de renovables.
En este sentido, Francia no se diferencia de Estados Unidos, donde a los demócratas tradicionales y a los partidarios de Sanders les resulta imposible ponerse de acuerdo en nada sustancial, y sus disputas sientan las bases para una aplastante derrota en las elecciones de mitad de mandato de noviembre. Pero una duradera lucha triangular entre la izquierda, el centro y la derecha significa que en algún momento Le Pen, o su heredero político, puede encontrar la forma de entrar en el Elíseo.
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Carteles de candidatos presidenciales en Bordeaux, Francia.
EFE/EPA/CAROLINE BLOOMBERG
La gran cuestión para Macron es cómo dar a sus votantes de la segunda vuelta razones válidas para creer que los ha escuchado. Lo único que no puede ni debe hacer es dejar de llevar a cabo las reformas económicas que cree que pondrán a Francia en la senda del resurgimiento económico. La educación no puede esperar, la relación empleo-población sigue siendo nueve puntos porcentuales inferior a la de Alemania, y una sociedad que envejece no puede dejar sin atender la reforma de las pensiones.
Pero hay potencial para una apertura en tres temas relacionados.
Lo único que no puede ni debe hacer es dejar de llevar a cabo las reformas económicas que cree que pondrán a Francia en la senda del resurgimiento económico
En primer lugar, la gestión de la transición ecológica es una tarea relativamente nueva y global, y aunque no es un campo fácil, las posiciones son menos inamovibles que las de la reforma fiscal y del bienestar social.
En segundo lugar, Macron debe hacer realidad su reconocimiento de la necesidad de cambiar su enfoque vertical de la gobernanza. Se necesitan dos para bailar un tango, pero vale la pena intentar el diálogo social y una democracia más participativa.
Por último, la postura de Macron en materia social ha sido que la igualdad de oportunidades es más importante que la redistribución. Un enfoque más equilibrado, con mayor atención a las cuestiones distributivas, tranquilizaría más a los votantes que le han reelegido.
(*) Miembro sénior del centro de pensamiento Bruegel, con sede en Bruselas, y miembro sénior no residente del Peterson Institute for International Economics. Titular de la cátedra Tommaso Padoa-Schioppa en el Instituto Universitario Europeo.
EAN PISANI-FERRY
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