La elección de Emmanuel Macron se siente como un bálsamo en las ampollas populistas. La prensa, los líderes políticos, los académicos y los electores, defensores del orden liberal, perciben el arribo del banquero francés como un paliativo ante los golpes pesimistas del brexit y la presidencia de Donald Trump.
Frente al brexit, los europeístas sienten que Francia se aisló del populismo euroescéptico y que los caprichos de Trump no tendrían la misma resonancia en Francia como lo hubiesen obtenido con Marine Le Penn en el Palacio del Elíseo. Sin embargo, la política no vive de euforias prelectorales o de buenas intenciones en los discursos de posesión.
Macron fue el fenómeno electoral perfecto. Su figura de outsider encuadraba en el descontento francés por los liderazgos de los partidos tradicionales. Su origen banquero y la poca experiencia en el complejo mundo burocrático le imprimía un aire renovador a las preferencias electorales anquilosadas por los escándalos de corrupción de los demás candidatos.
Con una juventud inusitada para la tradición presidencial francesa y casado con su profesora 24 años mayor, atraía a jóvenes apáticos que decidieron la elección al percibir como conveniente esa marca distintiva. Y con Francia en marcha, una plataforma política independiente, le rivalizaba un lugar en el espectro político francés a los tradicionales socialistas y conservadores. Todo se configuró para mostrar a un candidato vigoroso, globalista, atípico y renovador.
Gracias a ese perfil, las expectativas fueron subiendo como espuma de mar. Tras ganar la primera vuelta, lo que más favoreció a Macron fue enfrentarse a Le Pen en la segunda. Una apuesta por mantener a Francia como el músculo financiero, político, ideológico y programático de la Unión Europea le granjeó el voto de los ciudadanos que le temían a una desintegración del proyecto comunitario europeo.
También, con su visión de hombre de finanzas tranquilizó a los grandes centros de producción económica francesa con propuestas de fiscal y promoción comercial. Al grueso de los trabajadores franceses les prometió ampliar coberturas en casos de desempleo y, a los migrantes, un mensaje de apoyo y calma ante el nerviosismo y la incertidumbre de las posturas del Frente Nacional y delbrexit.
Pero por más tranquilidad y mesura que haya despertado su propuesta política, Macron sabe que se gobierna mejor con los partidos tradicionales. Si bien su figura de outsider le bastó para desmarcarse de las cargas medíaticas de los políticos tradicionales, comprende que una amable relación con la Asamblea Nacional Francesa concretaría las buenas intenciones de campaña en políticas públicas reales y efectivas para los jóvenes desempleados, los migrantes excluidos y los empresarios estancados.
La pelea sin cuartel con los partidos tradicionales era útil en campaña, en el gobierno es a otro precio. De allí, que haya compuesto su gabinete ministerial con figuras de las facciones políticas a las que derrotó en las urnas. Sus ministros de economía y de cuentas públicas, son de origen conservador; los del interior y exteriores, de origen socialista y las ministras de centro ejercen en las carteras de asuntos europeos y ejército. Es decir, pensando en la configuración de la Asamblea Nacional, armó un gabinete con vasos comunicantes de distintos partidos que acelerarían ese paquete de medidas gubernamentales necesario para que Francia retome su lugar en el escenario internacional.
Como banquero sabe que quienes más se han beneficiado de la globalización, del Euro y del mercado común europeo son las élites financieras y políticas anejas a los proyectos políticos de las multinacionales. Y, en un plano de menor beneficio, están los trabajadores no calificados, los jóvenes con baja preparación laboral y los inmigrantes que buscan un pequeño espacio en esa economía europea dominada por Alemania y Francia. Evitar la caída al abismo populista euroescéptico era un mensaje imperativo de Macron en sus viajes a las campiñas en busca de votos, pero ya en la dirección de los destinos franceses debe entender que la emergencia populista antieuropea, antimigrante y antielitista se da porque los beneficios del europeísmo y la globalización se perciben monopolizados en las pocas manos millonarias que veranean en Saint-Tropez o Marsella.
Entonces, el desafío de Macron es el de pasar de ser el outsider joven y carismático de las elecciones a ser el presidente francés decidido y prudente. De no hacerlo con los consensos necesarios junto a los demás partidos y con las fuerzas políticas internacionales que interesan a Francia, toda la espuma de expectativas y buenas intenciones despertada en las elecciones puede traducirse en más votos para el Frente Nacional, al que le tienen tanto miedo y que obtuvo un registro electoral nada despreciable en las presidenciales.
Y, derivado de ello, necesita prevenirse de que las élites académicas, intelectuales, banqueras y políticas le dominen su agenda de gobierno, porque de ocurrir, el populismo utilizará esa razón para seguir siendo el ‘fantasma’ que asola a Europa.
DIEGO CEDIEL
Profesor de Ciencias Políticas
Universidad de La Sabana
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