Joan Boscà, o Juan Boscán, fue un reconocido poeta catalán que nació en Barcelona en 1487 y falleció en la catalana Perpinyà en 1542. En 1539 se estableció en Barcelona y contrajo matrimonio con Ana Girón de Rebolledo.
A Boscà se le debe, nada menos, la introducción en España del verso endecasílabo y estrofas italianas como el soneto, la octava real y el terceto encadenado, así como la canción en estancias. El ilustre vate barcelonés representa a la perfección el sentimiento de pertenencia a la catalanidad como expresión de su indiscutible hispanidad.
El matrimonio Boscà y Girón convirtió su casa en el centro de una célebre tertulia literaria centrada en hacer visible y fructífero el intercambio cultural entre la cultura castellana y catalana; ambas que, de forma natural, han coexistido desde siempre en Cataluña.
A aquella tertulia asistían habitualmente el literato y militar catalán Jeroni Agustí i Albanell, que fue Batlle General de Catalunya, y el poeta granadino Diego Hurtado de Mendoza.
De la misma forma que Joan Boscà asumió con naturalidad que ser catalán no es algo opuesto a ser español, la mayoría de catalanes asumen con naturalidad lo que es una evidencia, aún cuando es preciso reconocer que lo que esta evidencia representa, su idea y su mensaje, no ha sido cultivada lo suficiente ni en Cataluña ni en el resto de España. Quizás olvidamos que una comunidad precisa de símbolos y sentimientos para mantenerse.
Son esos recuerdos comunes, expresiones compartidas, referentes propios que necesitamos para preservar su cohesión. Quizás en España hemos descuidado este aspecto, de tal forma que las relaciones familiares, de amistad, de negocios, que vertebran desde abajo nuestro país no tienen un suficiente reflejo simbólico.
Es posible que hayamos descuidado alimentar ese imaginario colectivo que contribuye a dotar de vitalidad los ricos nexos humanos que constituyen la arquitectura de un país.
Esta ausencia de atención a los elementos sentimentales comunes es especialmente peligrosa cuando desde una parte del todo, se realiza durante décadas una tarea de reconstrucción nacional que tiene como referente no ya al conjunto del Estado sino a una parte de este. Esto es lo que está ocurriendo en Cataluña.
El resultado es una desafección que, aunque pretenda a veces basarse en graves razones económicas y políticas, no deja de tener una pulsión identitaria y sentimental. De ahí que estemos viviendo una explosión nacionalista a partir de relatos imaginarios que no pueden combatirse desde la razón.
Para ello debemos decir, con firmeza y sin ambages, que nos sentimos hondamente partícipes de España. Y lo hacemos huyendo del nacionalismo, de todos los nacionalismos, del de aquí y del de allí. No solo rechazamos el secesionismo sino también la famosa conllevancia: el fatalismo de que no hay nada que hacer.
Cataluña es una región rica, con una renta per cápita de más de 26.000 euros, que son 4.000 más que la media española y por encima de la media europea. Gozamos de un sistema democrático consolidado y estamos integrados en la Unión Europea.
No hay razones para considerar que la integración de Cataluña en España y en la Unión Europea supone desventajas para los catalanes. Pese a ello, una serie de falsedades, tergiversaciones y también un cúmulo de errores políticos en muchas direcciones, nos ha conducido a esta crisis.
España se convirtió en los siglos XVIII y XIX en destino principal de los productos catalanes y el comercio con América, una de las claves del desarrollo económico de Cataluña durante esos siglos. Y en el XX, la integración de la economía catalana con la del conjunto de España no ha dejado de crecer. No se entiende la una sin la otra. Que Cataluña se aislara de los mercados español y europeo sería una catástrofe. Pareciera que la independencia supusiera una separación cuando es una amputación.
La sociedad catalana es una parte de la sociedad española y los vínculos entre Cataluña y el resto de España son estrechos. ¿Podríamos no considerar que Sevilla, Zaragoza, Santiago de Compostela o Valencia sean nuestro país? ¿Seríamos capaces de renunciar a nuestra condición de ciudadanos europeos? ¿Soportaríamos que las tierras de las que vinieron nuestros padres, donde viven nuestros hijos, fueran consideradas extranjeras? No.
Los catalanes también queremos ser protagonistas del proyecto común español. Entendemos que la pluralidad que para España representa compartir varias lenguas y culturas es una riqueza y no un problema. Igual que Cataluña es España, y lo es de una forma natural; España es también Cataluña en el sentido de que sin Cataluña no puede ser entendida. Con frecuencia se ha planteado la responsabilidad de Cataluña en el gobierno de España como una cuestión externa a la propia España, y creemos que gran parte de los problemas actuales derivan de ese planteamiento.
Los catalanes no tenemos una responsabilidad mayor que los madrileños, andaluces o castellanos, pero tampoco menor o diferente. La llamada “diferencia catalana” ha sido a menudo asumida como una particularidad tanto en Cataluña como en el resto de España, y especialmente en esto que llamamos “Madrid”. Y el hecho es que esa “diferencia” no es sino un elemento integrado en la naturaleza plural de España.
JOSEP RAMON BOSCH*
Presidente Fundación Joan Boscà
*Servicio de firmas de la agencia EFE
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