Muy probablemente, solo a comienzos del 2018 Alemania logrará definir la constelación de nuevo gobierno y reencontrar el camino hacia la estabilidad política que perdió el 20 de noviembre, cuando fracasaron estruendosamente las negociaciones para la conformación de una regencia de coalición tripartita entre los partidos CDU-CSU, de la canciller Angela Merkel, Liberales (FDP) y Verdes (Büdnis90). La llamaban Jamaica, por los colores coincidentes entre los partidos y los de la bandera del país caribeño.
Esa unión se perfilaba como única opción para el cuarto gobierno de Merkel a raíz del resultado de las elecciones generales del 24 de septiembre, cuando su partido alcanzó la mayor votación, pero no la mayoría –obtuvo 32,9 por ciento– y registró, en esa misma jornada, la cancelación de la cooperación de los socialdemócratas, sus socios en el tercer gobierno, quienes anunciaron preferir irse a la oposición que volver a gobernar con ella.
‘Jamaica’ en la dirigencia y la socialdemocracia –segunda fuerza electoral, en la oposición– fueron acogidos con mucho entusiasmo en el país como escenario ideal, tanto por la alternativa de renovación que representaba como por el contrapeso democrático que aseguraban los socialdemócratas en el Parlamento, ante la presencia, por primera vez en setenta años, de un partido de extrema derecha (AFD), que fue elegido, también el 24 de septiembre, como tercera fuerza.
A principios de octubre y antes de retirarse a las negociaciones, los líderes en cuestión –Merkel y Horst Seehofer por el CDU-CSU, Cem Ozdemir y Katrin Goring-Eckardt por los ‘verdes’ y Christian Lidner por los liberales– transmitieron ante la opinión pública su disposición de concentrarse en puntos coincidentes entre los tres programas de gobierno que les permitieran enfrentar las diferencias con la flexibilidad necesaria para poder pactar la viabilidad de la coalición.
Pero, por encima de temas programáticos, como la política de integración de los refugiados, el miedo a gobernar con Merkel se reveló como el mayor obstáculo, debido a la mala fama adquirida por la canciller de desvalorizar y aniquilar a sus socios de gobierno.
Esto porque desde el inicio de la era Merkel, en 2005, socialdemócratas y liberales han afrontado una seguidilla de pésimos resultados electorales, por no haber logrado imponer sus políticas ante las de la canciller. Los socialdemócratas han perdido en los últimos doce años la mitad de sus electores, mientras que en el 2013 los liberales fueron expulsado del Bundestag durante una legislatura, periodo en el cual le tocó levantarse de las cenizas para lograr ingresar otra vez al Parlamento, desde el pasado septiembre, con 80 curules.
En el transcurso de las negociaciones, el miedo y la desconfianza de los liberales no disminuyeron, sino que aumentaron debido a la alquimia, el entendimiento y las ganas de gobernar juntos que se evidenciaron entre Merkel y Cem Ozdemir, líder de los ‘verdes’ y un político carismático y pragmático que no ha negado su respeto y admiración por el talante y la valentía de la canciller de imponerse, incluso ante su partido, para ofrecer una solución humanitaria a más de un millón de víctimas de la guerra en Siria y Afganistán.
Ozdemir también ha criticado abiertamente el susodicho miedo de dirigentes políticos de gobernar con ella, puesto que para él es natural que en su papel de canciller sea la figura predominante, y lo que corresponde a quienes trabajen con ella es desempeñarse a su altura.
“No creo que tener miedo de una mente brillante sea el mejor consejero para el ejercicio de la política”, estimó el político en declaraciones a El TIEMPO.
Por efecto, sobre todo, del recelo de los liberales de ingresar a un gobierno en el que dos socios ya se reconocían como ‘buena pareja’, el liberal Christian Lidner rompió el domingo pasado, abrupta y unilateralmente, las negociaciones. Ese cálculo provocó un estado de profundo desconcierto y un sentimiento peligroso de ‘jaque a la reina’ que no solo sacudió a Alemania, sino a toda Europa porque cualquier pequeño signo de inestabilidad germana preocupa a la construcción europea por la necesidad de consolidar la unión y de enfrentarse a una sola voz a las negociaciones de la salida del Reino Unido (‘brexit’).
No obstante, lejos de mostrarse intimidada, Merkel dijo que prefería ir a unas nuevas elecciones a tener que gobernar en minoría.
De esa forma, magistralmente, Merkel repartió el jaque entre todos los partidos –que igualmente tendrían que volver a dejarse contar– y, paralelamente, dejó en manos del presidente federal, el exministro de Relaciones Exteriores Frank Walter Steinmeier, la tarea de intentar resolverles la situación a todos, ejerciendo su influencia ante los socialdemócratas para que acepten volver a ser sus socios de gobierno y se ahorren los comicios.
Las conversaciones entre Steinmeier y los socialdemócratas transcurren, desde el miércoles, sin que hayan trascendido resultados ante la prensa. Pero, a medida que pasan los días, los analistas políticos cada vez están más convencidos de que la llamada ‘gran coalición’ CDU-SPD (socialdemócratas), aunque muy forzada y, literalmente, de muy mala gana, será el formato del nuevo gobierno y el escenario inevitable que atenderá la imperante necesidad sicológica de los alemanes de conservar la estabilidad. Y la de Europa también.
1991-1998
Ministra durante los gobiernos de Helmut Kohl
2000
Se convierte en presidenta del partido Unión Cristiano-Demócrata (CDU).
2005
Elegida canciller en noviembre de 2005, reelegida en 2009 y 2013.
2014
Se convierte en el jefe de gobierno más antiguo de la UE.
2017
Su partido, a la cabeza de las elecciones legislativas, obtiene un resultado decepcionante el 24 de septiembre.
2017
El 20 de noviembre fracasa en las negociaciones para formar una coalición de gobierno.
PATRICIA SALAZAR FIGUEROA
Para EL TIEMPO
Berlín