Otra semana que pesa y termina, como las anteriores, de manera tétrica para el presidente de EE. UU., Donald Trump. Pero quizás esta ha sido una de las peores, pues solo en los tres primeros días se desataron igual número de escándalos que amenazan su presidencia. De nuevo fue Rusia el tema que lo puso contra la pared.
El presidente terminó la jornada insistiendo en que se trata de una “cacería de brujas” y acusando a la prensa de tratarlo peor que a cualquier persona de toda la historia. Lo que sigue es un resumen de la controversia y de lo que podría venir.
Ya desde el año pasado la comunidad de inteligencia del país había confirmado que el Kremlin no solo había interferido en las elecciones presidenciales de 2016 sino que lo hizo para favorecer la candidatura del hoy presidente republicano. Aunque el mandatario lo niega día a día ha ido surgiendo evidencia que genera dudas.
A comienzos de año Trump tuvo que cortar la cabeza de su Asesor de Seguridad Nacional, General Michael Flynn (llevaba tres semanas en el cargo) luego de corroborase que mintió al decir que no había conversado con el embajador ruso Sergey Kislyak sobre el levantamiento de sanciones contra su país cuando el republicano asumiera la Casa Blanca.
Y se sabe, además, que Trump espero 18 días desde que se le informó sobre la mentira para despedir a Flynn y que lo hizo solo cuando el caso fue revelado por la prensa de EE. UU.
En este momento hay tres investigaciones que buscan determinar el rol de Moscú en las elecciones. Dos del Congreso y una del FBI. James Comey, el hoy ex director de esta agencia le confirmó al senado hace pocas semanas que la campaña Trump y sus asesores eran también sujetos de la pesquisa pues se quiere establecer si se coordinó con Rusia la revelación de polémicos correos electrónicos de la candidata Hillary Clinton y personar de su entorno que debilitaron sus aspiraciones.
Hace 12 días, Trump sorprendió a todo el mundo -incluso al persona de la Casa Blanca- cuando anunció la destitución de Comey de un cargo en el que estaba confirmado hasta el 2023. Es a partir de esa decisión que se viene hablando en EE. UU. de los paralelos con Watergate y de un eventual juicio político para desbancar al presidente. Como lo intentó Richard Nixon a comienzo de la década de los setenta, Trump descabezó precisamente a la persona que lideraba una delicada investigación en contra de su campaña.
Inicialmente el presidente y todos los asesores explicaron la destitución del funcionario como consecuencia de un memo escrito por el vice Fiscal Rod Rosenstein en el que cuestionaba con dureza la manera como Comey había manejado el caso de los emails de la ex secretaria de Estado y el uso de un servidor privado para enviar y recibir posible información clasificada.
En julio del año pasado Comey anunció al público -algo inusual- que no había mérito para un proceso criminal pero que Hillary había actuado de manera descuidada e irresponsable. Luego, a 11 días de las elecciones, envió una carta al Congreso, que se distribuyó a los medios, en el que advertía que el caso se había reiniciado tras la aparición de nuevos correos electrónicos para cerrarlo nuevamente 7 días después alegando que en estos, tampoco, existía crimen alguno. Clinton sostiene que eso, sumado a la interferencia Rusa le costó la elección.
Pero muy pocos creyeron en esa explicación: Trump, durante la campaña aplaudió las acciones de Comey, y luego le dio una bienvenida casi de héroe en la Casa Blanca. A las pocas horas, el mismo presidente cambió la historia indicando que la destitución si tenía que ver con el manejo que Comey le daba a la investigación sobre Rusia y su campaña. Se dice que lo hizo por que Rosenstein amenazó con renunciar si lo seguían responsabilizando de la salida de Comey. Son muchos los que creen que lo admitido por Trump constituye un grave crimen.

En marzo, James Comey testificó en el Comité sobre Inteligencia en el Capitolio a raíz de la investigación del caso Clinton.
Shawn Thew / EFE
1. Los memos de Comey
El martes, el diario ‘The New York Times’ reportó sobre la existencia de un memo escrito por Comey en el que este hace un recuento de una cita que tuvo con el presidente a los pocos días de su posesión. En el memo, Comey se muestra alarmado, pues, sostiene, el presidente le había pedido, palabras más, palabras menos, archivar la investigación contra Flynn (que forma parte de la misma investigación contra la campaña, pues el general se desempeñó como asesor de Trump en la carrera a la Casa Blanca y fue en esa función que se reunió con Kislyak).
Expertos legales afirman que se trata de un caso de obstrucción de la justicia que también podría abrir la puerta a un juicio de destitución. Se dice que Comey escribió varios memos sobre sus encuentros con Trump y que muy pronto testificará ante el Congreso. Trump niega que sea cierto y dice que se trata de su palabra contra la de Comey, por lo que es poco probable que esta arista del escándalo alce vuelo. Pero el presidente soltó un tuit en el que da a entender que puede existir una grabación de sus charlas con Comey. Si esta existe y corrobora la versión del exdirector del FBI, la presidencia de Trump quedaría en jaque.
2. Información clasificada
La semana pasada, un día después de la destitución de Comey, Trump se reunió en la Casa Blanca con Sergei Lavrov, el ministro de Relaciones Exteriores de Vladimir Putin y con Kislyak. La cita ya estaba agendada desde hacía 10 días luego de que Putin le pidió recibirlos. Pero cayó mal que se reuniera con personas que son parte integral de la trama. Y peor, que se distribuyera (fueron los rusos) una foto en la que un Trump muy sonriente le da la mano al embajador ruso. Esta semana, ‘The Washington Post’ reveló que Trump habría divulgado a ambos, durante su cita, información muy sensible y clasificada.
Según los reportes, se trata de material que habían compartido con EE. UU. los servicios de inteligencia de Israel. De nuevo la Casa Blanca lo negó indicando que en ningún momento el presidente “reveló ni fuentes ni métodos” a los rusos y que en la charla solo se había hablado de amenazas terroristas que eran comunes para ambos países.
Sin embargo, el temor es que los rusos, con la información dada por Trump, puedan deducir las “fuentes y los métodos” y poner en peligro a personal en el terreno. Y pocos entienden por qué el presidente sigue ofreciendo la mano a un gobierno que, como mínimo, ya se sabe intervino en las elecciones.
En todo caso, se trata de otro episodio que entrará a formar parte de las múltiples investigaciones que avanzan en el Congreso, en el FBI y ahora con el recién nombrado fiscal especial.
3. El fiscal especial
Desde que se comenzó a tejer toda esta madeja, los demócratas han venido insistiendo en que es necesario nombrar a un fiscal especial para que haga una investigación imparcial e independiente. El clamor de estos se fundamenta en que las dos comisiones del Congreso que investigan el caso están presididas por republicanos, que controlan al Legislativo y podrían tratar de proteger a uno de los suyos.
Esta semana, Rod Rosenstein, el número dos del Departamento de Justicia, les dio la razón al nombrar al exdirector del FBI Robert S. Mueller, para que encabece una investigación independiente. Aunque Rosenstein fue nombrado por Trump, el vicefiscal ni siquiera consultó la decisión con su jefe y solo le avisó una hora antes de hacer pública su decisión. Se trata de un golpe muy fuerte, pues tanto el presidente como los republicanos en el Congreso llevaban meses insistiendo en que no era necesario nombrar a un fiscal especial.
Para añadir una arista más a este enredo, el fiscal general Jeff Sessions (jefe directo de Rosenstein) le delegó a su inferior estas decisiones, pues tuvo que marginarse de toda la investigación sobre Rusia luego de que se reveló que durante sus audiencias de confirmación en el Congreso había ocultado dos reuniones con Kislyak, el embajador ruso.
SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal de EL TIEMPO
En Twitter @sergom68
Washington
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